miércoles, 30 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 80

 —¿Con cuál de ellas?


—Con Delfina —respondió—. Me ha dicho que estaba utilizando mi trabajo como excusa para no tener que afrontar mis sentimientos. Y tenía razón. Me da miedo lo que siento por tí. No me gusta la persona en la que me había convertido, la persona que tú cambiaste durante unos días en un rancho de las montañas.


Paula se detuvo un momento y añadió:


—Me recordaste las cosas que siempre había querido, las cosas a las que había renunciado. La familia, la amistad, el afecto.


—¿Y ahora las quieres? —preguntó él, mirándola a los ojos.


—Sí. Me resistía a ellas porque tenía miedo de abrir mi corazón y que me volvieran a hacer daño otra vez.


Pedro asintió.


—Lo sé, amor mío. Me dí cuenta cuando estabas en la cocina, preparando aquellas galletas. Y supe que eras feliz en el rancho, pero no encontraba la forma de hacértelo ver.


—Y era feliz —le confesó ella—. Lo era porque tú me diste lo más importante de todo, tu aceptación.


Él frunció el ceño.


—¿Mi aceptación?


—En efecto. Es cierto que intentas arreglar los problemas de la gente, pero no los quieres cambiar, aceptas su forma de ser e intentas demostrarles que son valiosos y merecedores de tu tiempo y esfuerzo.


—Vaya, no sé qué decir... —declaró, emocionado.


—Pues no digas nada —replicó ella—. Estoy enamorada de tí, Pedro. Ni lo esperaba ni lo estaba buscando, pero lo estoy y te amo con locura.


Pedro la miró con ojos brillantes.


—Pues ahora tenemos un problema.


—¿Cuál?


—Que ardo en deseos de besarte otra vez. Pero estamos en la casa de tu abuela, y nos arriesgamos a que uno de sus vecinos nos vea y lo vaya contando por ahí —contestó—. ¿No podríamos pasar dentro, paraestar más cómodos y...?


Ella lo tomó de la mano y lo llevó al interior de la casa, donde él la abrazó y la besó apasionadamente, sin temor a los posibles testigos. Cuando rompieron el contacto, Hope sonrió. Se había quitado un terrible peso de encima. Volvía a ser la que había sido años atrás, antes de permitir que el miedo dominara su existencia. Y, de repente, se acordó de que tenía un regalo para él.


—Lo he conseguido, Pedro. He encontrado la fotografía perfecta.


—¿En serio?


Ella asintió.


—Quédate aquí. Te la enseñaré.


Paula corrió escaleras arriba, recogió el portátil y volvió a bajar.


—Todavía no he tenido ocasión de imprimirla —dijo, mientras la buscaba—. Pero échale un vistazo... Son Abril y tú.


Pedro miró la imagen.


—¿Esta es la fotografía perfecta? —preguntó, extrañado.


Ella asintió otra vez.


—Lo es porque contiene todo lo que deseo —Paula dejó el ordenador en una mesa—. Esta mañana, cuando salí a disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run, me encontré con mis padres. ¿Y sabes una cosa? Creo que por fin han encontrado la felicidad. Pero yo no quiero esperar tanto como ellos. Quiero ser feliz ahora. Quiero tener mi propia familia, y dar hijos al hombre maravilloso que me hace reír.


—¿Me estás pidiendo que vivamos juntos? —preguntó él, arqueando una ceja.


—Bueno, puede que sea un poco precipitado —respondió con una sonrisa—, pero Delfina tiene razón. Soy una profesional autónoma, así que puedo trabajar donde quiera. Y no tiene sentido que me quede en Australia cuando mi corazón está en Canadá.


—No, definitivamente no. Pero, ya que estás tan ansiosa por estar conmigo, ¿Qué quieres que hagamos en Nochevieja?


—¿Aún tienes ese trineo?


Él le acarició la cara.


—Por supuesto.


—Entonces, podríamos hacer algo en él... —declaró Paula con picardía—. Pero antes, tendré que presentarte a mi familia.


—Y yo estaré encantado de conocerla.


Pedro sonrió y la tomó de la mano. Justo entonces, se activó el sistema automático de las luces del jardín y toda la decoración navideña cobró vida. Paula le apretó los dedos con cariño y dijo:


—Feliz Navidad, amor mío.


Él sonrió con dulzura.


—Amor mío... —repitió—. No sabes cuánto me gustan esas palabras.








FIN

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 79

Todas las palabras que había preparado para disculparse cuando se vieran desaparecieron inmediatamente de su cabeza. Solo podía pensar en una cosa: En que había volado a Nueva Inglaterra en Nochebuena y se había presentado en el porche de Marta. Pedro caminó hacia ella y, cuando llegó a su altura, dijo:


—Yo no te quiero arreglar.


Paula no dijo nada. No habría sabido qué decir.


—No quiero que cambies —continuó él—. Me gustas como eres.


Ella se sintió como si un coro de ángeles hubiera empezado a cantar. Dejó la bolsa de la cámara en el suelo, sonrió de oreja a oreja y declaró:


—Has venido.


Él se encogió de hombros.


—Tenía que venir. No debería haber permitido que te fueras. Me he sentido tan mal desde entonces...


—Y has decidido venir.


Pedro le acarició el hombro.


—Ya era hora de que alguien se arriesgara por tí, ¿No crees?


Ella sonrió, le pasó los brazos alrededor del cuello y lo abrazó con todas sus fuerzas. De repente, se sentía la mujer más querida del mundo.


—¿Sabes una cosa? Me he dado cuenta de que no levanté esos muros alrededor de mi corazón porque estuviera obsesionada con encontrar a una persona perfecta, sino porque ansiaba vivir el amor y no encontraba a nadie que se interesara verdaderamente por mí. O, por lo menos, creía que nadie se interesaría verdaderamente por mí —le confesó—. Mi abuela era lo único seguro en mi existencia.


