viernes, 11 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 37

Sin embargo, cabía la posibilidad de que se estuviera engañando a sí misma; de que solo estuviera viendo lo que quería ver. Tenía esa mala costumbre. Lo había hecho muchas veces a lo largo de los años. El hecho de que Bighorn le pareciera un buen sitio para vivir no significaba necesariamente que fuera un hogar para Pedro. Al fin y al cabo, vivía solo. Sin sus padres, sin más compañía que su ama de llaves y, por supuesto, sin hijos. En ese momento, él se levantó para encender la radio y la puso en una emisora de música. Paula se llevó otro trozo a la boca y lo saboreó. Ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que había comido torrijas; quizá, la última vez que había ido a Beckett’s Run. Y, al pensar en su abuela, sonrió.


—¿Por qué sonríes? —preguntó él.


—Por nada importante. Me estaba acordando de una pastelería que está en el pueblo donde vive mi abuela. Cuando éramos niñas, nos llevaba a comer torrijas y otros dulces. Y comíamos hasta que no podíamos más.


—¿Pasaban mucho tiempo con ella?


Ella asintió.


—Mi madre nos tenía de un lado para otro con sus constantes mudanzas, pero siempre pasábamos las vacaciones y los veranos en Beckett’s Run —respondió—. Es el único hogar que he tenido nunca.


—¿Y tus padres?


Ella se encogió de hombros. No quería pensar en cosas deprimentes; sobre todo, porque no las podía cambiar.


—Mi madre es una mujer muy libre, por así decirlo... Y mi padre, un hombre muy conservador. Él estaba empeñado en que llevara una vida más tradicional y ella, en que aprendiera a disfrutar de la vida. Casi siempre estaban peleados, pero...


—¿Pero?


Paula dejó el tenedor en el plato y tomó un poco de café antes de continuar la frase.


—Pero casi siempre lo volvían a intentar. Y eso era lo peor, porque nos confundía. Sobre todo a mis hermanas, que son más pequeñas que yo... Contribuyó a aumentar la timidez de Nadia y el histerismo de Delfina.


—¿Y tú? ¿Cómo te lo tomabas?


—Como podía —contestó.


Paula se puso a pensar en sus dos hermanas, y se sumió en un silencio tan profundo que, al final, Pedro dijo:


—Te has quedado muy callada.


Ella carraspeó.


—Mi pasado no importa en absoluto, Pedro. Puedo hablarte de él todo lo que quieras, pero yo nunca tuve que sufrir lo que sufren los chicos con los que tú trabajas. Mis problemas no eran para tanto.Solo tuve que asumirlo y seguir adelante.


De repente, Pedro cerró los dedos sobre la mano de Paula.


—Seguro que decirlo es más fácil que hacerlo —comentó él.


Ella miró sus fuertes dedos y, antes de darse cuenta de lo que hacía, giró la muñeca y los entrelazó con los suyos. Necesitaba sentir su calor. Necesitaba sentirse parte de algo.


—Bueno, tú lo sabes tan bien como yo. Sufriste un terrible accidente, pero no dejaste que eso te detuviera.


—¿Tú crees? —preguntó él, sin humor alguno—. Pasaron muchos años entre aquel accidente y el día en que me decidí a crear el centro de rehabilitación de Bighorn. Años cargados de autocompasión y de sentimiento de culpabilidad.


Ella frunció el ceño.


—¿De sentimiento de culpabilidad? ¿Por qué?


Pedro la miró con tristeza.


—Porque mi hermano también viajaba en aquel coche. Y no sobrevivió.

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