Pero, por mucho que la deseara, no la iba a detener. En primer lugar, porque no sabía lo que quería de ella, más allá de llevarla a la cama; y, en segundo, porque Paula tenía razón: Estaba a punto de marcharse, y no existía la menor posibilidad de mantener una relación seria. Además, se alegraba de que lo dejara en paz durante unas cuantas horas. Cada vez que veía una marca de carmín en una taza u olía su champú en el cuarto de baño, después de que se hubiera duchado, se volvía loco.
—Conduce con cuidado. Y diviértete.
Ella lo miró de forma extraña y volvió a sonreír.
—Claro.
Paula se marchó y él volvió al trabajo. Pero no se la podía quitar de la cabeza. Y, sobre todo, no sabía qué hacer.
Paula se dirigió al centro de Calgary, con la esperanza de llegar pronto y de terminar las compras antes de la hora de comer. Además, tenía que pasar por un sitio en el camino de vuelta, y estaba bastante alejado. Después de buscar y buscar por Internet, había encontrado el regalo perfecto para Pedro Alfonso; un regalo que le sorprendería: Las campanillas que necesitaba para el trineo. Conociéndolo, era posible que se negara a aceptar el regalo; pero, en tal caso, le diría que lo había comprado para Abril. A fin de cuentas, la idea había sido de la niña, que había insistido en que pusiera campanillas al trineo. Estacionó el coche, bajó del vehículo y, tras cerrarse la bufanda alrededor del cuello, empezó a caminar. La calle estaba llena de gente, pero le encantó. Echaba de menos la energía de la ciudad. Al llegar a un cruce, se detuvo y esperó a que el semáforo se pusiera en verde. Mientras esperaba, se acordó de la formación rocosa donde había estado con Pedro, un lugar inmensamente tranquilo y silencioso, perfecto para que una persona estuviera a solas con sus pensamientos. Y se preguntó si no habría demasiado ruido en su vida; tanto ruido que ni siquiera se oía a sí misma. El semáforo se puso en verde, y ella siguió su camino. Pero ¿Adónde se dirigía en realidad? Ya no estaba segura. Sospechaba que, después de haber pasado por Bighorn, su antigua existencia no le gustaría demasiado. ¿Y en qué lugar le dejaba eso? Mientras caminaba por la Stephen Avenue, una calle peatonal, sacó la cámara y se puso a hacer fotografías de las tiendas, decoradas con motivos navideños. Estaban preciosas, y supuso que lo estarían aún más de noche, cuando encendieran todas las luces. Pero, al pensar en la belleza de aquel sitio, se acordó de Pedro y lamentó que no estuviera allí, paseando con ella, agarrándole la mano. Disgustada, abrió el bolso y guardó la cámara en su interior. No había ido a Calgary para dejarse llevar por sus ensoñaciones, sino a buscar regalos para la familia.
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