—Pero ahora me tienes a mí —dijo Pedro con dulzura—. Y, pase lo que pase, me seguirás teniendo. Porque sé que importas. Porque tú me importas. Porque me importas mucho más de lo que te imaginas.


Él la miró a los ojos y añadió:


—Creo que no fui lo suficientemente explícito aquella noche, cuando salimos en el trineo. No dije lo que debía decir, y no sé si sabré decirlo ahora. Pero callé porque tenía miedo. Miedo de amarte y de perderte.


—¿Y qué ha cambiado?


—Que te marchaste y te perdí de todos modos. Te perdí y empecé a echar de menos todas las cosas maravillosas que teníamos —contestó él—. Sin embargo, la vida está para disfrutar de ella. Y, cuando encontramos el amor, tenemos que aferrarnos a él con todas nuestras fuerzas, para que no se escape.


—Oh, Pedro...


Paula se puso de puntillas, sintiéndose más femenina que nunca y, por primera vez, tomó la iniciativa y lo besó. Lo besó de verdad, sin reservas, sin inhibiciones. Lo besó con tanta energía y desenfreno que le tiró el sombrero. Pero ninguno de los dos se detuvo. Se siguieron besando hasta que todas las dudas que tenían se esfumaron definitivamente.


—Saldrá bien, ya lo verás —dijo entonces Pedro—. No sé cómo, pero saldrá bien.


Paula sonrió.


—Es curioso que hayas venido, porque estaba a punto de llamar al aeropuerto para cambiar mi billete de avión. Tenía intención de volver al rancho. No sabía lo que iba a pasar después, pero necesitaba otra vez.


—¿Estás hablando en serio?


Ella asintió.


—He tenido una conversación interesante con mi hermana, esta mañana.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 78

Minutos más tarde, subió al dormitorio y encendió el ordenador para echar un vistazo a las fotografías que había hecho en el rancho. Todas le traían recuerdos entrañables, desde el partido de hockey hasta las imágenes de las montañas, pasando por Rosa y, naturalmente, el hombre de sus sueños. La última de las fotos la dejó atónita. Era de Pedro y Abril Zerega. Él la sostenía en sus brazos, y ella le estaba dando un beso en la mejilla. En todos sus años de fotógrafa, jamás había conseguido nada que se acercara a la perfección. Pero aquella imagen era perfecta, y no se debía a la composición ni a la luz ni a los colores, sino a la magia que contenía. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Por primera vez desde su adolescencia, había permitido que una persona le llegara al corazón. Y lloró por la jovencita que había sido. Y lloró por la muerte de Vanesa. Y lloró por Pedro, el hombre que había sabido ver a través de los muros con los que se protegía. En ese momento estaban muy lejos; terriblemente lejos. Y se arrepintió de haber sido tan dura y tan injusta con él. Sin pensárselo dos veces, se secó las lágrimas y marcó su número.


—¿Dígame?


Paula no esperaba oír una voz de mujer y, mucho menos, de una mujer desconocida. Pero supuso que sería su madre.


—Hola, ¿Podría hablar con Pedro?


—Lo siento, ha salido. ¿Quiere dejarle un mensaje?


—No, muchas gracias.


Paula se despidió y cortó la comunicación. De momento, no podía hacer nada por arreglar las cosas. Se había comprometido a pasar las Navidades en Beckett’s Run, y eso era lo que iba a hacer. Pero decidió que, aquella tarde, cuando volviera a casa, llamaría al aeropuerto y pediría que le cambiaran el billete. En lugar de viajar a Sídney, volvería a Canadá. Había llegado la hora de dejar de huir y afrontar lo que sentía. Fue un día maravilloso. Hizo un montón de fotografías, y se dedicó a disfrutar de la comida y la bebida que servían en los puestos de la localidad. Pero, cada vez que pasaba junto a una pareja de enamorados ylos veía besarse o, sencillamente, caminar de la mano, se acordaba de Pedro y lamentaba que no estuviera con ella. Estaba segura de que le habrían encantado las fiestas de Beckett’s Run. Cuando volvió a casa, vió que alguien estaba en el porche, esperando. No lo reconoció al principio, y se quedó helada cuando le vió la cara. Estaba allí. Pedro Alfonso había ido a Beckett’s Run. Se había presentado con sus botas, sus vaqueros y su sombrero del Salvaje Oeste. Y le pareció más alto y más guapo que nunca.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 77

Delfina echó la cabeza hacia atrás y rompió a reír.


—¿Ligeramente enamorada? Oh, Paula... No has cambiado nada.


—¿Qué quieres decir?


—Que siempre niegas tus sentimientos. Estás tan ocupada en impedir que te hagan daño que alejas a la gente y te olvidas de vivir.


A Paula le molestó tanto su comentario que hizo ademán de levantarse de la mesa, pero Delfina volvió a hablar y preguntó algo que la detuvo.


—¿Él también está enamorado de tí?


—No lo sé. Me pidió que volviera después de Navidad, pero eso es imposible. Yo vivo en Australia y él, en Canadá. No podemos mantener una relación a distancia. Ni estoy dispuesta a tirarlo todo por la borda por una aventura pasajera.


—Umm... No creo que ese sea el problema —Delfina dejó su taza de café en la mesa—. ¿Quieres que te dé mi opinión?


—Claro...


—Eres la mayor de las tres, y siempre intentaste llenar nuestro vacío; sobre todo, cuando no estábamos con la abuela. Querías ser perfecta. Pero nadie es perfecto, Pau. E hiciéramos lo que hiciéramos Nadia y yo, siempre te sentías responsable —dijo Delfina—. Intentabas sustituir a nuestra madre, y te esforzabas tanto por ser lo que no eras que dejaste de ser quien eres y dejaste de vivir.


