—Sí, no voy a negar que suena poco práctico. Y es obvio que nuncate han gustado los riesgos —comentó su hermana.
Paula suspiró e intentó cambiar de conversación.
—¿Y tú? ¿Cómo lo llevas con el conde?
—Oh, no, nada de eso. Me has llamado tú, así que vamos a hablar de tí, no de mí.
—Venga ya...
—Aunque, por otra parte, deberíamos hablar en otro momento. Esta llamada te va a costar una fortuna.
Paula supo que solo mencionaba el coste de la conferencia porque no quería hablar de su relación con Westerham. Sin embargo, no quiso presionarla.
—Sí, pero me alegro de haberte llamado —afirmó—. Nos veremos dentro de unos días, ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Buenas noches, Nadia.
—Buenas noches, Paula.
Paula cortó la comunicación y dejó el teléfono móvil en la mesilla. Definitivamente, había hecho bien al llamar. Por retomar el contacto con su hermana y porque necesitaba expresar en voz alta lo que sentía por Pedro. En ese momento estaba más convencida que nunca de que su relación estaba condenada al desastre. Sus padres habían cometido el enorme error de casarse cuando apenas se conocían, y ese error lo habían pagado ella, sus hermanas y, por supuesto, sus propios padres. De hecho, no albergaba ninguna esperanza sobre su encuentro en Beckett’s Run. Y esperaba que Nadia tampoco se hiciera ilusiones. En cuanto a Pedro, sería mejor que lo olvidara. Una relación de unos pocos días no era base para una relación seria, en el caso de que hubiera sido posible. Y no se atrevía a tener una aventura con él. Pero aún quedaba la fiesta de Navidad, así que tendría que armarse de valor y hacer un esfuerzo por mantener las distancias. De lo contrario, los dos terminarían con el corazón roto.
Pedro se giró al oír pasos en el granero. Sabía que no podían ser sus clientes, porque faltaba media hora para la primera cita; y, por otro lado, habría reconocido el sonido en cualquier parte: eran las botas de tacón alto de Paula, las que llevaba el día en que llegó al rancho. Un calzado ridículamente inútil para el campo y para el clima de Bighorn. Pero maravillosamente sexy.
—Te has levantado pronto.
—Solo he venido a decirte que estaré fuera todo el día. Aún no he comprado los regalos de Navidad para mi abuela y mis hermanas, y no quiero tener que comprarlos en el aeropuerto, cuando me vaya.
—Te comprendo perfectamente. No son sitios para comprar regalos con estilo.
Ella sonrió.
—No, no lo son. Y tampoco los puedo comprar en Beckett’s Run, porque llegaré en Nochebuena y ya lo habrán vendido todo.
Pedro era consciente de que los regalos eran una excusa para alejarse de él. Las cosas estaban bastante tensas desde que le había dado ese beso, y sus intentos por mejorar el ambiente no habían servido de nada.
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