lunes, 28 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 73

 —Te he dejado un CD con las fotografías que he hecho. Están en la mesa del salón —le informó—. Y también te he dejado mi dirección de correo electrónico, por si tienes alguna duda o necesitas que las mejore.


—Gracias —él abrió la puerta y alcanzó su equipaje—. Ten cuidado al salir. Está nevando un poco, y ya sabes que el suelo es resbaladizo.


—Sí, ya lo sé —dijo ella, recordando lo que le había pasado el primer día.


Al llegar a su coche alquilado, abrió el maletero. Pedro guardó el equipaje dentro y dijo:


—Ten cuidado. La autopista estará bien, pero las carreteras secundarias son bastante traicioneras. ¿Llevas tu teléfono móvil?


—Sí, no te preocupes.


—¿Y te dará tiempo de llegar al aeropuerto?


—Supongo que sí. Mi vuelo no sale hasta dentro de varias horas.


Ella entró en el coche y sacó las llaves. Estaba terriblemente nerviosa. Tan nerviosa como él.


—Paula, sobre lo que pasó anoche...


—Lo siento —se disculpó ella, mirándolo fijamente a los ojos—. No debí decir lo que dije. No quería hacerte daño.


—Ni yo a tí. Y no quiero que te vayas de esta forma, con tanta amargura entre nosotros. Quiero que tengas un buen recuerdo de mí.


Pedro se inclinó y, acto seguido, le dió un beso de despedida. Solo iba a ser un beso breve, pero lo alargó un poco más de la cuenta. Exactamente, hasta que ella rompió el contacto y declaró en voz baja:


—Me tengo que ir.


—Lo sé. Ten cuidado —repitió él—. Y disfruta de tu visita a Beckett’s Run.


Ella asintió y arrancó el motor.


—Feliz Navidad, Pedro.


—Feliz Navidad, Paula.


Paula se puso en marcha, y él se quedó pensando en el camino que tenía por delante. Primero, la carretera hasta la autopista; después, el viaje hasta el aeropuerto y, finalmente, el vuelo a Boston. Su coche ya había desaparecido en la distancia cuando se dió cuenta de una cosa: Que ella no había abierto su regalo. Beckett’s Run no había cambiado mucho. Las tiendas eran las de siempre, y hasta la decoración navideña, quizás algo excesiva, parecía la misma. Las calles estaban llenas de luces de colores; los porches de las casas, de guirnaldas; y hasta la estatua de Andrew Beckett, el fundador de la localidad, tenía una corona de flores alrededor del cuello. Unas semanas antes, se habría deprimido mucho con la exagerada demostración de fervor navideño. Pero se alegraba tanto de estar allí que se le llenaron los ojos de lágrimas mientras conducía. Al ver la casa de su abuela, soltó una carcajada. El edificio, de color azul, estaba igual que cuando era una niña. Su abuela había colgado luces en todos los árboles y arbustos, y casi no había un espacio libre sin decorar.

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