Paula apartó la mirada.


—Es posible, pero tengo miedo de arriesgarme.


—Es lógico que lo tengas. Sin embargo, no deberías permitir que tu trabajo se interponga en tu felicidad. Si estás enamorada de él, ¿No crees que el riesgo merece la pena? Además, eres una fotógrafa independiente. Lo del trabajo solo es una excusa, porque puedes dedicarte a la fotografía donde quieras.


—Siempre tan contundente... —dijo Paula, riéndose—. Pero hoy me alegro de que lo seas, Delfi.


—Gracias.


—Sin embargo, estamos aquí. Y hay que pasar las Navidades.


—Y que lo digas. Pero será mejor que me vaya. Se me está haciendo tarde.


—Ah, no, nada de eso —dijo paula—. Antes, me tienes que decir qué pasa entre Juan Cruz y tú.


Delfina sonrió.


—Como ya he dicho, me tengo que ir. Te veré más tarde.


—Está bien, pero no voy a olvidar el asunto.


—Lo sé. Y llévate la cámara cuando salgas.


Delfina se marchó y Paula se quedó sola, preguntándose si su hermana estaba en lo cierto al afirmar que se había empeñado tanto en ser otra persona que se había olvidado de ser ella misma.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 76

La mañana del día de Nochebuena amaneció fresca y despejada, con los rayos del sol arrancando destellos a la cristalina nieve. Paula se despertó poco después de las nueve y se puso a pensar en lo que estaría haciendo Pedro, que ya habría recibido a sus padres. Pero, desgraciadamente, solo sirvió para que se deprimiera. Si no hubiera sido porque era Nochebuena y había muchas cosas que hacer, se habría quedado en la cama. Así que se levantó, se duchó y se puso unos vaqueros y una camisa de manga larga. Para entonces, ya había recuperado su buen humor; o, al menos, el suficiente para afrontar el día. Además, estaba de vacaciones. Podía salir y disfrutar de las fiestas de Beckett’s Run. Y, con un poco de suerte, no pensaría tanto en él. Cuando bajó a desayunar, se encontró con Delfina, que se servía una taza de café. Pero su hermana no dijo nada. Se limitó a sacar otra taza del armario.


—Hola —dijo Paula, preguntándose si estaría enfadada con ella—. ¿Dónde está la abuela?


Delfina le dió la taza que había sacado y contestó:


—Ha salido para echar una mano con la organización del festejo. Me ha dicho que te acostaste pronto, antes de que yo llegara.


—Sí, te oí cuando pisaste el tablón suelto del porche —Paula sonrió—. Siempre fue una fuente de problemas para tí. Y para Juan Cruz también, si no recuerdo mal.


Delfina arqueó una ceja.


—Hoy voy a estar muy ocupada, así que me marcharé pronto. Pero me alegro de haberte visto, Paula.


Paula se sirvió un café y se sentó a la mesa.


—¿Lo dices en serio? Porque después de nuestra última conversación...


—Eso no importa —dijo, restándole importancia—. Me alegro de haber vuelto. De haber visto a la abuela y a...


Delfina dejó la frase sin terminar y cambió de tema.


—¿Qué tal la vida en el rancho? La abuela me comentó que estabas haciendo fotos de un centro de rehabilitación.


—Sí, es cierto. Necesitaba descansar, así que me vino muy bien.


—¿Y eso es todo? ¿No te ha pasado nada relevante? —preguntó Delfina con interés.


Paula sacudió la cabeza.


—No, no es todo —respondió, tímidamente—. Pero no creo que quieras oírlo.


Delfina se sentó a su lado.


—Por supuesto que quiero.


—¿No tenías prisa?


—Puedo esperar unos minutos.


Paula asintió.


—Bueno, digamos que he establecido una especie de relación con el dueño del rancho, que se llama Pedro.


—¿Una especie de relación? ¿Qué tipo de relación, Pau?


Paula carraspeó.


—Creo que estoy ligeramente enamorada de él.

lunes, 28 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 75

 —¿Y eso es todo? —preguntó la anciana, aparentemente decepcionada.


—¿Qué esperabas que pasara?


Marta guardó silencio.


—No habrás estado jugando a casamentera, ¿Verdad, abuela?


—¡Por supuesto que no! —protestó, algo ruborizada.


—¿Seguro que no? —la presionó.


—Bueno, sí, es posible. Pero no me puedes negar que es muy atractivo. Y, por lo que tengo entendido, también es una buena persona.


Paula estuvo a punto de reírse.


—Ay, abuela... Te perdono porque el descanso me ha venido muy bien.


Marta se relajó un poco.


—No sabes qué alegría me has dado, Paula. Casi había perdido la esperanza de que mis niñas volvieran a Beckett’s Run.


—Pues aquí me tienes, abuela. Encantada de estar aquí.


Paula se acordó entonces de la aurora boreal y del trineo de Pedro. A pesar de lo que acababa de decir, echaba de menos Bighorn. Extrañaba la casa, el granero, el paisaje montañoso y hasta los platos de Rosa. Era desconcertante, pero sentía nostalgia de un sitio en el que solo había estado unos cuantos días. De un sitio del que se acababa de marchar.


—¿Te encuentras bien, Paula?


Paula sacudió la cabeza.


—Sí, solo estoy un poco cansada —mintió—. Será mejor que me dé un baño caliente y me acueste temprano. ¿Te importa que dejemos nuestra conversación para otro momento?


—Por supuesto que no. Además, yo también me acostaré pronto. Mañana va a ser un día lleno de emociones, y quiero estar descansada.


