—Ah, yo también tengo algo para tí —continuó Pedro.
—¿En serio? —preguntó, sorprendida.
Él se encogió de hombros.
—Bueno, no es exactamente un regalo.
—Entonces, ¿Qué es?
—Espera un momento. Iré a buscarlo y te lo explicaré todo.
Pedro hizo un rápido viaje a su habitación y sacó la bolsa que tenía en el armario. No estaba seguro de que aceptara el desafío, pero lo iba a intentar. En primer lugar, porque Hope necesitaba relajarse y hacer cosas divertidas y, en segundo, porque él necesitaba hacer algo para dejar de pensar constantemente en ella. Además, su relación había cambiado el día anterior, cuando se besaron en la nieve. Ya no era la misma. Se había creado un vínculo más intenso, que no alcanzaba a comprender. Y, como faltaban menos de veinticuatro horas para que Paula se fuera, todo tenía un trasfondo triste ydesesperado. Al volver a su dormitorio, le dió la bolsa.
—Esta noche me voy a disfrazar de Papá Noel para dar los regalos a los chicos. Esperaba que me echases una mano.
Ella abrió la bolsa y sacó un sombrero de color verde, con una campanilla en la punta.
—Pero esto es... ¡Un gorro de elfo!
Él sonrió.
—Bueno, Papá Noel necesita elfos.
Ella frunció el ceño.
—Estás de broma, ¿Verdad?
Pedro soltó una carcajada.
—No te quejes. Lo mío es mucho peor. Tengo que ponerme una barba postiza y un cojín debajo de la chaqueta para simular una barriga.
—¿Eres consciente de que solo vine a hacer fotos?
—Sí, lo soy. Pero sé que las cosas han cambiado durante los últimos días.
—¿Qué quieres decir?
Él la tomó de la mano.
—Que ahora hay algo entre nosotros —contestó.
Paula sacudió la cabeza.
—No insistas en eso. Ya te he dicho que lo nuestro es imposible.
—Entonces, ¿No somos amigos?
Ella apartó la mano.
—Tú no estás hablando de amistad. Te refieres a otra cosa.
—Oh, vamos... ¿Nunca has hecho ninguna tontería por el simple placer de hacer algo divertido? —la presionó—. ¿Nunca has visto la cara de un niño cuando se sienta en el regazo de Papá Noel? Estamos en Navidad, Paula. Quiero darles algo que les guste. A fin de cuentas, ya tienen una vida bastante dura. Y también quiero darte algo a tí.
—¿A mí? —Paula dejó el disfraz encima de la cama.
—Sí, a tí.
—¿Y qué me quieres dar?
—Un buen recuerdo. Porque creo que lo necesitas desesperadamente.
Ella no dijo nada.
—Confía en mí, por favor —él alzó una mano y le acarició la mejilla con un dedo—. Aunque solo sea por esta noche.
—Me voy mañana, Pedro.
—Lo sé —dijo él—. Lo sé perfectamente.
Pedro sacudió la cabeza y pensó que quizás estaba cometiendo un error. Paula le gustaba mucho y, si se dejaba llevar por sus sentimientos, saldría malparado. Se iba a ir, y no tenía intención de volver. Las chicas como ella no se quedaban con hombres como él. Se marchaban sin mirar atrás. Pero, a pesar de ello, la deseaba con locura.
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