viernes, 25 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 70

 —Entonces, vuelve.


Él la tomó de la mano y ella lo miró con desconcierto.


—¿Cómo?


—He dicho que vuelvas. Aquí —respondió—. Yo no tengo todas las respuestas, pero no quiero que lo nuestro termine mañana. Sé que hay algo entre nosotros, algo especial. Y sé que tú también lo sientes.


—Claro que lo siento. Pero, como ya he dicho, es temporal.


—¿Y por qué tiene que serlo? —Pedro se giró hacia ella—. Te he visto con los niños y he visto cómo se te ilumina la cara. Sé que lo has pasado mal y que te acostumbraste a desconfiar de todo y de todos porque no quieres que te hagan más daño ni que te vuelvan a decepcionar. Pero también sé lo que siento cuando estoy contigo.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, aunque intentó disimular su emoción.


—Seguro que no es para tanto. Puede que nos hayamos dejado dominar por el espíritu navideño. Algunas personas se ponen sentimentales en esta época.


—No, no es por la Navidad —la contradijo.


Pedro se inclinó y apoyó la cabeza en su frente. Luego, le dió un beso en la nariz y, a continuación, besó sus labios con tanta suavidad y dulzura que Paula se sintió en el paraíso. Sabía a chocolate, a whisky, a la mantequilla de las galletas y a hombre. Una combinación perfecta. Y, por primera vez en su vida, desconfió de la perfección.


—Sé razonable —dijo, después de apartarse—. Solo nos conocemos desde hace diez días.


—Lo sé, y por eso quiero que vuelvas. Para saber si puede haber algo entre nosotros —argumentó él.


Ella sacudió la cabeza.


—Mi trabajo está en Sídney. Mi piso está en Sídney. Mi vida está en Sídney. No puedo marcharme cuando quiera. Tengo obligaciones.


—Solo serían unas semanas. Te vendrían bien unas vacaciones de verdad.


—Y luego, ¿Qué?


Pedro se calló.


—Si estuviera contigo unas semanas más, solo conseguiríamos que la despedida fuera aún más dura —continuó ella—. No saldría bien, Pedro.


—Pero...


—No, escúchame un momento, Pedro —lo interrumpió—. Tú has hecho algo asombroso aquí, algo verdaderamente importante, que forma parte de tu vida. Y tampoco lo puedes abandonar cuando quieras. Pues bien, a mí me ocurre lo mismo. No puedo dejar mi vida y mi trabajo sin tener garantías.


—¿Y necesitas garantías?


—Sí, las necesito —respondió ella—. Vamos, Pedro... ¿Qué pasaría si no funciona? No puedo renunciar a lo poco que tengo. Me quedaría sin casa, sin trabajo, sola. Y no lo podría soportar.


—Entonces...


—¿Sí?


—Podríamos mantener una relación a distancia. Mucha gente lo hace.


Ella sacudió la cabeza.


—Sé realista, por favor. Tú vives en Canadá, y yo en Australia. No es como si viviéramos a unos cientos de kilómetros. Y, distancias aparte, ¿Cuándo nos veríamos? ¿Con qué frecuencia? —preguntó—. ¿Sabes cuánto cuesta un vuelo de Calgary a Sídney?


—Ni siquiera estás dispuesta a intentarlo —la acusó—. Te vas a ir mañana y me vas a eliminar de tu vida, como eliminas a todos los que te decepcionan.


—Eso no es cierto —se defendió Paula—. Yo no elimino a nadie. Son ellos los que me dejan en la estacada. Yo no maté a Vanesa y, desde luego, no les pedí a mis padres que mantuvieran una relación imposible. De hecho, intenté que mi familia siguiera unida. Y ya ves lo que conseguí. Estamos diseminados por todo el mundo. ¡Pero no es culpa mía!


—Lo sé —dijo él en voz baja—. Y ahora, tú también lo sabes.


Paula guardó silencio unos segundos. Se sentía fatal; tan mal que reaccionó de forma agresiva.

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