Paula se levantó de la mesa, le dió un beso de buenas noches y se dirigió a la escalera. Al llegar a su habitación, se acercó a la cama y abrió la maleta. Quería un pijama para dormir, pero estaba debajo de todo lo demás; y, al sacarlo, vió que un objeto caía al suelo. Era un paquete. El regalo de Pedro. Lo alcanzó, pasó la mano por el papel de envolver, de color plateado, y se sentó en la cama. A continuación, desató la cinta que lo cerraba y quitó el papel cuidadosamente porque, por algún motivo, quería que siguiera intacto. En el interior había una cajita cuadrada y, dentro de la cajita, un atrapasueños sobre una base de suave algodón. Lo sacó y admiró las plumas negras y grises que colgaban de la preciosa obra de artesanía mientras se preguntaba si la habría hecho Rosa. No tenía forma de saberlo, pero no le habría sorprendido. Aquella mujer sabía hacer de todo. Pero la caja también contenía una nota, que leyó de inmediato. "Hay muchas historias sobre los atrapasueños, pero esta es mi preferida: Dicen que el agujero del centro sirve para que los sueños buenos pasen por él y alegren tu noche. Y también dicen que las plumas capturan los sueños malos para que desaparezcan al llegar el alba. Que todos tus sueños sean dulces, Paula. Con amor, Pedro". Paula miró la nota y tocó el objeto con verdadera adoración mientras se repetía mentalmente las dos palabras de su despedida. «Con amor». ¿Era eso lo que sentía en ese momento? ¿Era amor? Tenía que serlo; porque, de lo contrario, no se habría sentido tan mal.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 74

Detuvo el coche en el vado, se quedó mirando la casa durante unos momentos y, a continuación, salió del vehículo. Después, sacó el equipaje del maletero y caminó hasta la puerta. Pero no tuvo ocasión de llamar, porque su abuela abrió enseguida, con una gran sonrisa en los labios.


—¡Estás aquí! —dijo, entusiasmada.


—Hola, abuela.


La anciana le dio un abrazo.


—Ah, mi preciosa niña. No estaba segura de que vinieras.


—Pues he venido.


—¿Qué tal el viaje?


—Solitario y aburrido. El tráfico estaba fatal.


Su abuela la llevó al interior de la casa.


—¿Has comido algo?


Paula sacudió la cabeza.


—No, solo un sándwich en el avión.


—Pero habrán pasado horas desde entonces. Deja el equipaje en tu habitación y ve a la cocina. Te serviré algo.


Ella asintió y subió a su dormitorio, que estaba tal como lo había dejado la última vez, antes de que se marchara a Sídney. Sus viejos cuadernos y bolígrafos seguían en el cajón de la mesa, y hasta encontró un pintalabios que ya se había secado. Su abuela no había cambiado nada, y ella se preguntó por qué. ¿Tal vez porque tenía la esperanza de que volviera a casa algún día? Con el corazón encogido por la emoción, salió del dormitorio y se dirigió a la cocina, donde miró detenidamente a Marta. Había envejecido un poco, pero seguía siendo la misma mujer de cabello blanco y ojos brillantes.


—Siéntate, cariño.


Ella se sentó a la mesa y echó un vistazo a su alrededor mientras su abuela le servía la comida.


—¿Dónde está Delfina?


—Supongo que estará con Juan Cruz, dando los últimos toques a los planes para el festival de mañana. Lo ha estado ayudando, ¿sabes?


—¿Delfina? ¿Y Juan Cruz? ¿Trabajando juntos? —preguntó Paula, arqueando una ceja—. ¿Y no han terminado en el hospital?


Su abuela la miró.


—Al contrario. Parece que se llevan muy bien.


—¿Y Nadia?


—Mariano y ella llegan mañana.


—¿Mariano?


Paula se quedó tan sorprendida que estuvo a punto de atragantarse con el primer bocado. No entendía nada. La última vez que había hablado con Nadia, su hermana le había dicho que el conde no era más que una espina clavada. Aunque, por su tono de voz, había sospechado que había algo entre ellos.


—Sí, parece que está muy enamorada de él —declaró su abuela, mientras le cortaba un poco de pan—. Pero aún no me has dicho nada de tí. ¿Qué tal tu viaje?


Paula bajó la cabeza y miró el plato.


—Bien, muy bien. El señor Alfonso tiene un centro maravilloso, y los niños son encantadores. Le he dejado un CD lleno de fotografías.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 73

 —Te he dejado un CD con las fotografías que he hecho. Están en la mesa del salón —le informó—. Y también te he dejado mi dirección de correo electrónico, por si tienes alguna duda o necesitas que las mejore.


—Gracias —él abrió la puerta y alcanzó su equipaje—. Ten cuidado al salir. Está nevando un poco, y ya sabes que el suelo es resbaladizo.


—Sí, ya lo sé —dijo ella, recordando lo que le había pasado el primer día.


Al llegar a su coche alquilado, abrió el maletero. Pedro guardó el equipaje dentro y dijo:


—Ten cuidado. La autopista estará bien, pero las carreteras secundarias son bastante traicioneras. ¿Llevas tu teléfono móvil?


—Sí, no te preocupes.


—¿Y te dará tiempo de llegar al aeropuerto?


—Supongo que sí. Mi vuelo no sale hasta dentro de varias horas.


Ella entró en el coche y sacó las llaves. Estaba terriblemente nerviosa. Tan nerviosa como él.


—Paula, sobre lo que pasó anoche...


—Lo siento —se disculpó ella, mirándolo fijamente a los ojos—. No debí decir lo que dije. No quería hacerte daño.


—Ni yo a tí. Y no quiero que te vayas de esta forma, con tanta amargura entre nosotros. Quiero que tengas un buen recuerdo de mí.


Pedro se inclinó y, acto seguido, le dió un beso de despedida. Solo iba a ser un beso breve, pero lo alargó un poco más de la cuenta. Exactamente, hasta que ella rompió el contacto y declaró en voz baja:


—Me tengo que ir.


—Lo sé. Ten cuidado —repitió él—. Y disfruta de tu visita a Beckett’s Run.


Ella asintió y arrancó el motor.


—Feliz Navidad, Pedro.


—Feliz Navidad, Paula.


Paula se puso en marcha, y él se quedó pensando en el camino que tenía por delante. Primero, la carretera hasta la autopista; después, el viaje hasta el aeropuerto y, finalmente, el vuelo a Boston. Su coche ya había desaparecido en la distancia cuando se dió cuenta de una cosa: Que ella no había abierto su regalo. Beckett’s Run no había cambiado mucho. Las tiendas eran las de siempre, y hasta la decoración navideña, quizás algo excesiva, parecía la misma. Las calles estaban llenas de luces de colores; los porches de las casas, de guirnaldas; y hasta la estatua de Andrew Beckett, el fundador de la localidad, tenía una corona de flores alrededor del cuello. Unas semanas antes, se habría deprimido mucho con la exagerada demostración de fervor navideño. Pero se alegraba tanto de estar allí que se le llenaron los ojos de lágrimas mientras conducía. Al ver la casa de su abuela, soltó una carcajada. El edificio, de color azul, estaba igual que cuando era una niña. Su abuela había colgado luces en todos los árboles y arbustos, y casi no había un espacio libre sin decorar.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 72

 —Siento que hayamos discutido. Lo siento de verdad. Pero, a pesar de todo, sabes que eres muy importante para mí —afirmó—. Además, te he estado observando esta noche y me he dado cuenta de que eres feliz en Bighorn.


—Olvídalo, Pedro —declaró con voz temblorosa—. Lo nuestro es imposible.


Pedro la miró unos segundos más y, a continuación, sacudió las riendas y tomó el camino de vuelta a la casa. Cuando llegaron, ella bajó y alcanzó la cesta.


—Tengo que llevar los caballos al granero —dijo él.


Ella asintió.


—Buenas noches, Pedro. Gracias por el paseo.


Mientras caminaba, Paula derramó una solitaria lágrima. Odiaba la idea de marcharse de Bighorn; pero, al mismo tiempo, lo estaba deseando. Esperaba que la distancia cerrara la herida que Pedro le había infligido, la herida del amor. Porque se estaba enamorando de él, y él no le podía ofrecer ninguna garantía. Pero, por otra parte, tampoco se las habría aceptado si se las hubiera ofrecido. En el fondo, era perfectamente consciente de que nadie podía garantizar nada.


A la mañana siguiente, Pedro se levantó más pronto que de costumbre para adelantar el trabajo y estar un rato con Paula, que se iba a las once. Cuando entró en la casa, había empezado a nevar. En principio, no nevaba tanto como para que las carreteras se quedaran cortadas, pero pensó que, en cuestión de clima, tampoco había garantías. ¿Cómo era posible que Paula no se diera cuenta? Estaba buscando un imposible. Tenía expectativas que nadie podía cumplir. Estaba ayudando a Rosa a fregar los platos cuando ella apareció con su equipaje. Se había puesto las botas que llevaba cuando llegó al rancho, y el mismo chaquetón de aspecto cálido que, sin embargo, resultaba completamente inútil en un lugar tan frío.


—Ah, ya estás preparada —dijo Rosa, que se secó las manos con un paño.


—Tan preparada como lo puedo estar.


—Tengo algo para tí.


Rosa alcanzó su cuaderno de recetas y arrancó un par de páginas.


—He anotado tus preferidas. No es gran cosa, pero...


—Es perfecto —dijo Paula con calidez—. Cuando eche de menos este lugar, prepararé uno de tus platos y me acordaré de tí. Gracias por todo, Rosa. Has conseguido que me sienta como si estuviera en mi propia casa.


—Cuídate, cariño.


Rosa se acercó a ella y le dió un abrazo.


—Y tú —replicó Paula.


El ama de llaves se giró entonces hacia Pedro y dijo:


—Venga, retírense de mi cocina. Tengo trabajo que hacer.


Pedro supo que Rosa solo quería que se quedaran a solas, y se llevó a Paula al vestíbulo de la casa.


—Espera un segundo. Me pondré las botas y te ayudaré con el equipaje.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 71

 —Te dije al principio que no necesitaba un terapeuta. No soy uno de tus clientes. No he venido aquí para que me psicoanalicen.


—Eso no es justo.


—Es la verdad, Pedro. Eres un terapeuta. Te dedicas a arreglar a la gente, y necesitas que te necesiten. Lo haces con los niños y hasta con Rosa.


Pedro frunció el ceño.


—¿Con Rosa?


Ella asintió lentamente.


—Por supuesto. Necesitaba dinero y le diste un trabajo. No lo puedes evitar. Eres una especie de caballero andante.


—Vaya, no sabía que ayudar a la gente fuera un defecto.


Paula siguió hablando como si él no hubiera dicho nada.


—¿Por qué estás tan obsesionado con salvar a los demás? ¿Por qué, Pedro? ¿Porque no pudiste salvar a tu hermano?


Pedro se quedó tan helado como si le hubiera dado una bofetada, y ella se arrepintió al instante de lo que había dicho.


—Lo siento. Yo...


—No, no lo sientas, Paula —dijo—. Tienes razón, no pude salvar a Pablo. Pero prefiero ayudar a la gente antes que dejarme dominar por el dolor y permitir que el sentimiento de pérdida acabe conmigo.


Paula supo que las palabras de Pedro eran algo más que una confesión. También era una recriminación dirigida a ella. Y pensó que estaba en lo cierto.


