—Supongo que tengo la fea costumbre de desafiar a la gente. De presionarlos un poco para ver lo que ocultan.
—Pues yo no he venido en busca de rehabilitación.
Paula se arrepintió inmediatamente de haber dicho eso. Quería suavizar las cosas, no discutir con él; así que añadió:
—Esta mañana, cuando te he dicho que tu cicatriz me recordaba a alguien, me has preguntado si era doloroso. Y sí, lo es.
—¿Quién era él?
Ella se quedó perpleja. Pedro había dado por sentado que estaba hablando de un hombre; probablemente, de un antiguo novio.
—No era él, sino ella. Mi mejor amiga. Se llamaba Vanesa.
Paula respiró hondo. No se podía creer que se lo hubiera dicho. Nunca hablaba de Vanesa, con nadie. Pero ya había empezado a hablar, de modo que tragó saliva e hizo un esfuerzo para continuar con la historia.
—Teníamos muchas cosas en común, ¿Sabes? Trabajo, intereses... incluso compartíamos casa —dijo.
—¿Y qué pasó?
A Paula se le hizo un nudo en la garganta.
—Hubo un incendio. En un club —contestó—. Sufrió quemaduras muy graves. Aún la recuerdo en la cama del hospital, con todo el cuerpo vendado.
—¿Sobrevivió?
Ella sacudió la cabeza.
—No. Su cuerpo no lo pudo soportar.
Pedro la miró con dulzura y dijo:
—Lo siento mucho.
Paula notó que estaba a punto de perder el control de sus emociones, y sintió pánico. Tenía que cambiar de conversación; hacer algo, lo que fuera, con tal de refrenar las lágrimas que ya asomaban en sus ojos.
—Cuando te ví ayer... cuando ví tu cicatriz... Fue como si viera a Vanesa, y...
Paula no pudo terminar la frase. Pedro le puso una mano en el hombro, y ella se sintió desconcertantemente cerca de aquel hombre fuerte y cálido. Era la primera vez en mucho tiempo que alguien lograba traspasar sus defensas. Sin embargo, el contacto duró muy poco. Él se apartó enseguida, y ella se dijo que era mejor así. No quería confiar. No quería apoyarse en nadie. Tenía miedo de dejarse llevar y volver a encontrarse sola.
—¿Cuándo? —preguntó él.
—¿Cuándo qué? —replicó, sorprendida.
—¿Cuándo murió?
Ella clavó la vista en sus ojos azules, llenos de paciencia y comprensión.
—Hace seis meses.
—Y aún no lo has superado —afirmó él.
Paula pensó que se estaba acercando mucho a la verdad; pero también pensó que no era asunto suyo y que, en todo caso, ni las confidencias ni las lágrimas podían devolver la vida a Vanesa. Su amiga estaba muerta, y no importaba lo que ella hiciera.
—Por supuesto que lo he superado —mintió.
Pedro hizo caso omiso de su afirmación.
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