lunes, 21 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 59

Como en otras ocasiones, deseó estar dentro de su cerebro para saber por qué estaba siempre tan tensa. En ese momento ya sabía que no era solo por su difunta amiga Vanesa. Había algo más. Algo que la empujaba a ser increíblemente exigente consigo misma. Paula entró en el vestidor, y él se preguntó qué le habría comprado. No esperaba que le regalara nada; sobre todo, después del largo beso que se habían dado en la nieve. Incluso le había insinuado que no podía sentir nada por un hombre como él. Sin embargo, Blake no se había dejado engañar. Sabía que estaba mintiendo, y que el problema era otro: que no quería sentir nada por él. Lamentablemente, eso carecía de importancia. Fuera por el motivo que fuera, se iba a marchar. Y no la quería perder. Quería que se quedara en Bighorn; quería descubrir si lo que había entre ellos merecía la pena. Por primera vez en mucho tiempo, había permitido que una mujer se asomara a los secretos de su corazón. Paula se había ganado su confianza cuando alzó aquella mano y le acarició la cicatriz con ternura. ¿Se habría enamorado de ella? Pedro no lo sabía, pero lo quería saber. Y no lo llegaría a saber si se marchaba.


—Espero que sea lo que necesitas.


Paula, que había salido del vestidor, le ofreció un paquete con mucho cuidado, como si contuviera el objeto más frágil del mundo. Él alcanzó el paquete y lo abrió con rapidez. Contenía una tira de cuero con un montón de campanillas, que tintinearon.


—Abril dijo que las necesitabas para el trineo, así que...


Pedro la miró a los ojos. Estaban asombrosamente azules con la luz del sol, que llenaba la habitación. Y asombrosamente inseguros. ¿Qué le preocupaba tanto? ¿Que no le gustaran las campanillas? ¿Que no le parecieran apropiadas? En cualquier caso, le emocionó que le hubiera comprado un regalo y que estuviera tan interesada en satisfacerlo.


—Son perfectas. ¿Dónde las has encontrado?


—En un anticuario que está a las afueras de Calgary —respondió—. Pero ¿Estás seguro de que servirán?


Él sonrió.


—Por supuesto que sí. Muchísimas gracias, Paula. Es un detalle que te hayas tomado tantas molestias.


Ella se ruborizó, para satisfacción de Pedro. Cuanto más se abría a él, más le gustaba. Y, en ese momento, con la mancha del delantal y el rubor de sus mejillas, le gustaba más que nunca. ¿Estaría considerando la posibilidad de mantener una relación seria? A decir verdad, ni siquiera se atrevía a planteárselo. Vivían en mundos muy distintos. Ella no podría ser feliz en el campo, y él no podía abandonar Bighorn. Paula tenía razón. No debería haberla besado. Pero no se arrepentía de haberlo hecho.


—De nada —dijo con inseguridad—. Pensé que a los niños les gustaría.


—Y les gustará, no lo dudes.


Ella guardó silencio.

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