—Oh, Pedro... ¿Qué pasaría si me pudieras arreglar? ¿Me abandonarías después? ¿Y qué harías si descubres que no puedes? ¿Rendirte y marcharte?


—No, yo no haría eso nunca.


—Dime una cosa, ¿Cómo es posible que no haya ninguna mujer en tu vida? Sé que serías un gran padre, y me extraña mucho que no hayas tenido hijos.


Él la miró con intensidad.


—¿Qué quieres decir con eso? Supongo que no estoy con nadie porque no he encontrado a la persona adecuada.


—¿Y la encontrarás alguna vez? Afróntalo, Pedro. No eres un hombre libre. Estás casado con tu trabajo, y esos niños son tus hijos. Con la pequeña diferencia de que esos niños te permiten mantener la distancia emocional que necesitas. Si solo eres su terapeuta, no tendrás miedo de perderlos como perdiste a tu hermano.


Él se quedó tan perplejo que Paula supo que había dado en la diana.


—Los has convertido en tu familia para no tener que formar tu propia familia. Y, si no te atreves a arriesgarte tú, ¿Por qué me acusas a mí de hacer lo mismo?


—Yo...


Ella bajó la cabeza. Si hubiera podido, se habría bajado del trineo y habría corrido a su habitación. Pero estaban en mitad de ninguna parte.


—Deberíamos volver a la casa —dijo.


Pedro suspiró.


—¿Para qué? ¿Para que puedas huir otra vez?


—Puede que esta vez no esté huyendo de nada —mintió.


Él la miró a los ojos con ternura.

viernes, 25 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 70

 —Entonces, vuelve.


Él la tomó de la mano y ella lo miró con desconcierto.


—¿Cómo?


—He dicho que vuelvas. Aquí —respondió—. Yo no tengo todas las respuestas, pero no quiero que lo nuestro termine mañana. Sé que hay algo entre nosotros, algo especial. Y sé que tú también lo sientes.


—Claro que lo siento. Pero, como ya he dicho, es temporal.


—¿Y por qué tiene que serlo? —Pedro se giró hacia ella—. Te he visto con los niños y he visto cómo se te ilumina la cara. Sé que lo has pasado mal y que te acostumbraste a desconfiar de todo y de todos porque no quieres que te hagan más daño ni que te vuelvan a decepcionar. Pero también sé lo que siento cuando estoy contigo.


A Paula se le hizo un nudo en la garganta, aunque intentó disimular su emoción.


—Seguro que no es para tanto. Puede que nos hayamos dejado dominar por el espíritu navideño. Algunas personas se ponen sentimentales en esta época.


—No, no es por la Navidad —la contradijo.


Pedro se inclinó y apoyó la cabeza en su frente. Luego, le dió un beso en la nariz y, a continuación, besó sus labios con tanta suavidad y dulzura que Paula se sintió en el paraíso. Sabía a chocolate, a whisky, a la mantequilla de las galletas y a hombre. Una combinación perfecta. Y, por primera vez en su vida, desconfió de la perfección.


—Sé razonable —dijo, después de apartarse—. Solo nos conocemos desde hace diez días.


—Lo sé, y por eso quiero que vuelvas. Para saber si puede haber algo entre nosotros —argumentó él.


Ella sacudió la cabeza.


—Mi trabajo está en Sídney. Mi piso está en Sídney. Mi vida está en Sídney. No puedo marcharme cuando quiera. Tengo obligaciones.


—Solo serían unas semanas. Te vendrían bien unas vacaciones de verdad.


—Y luego, ¿Qué?


Pedro se calló.


—Si estuviera contigo unas semanas más, solo conseguiríamos que la despedida fuera aún más dura —continuó ella—. No saldría bien, Pedro.


—Pero...


—No, escúchame un momento, Pedro —lo interrumpió—. Tú has hecho algo asombroso aquí, algo verdaderamente importante, que forma parte de tu vida. Y tampoco lo puedes abandonar cuando quieras. Pues bien, a mí me ocurre lo mismo. No puedo dejar mi vida y mi trabajo sin tener garantías.


—¿Y necesitas garantías?


—Sí, las necesito —respondió ella—. Vamos, Pedro... ¿Qué pasaría si no funciona? No puedo renunciar a lo poco que tengo. Me quedaría sin casa, sin trabajo, sola. Y no lo podría soportar.


—Entonces...


—¿Sí?


—Podríamos mantener una relación a distancia. Mucha gente lo hace.


Ella sacudió la cabeza.


—Sé realista, por favor. Tú vives en Canadá, y yo en Australia. No es como si viviéramos a unos cientos de kilómetros. Y, distancias aparte, ¿Cuándo nos veríamos? ¿Con qué frecuencia? —preguntó—. ¿Sabes cuánto cuesta un vuelo de Calgary a Sídney?


—Ni siquiera estás dispuesta a intentarlo —la acusó—. Te vas a ir mañana y me vas a eliminar de tu vida, como eliminas a todos los que te decepcionan.


—Eso no es cierto —se defendió Paula—. Yo no elimino a nadie. Son ellos los que me dejan en la estacada. Yo no maté a Vanesa y, desde luego, no les pedí a mis padres que mantuvieran una relación imposible. De hecho, intenté que mi familia siguiera unida. Y ya ves lo que conseguí. Estamos diseminados por todo el mundo. ¡Pero no es culpa mía!


—Lo sé —dijo él en voz baja—. Y ahora, tú también lo sabes.


Paula guardó silencio unos segundos. Se sentía fatal; tan mal que reaccionó de forma agresiva.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 69

 —Suena tan bien... Pero le prometí a mi abuela que iría a Beckett’s Run. Y tengo que ver a mi familia. Me he dado cuenta de que la echo de menos.


Pedro la miró con una sonrisa.


—Vaya, parece que el plan de tu abuela ha funcionado.


Paula se encogió de hombros.


—Sí, está visto que me conoce mejor que nadie. ¿Recuerdas lo que te conté esta mañana? ¿Que llegó un momento en que no pude más y me rendí? Pues bien, perdí mi beca cuando tenía dieciocho años, y me quedé sin nada. Me sentía como si mi vida hubiera terminado. Pero mi abuela vino al rescate.


—Debe de ser toda una mujer.


—Lo es —afirmó ella—. Aquel fue el punto más bajo de mi vida. O, por lo menos, lo fue hasta que...


Paula no terminó la frase.


—¿Hasta la muerte de Vanesa? —preguntó él.


—Sí, hasta que Vanesa murió. Era la primera persona en la que había confiado en mucho tiempo. Éramos como hermanas, y cuando la perdí...


Paula se quedó en silencio, contemplando la aurora boreal, y él lo respetó durante unos segundos.


—Pero no la has llorado como debías. Por eso reaccionaste de ese modo cuando me viste por primera vez.


Ella asintió y dió otro sorbo de chocolate caliente.


—Sí, es posible. Pero no he vuelto a pensar en tu cicatriz, ¿Sabes? Tú eres mucho más que la marca de aquel accidente.


—Lo sé, y puede que tú seas mucho más que las cicatrices que llevas por dentro —replicó Pedro—. ¿No te has parado a pensarlo?


Ella tragó saliva.


—Claro que sí.


—Pero tienes miedo.


—¿Tú no lo tendrías?


Esa vez fue él quien guardó silencio.


—Creo que tienes razón. Creo que no he llorado a Vanesa como debía. Cuando la enterraron, volví a casa y me puse a guardar sus cosas para dárselas a su madre. Y luego, cada vez que volvía a nuestro piso y lo encontraba vacío... —Paula sacudió la cabeza—. La echo mucho de menos. Y estoy tan enfadada...


Pedro le pasó un brazo alrededor de los hombros.


—¿Enfadada con ella, por haberse ido?


—Naturalmente. Porque eso es lo que la gente hace. Te dice que puedes contar con ella y se marcha. No merece la pena.


—Por supuesto que merece la pena. Aunque duela.


—¿Tú crees?


—Mira, dudo que supere el dolor de haber perdido a mi hermano, pero no me imagino mi vida sin el recuerdo del tiempo que estuvimos juntos — respondió con seriedad—. Además, no todo el mundo se marcha.


—Puede que tengas razón... Y puede que me haya dado cuenta aquí, durante los días que he estado en tu casa. Pero ha sido muy poco tiempo. Y ahora tengo que pensar en lo que voy a hacer.


—¿Te refieres a tu familia?


—Sí.


—¿Y qué harás después?


—No lo sé.


Paula fue sincera. No lo sabía. Tenía su trabajo y su piso en Sídney, pero no estarían ni su abuela ni Pedro.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 68

Paula asintió, aunque no sabía lo que pretendía. Pedro sacudió las riendas, pero no la llevó hacia el sitio donde habían estado aquella tarde, sino hacia la formación rocosa adonde habían ido en la motonieve. Tras unos minutos de cómodo silencio, llegaron a su destino.


—No he traído una cena de verdad, pero espero que no te hayas cansado de comer galletas —Pedro se inclinó y alcanzó la cesta, donde también estaba el termo y un par de tazas—. En cuanto al chocolate caliente, me he tomado la libertad de mejorarlo un poco.


Él le sirvió una taza y se la dió. Ella se la llevó a los labios, dió un sorbo y sonrió al notar su ingrediente secreto: un poco de whisky irlandés.


—Umm... Está delicioso —dijo.


El chocolate y la intensidad de las galletas que tomó durante los minutos siguientes la hicieron entrar en calor. Y se relajó tanto que apoyó la cabeza en el hombro de Pedro y se puso a mirar las estrellas.


—El cielo es tan bonito en este lugar...


—Sí, es cierto.


—¿Sabes que en Australia no se ve la Osa Mayor? Ni siquiera tenemos el mismo cielo que aquí, en Canadá.


Aquel pensamiento hizo que se sintiera más sola y desconectada que antes. Le habría gustado saber que Pedro y ella estarían mirando las mismas estrellas cuando se encontraran a miles de kilómetros de distancia, pero no era cierto. Y, aunque lo hubiera sido, la diferencia horaria habría impedido que vieran las estrellas a la vez. Estuvieron en silencio unos minutos, hasta que él señaló un punto del horizonte, situado al Norte.


—Bueno, estoy seguro de que esto no lo has visto en Australia —dijo.


—¿A qué te refieres? —preguntó Paula.


—Tú mira...


—Ya estoy mirando, pero no veo nada particular.


Él sonrió.


—Espera unos momentos... Sí, ahí está.


Fue como si el cielo cambiara de repente. Paula vió una gran mancha blanca, cuyos bordes tenían tonos verdes y amarillos.


—¡Guau! ¿Eso es la aurora boreal?


Pedro asintió.


—En efecto. Tenía la sospecha de que hoy la podríamos ver, porque hace frío, el cielo está despejado y la luna no está completamente llena. Pero es una pena que no estemos más al Norte. En Fort McMurray es increíble. Mucho más grande, y con muchos más colores —le explicó.


—Es preciosa. Fíjate...


Paula se sentía absolutamente embriagada por el espectáculo que estaba viendo. Era como si Pedro fuera brujo y hubiera hecho un hechizo, para conseguir que aquella noche de invierno fuera perfecta. Y le había regalado una aurora boreal. ¿Cómo se podía resistir a un hombre como aquel?


—Me gustaría que no te fueras mañana —declaró él en voz baja—. Me gustaría que te quedaras y conocieras a mis padres. Me gustaría que te despertaras aquí el día de Navidad y desenvolvieras los regalos que te estarían esperando al pie del árbol.


Ella suspiró.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 67

Paula guardó el disfraz de elfo y se puso unos vaqueros y un jersey ancho con bolsillos, en uno de los cuales metió el regalo de Pedro. Sus labios aún sentían un eco del contacto de su mejilla y de la barba postiza de Papá Noel, que no picaba tanto como había dicho. Todo el día había sido desconcertantemente perfecto. Sobre todo, en lo relativo a sus propias emociones, porque se sentía feliz, completa y maravillosamente bien. Por desgracia, la perfección estaba a punto de terminar. Solo faltaban unas horas para que abandonara Bighorn. Y la sensación de fin de fiesta aumentó un poco más cuando llegó a la cocina y vió que Rosa se estaba poniendo el abrigo.


—¿Ya te vas? —le preguntó.


—Sí —contestó el ama de llaves—. Espero que nos veamos por la mañana, para poder despedirme de tí.


Paula se encogió de hombros.


—No te preocupes por eso. No me voy hasta las once.


—En ese caso, nos veremos en el desayuno. Buenas noches, Paula.


—Buenas noches.


Por una parte, Paula ardía en deseos de volver a ver a su abuela; y también a su padre y a su madre, si era que Nadia estaba en lo cierto al afirmar que habían hecho las paces. Pero, por otra parte, lamentaba tener que dejar Bighorn. Una semana antes, habría dado cualquier cosa por marcharse de allí y buscar un alojamiento en un hotel de la zona. En ese momento, no se imaginaba un sitio mejor. Rosa ya se había marchado cuando Pedro entró en la cocina y ella se puso tensa otra vez. Su anfitrión se había puesto el abrigo, y se preguntó si tendría que hacer algún trabajo en el granero.


—Prepárate —dijo—. La noche no ha terminado.


Ella se estremeció.


—¿Ah, no?


Pedro sacudió la cabeza.


—No, ni mucho menos. Tengo algo que enseñarte.


—¿De qué se trata?


—Ya lo verás. Ponte algo para salir. Te espero fuera dentro de cinco minutos.


—Está bien.


Cinco minutos más tarde, Paula salió de la casa. Y lo primero que oyó fue el tintineo de las campanillas. Pedro había preparado el trineo. Ya era noche cerrada, pero la luz de la luna y las estrellas, combinada con el blanco de la nieve, competía abiertamente con la oscuridad. Y a Paula le pareció muy romántico que quisiera salir con ella a esas horas. Su parte más desconfiada le aconsejó que fuera cauta; pero la más apasionada le dijo que disfrutara del momento y aprovechara sus últimas horas en aquel lugar. Al fin y al cabo, ¿Qué había de malo en un poco de romanticismo? No era más que un coqueteo sin importancia. Aunque lo iba a echar de menos. Pedro se sentó en el pescante y la miró.


—¿Vienes conmigo?


—Por supuesto.


Ella subió al trineo y se sentó a su lado. Pedro había llevado una manta para que se taparan las piernas, y había dejado una cesta a sus pies.


—¿Preparada?

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 66

 —La barba de Papá Noel pica.


Él hizo caso omiso del comentario y le dió su regalo.


—No lo abras aquí —susurró.


—Como quieras.


Tras despedirse de los niños, Pedro salió de la casa. Luego, dió un rodeo, volvió a entrar por la cocina, se quitó el disfraz para asegurarse de que no lo viera nadie y subió a su dormitorio, donde se puso unos vaqueros y una camisa. Cuando ya estaba preparado, alcanzó la chaqueta y volvió a salir por la puerta de atrás. Ya solo tenía que entrar por la puerta principal y comportarse como si acabara de llegar, lo cual hizo.


—Hola, chicos. ¿Me he perdido algo?


—Oh, señor Pedro, ¡Papá Noel ha estado aquí! —dijo Abril con entusiasmo.


—¿Papá Noel?


—Sí. ¡Y me ha regalado una muñeca!


—¿Cómo es posible? ¿Ha llegado y se ha ido mientras yo daba de comer a los caballos? No me lo puedo creer.


—Pues es verdad. Y Paula se ha sentado en sus rodillas.


—¿En serio?


—Sí, en serio. ¡Hasta le ha dado un beso!


Pedro miró a Paula, que seguía con el disfraz de elfo, tan bella como antes. Y, cuando sus ojos se encontraron, deseó que la fiesta terminara enseguida; pero solo para pasar a la segunda parte de su plan. Aquella iba a ser su última noche. Ya no verían más películas juntos. No la observaría mientras trabajaba en su ordenador. No se darían más besos en la nieve o junto a un árbol de Navidad. Y, aunque no quería que la noche terminara, ardía en deseos de que empezara. A fin de cuentas, le había prometido un buen recuerdo. Y también quería uno para él. Porque si eso era todo lo que podía obtener de ella, debía ser una noche que no olvidaran nunca.


—Siento habérmelo perdido —dijo a Abril.


Paula apartó la mirada y alcanzó la cámara.


—¡Atención, por favor! Antes de que se marchen, les quiero hacer una foto. Vayan delante del árbol.


Pedro siguió las órdenes que le fue dando, aunque se preguntó cómo era posible que pudiera organizar las cosas con semejante caos. No en vano, siempre había sido una obsesa del orden y la exactitud. Pero antes de que se diera cuenta de lo que pasaba, ella les pidió que sonrieran e hizo la fotografía. Después, todo transcurrió muy deprisa. Los padres se marcharon con sus pequeños y Rosa, Paula y él mismo se dedicaron a limpiar la casa. