La mañana del día de Nochebuena amaneció fresca y despejada, con los rayos del sol arrancando destellos a la cristalina nieve. Paula se despertó poco después de las nueve y se puso a pensar en lo que estaría haciendo Pedro, que ya habría recibido a sus padres. Pero, desgraciadamente, solo sirvió para que se deprimiera. Si no hubiera sido porque era Nochebuena y había muchas cosas que hacer, se habría quedado en la cama. Así que se levantó, se duchó y se puso unos vaqueros y una camisa de manga larga. Para entonces, ya había recuperado su buen humor; o, al menos, el suficiente para afrontar el día. Además, estaba de vacaciones. Podía salir y disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run. Y, con un poco de suerte, no pensaría tanto en él. Cuando bajó a desayunar, se encontró con Delfina, que se servía una taza de café. Pero su hermana no dijo nada. Se limitó a sacar otra taza del armario.
—Hola —dijo Paula, preguntándose si estaría enfadada con ella—. ¿Dónde está la abuela?
Delfina le dió la taza que había sacado y contestó:
—Ha salido para echar una mano con la organización del festejo. Me ha dicho que te acostaste pronto, antes de que yo llegara.
—Sí, te oí cuando pisaste el tablón suelto del porche —Paula sonrió—. Siempre fue una fuente de problemas para tí. Y para Juan Cruz también, si no recuerdo mal.
Delfina arqueó una ceja.
—Hoy voy a estar muy ocupada, así que me marcharé pronto. Pero me alegro de haberte visto, Paula.
Paula se sirvió un café y se sentó a la mesa.
—¿Lo dices en serio? Porque después de nuestra última conversación...
—Eso no importa —dijo, restándole importancia—. Me alegro de haber vuelto. De haber visto a la abuela y a...
Delfina dejó la frase sin terminar y cambió de tema.
—¿Qué tal la vida en el rancho? La abuela me comentó que estabas haciendo fotos de un centro de rehabilitación.
—Sí, es cierto. Necesitaba descansar, así que me vino muy bien.
—¿Y eso es todo? ¿No te ha pasado nada relevante? —preguntó Delfina con interés.
Paula sacudió la cabeza.
—No, no es todo —respondió, tímidamente—. Pero no creo que quieras oírlo.
Delfina se sentó a su lado.
—Por supuesto que quiero.
—¿No tenías prisa?
—Puedo esperar unos minutos.
Paula asintió.
—Bueno, digamos que he establecido una especie de relación con el dueño del rancho, que se llama Pedro.
—¿Una especie de relación? ¿Qué tipo de relación, Pau?
Paula carraspeó.
—Creo que estoy ligeramente enamorada de él.
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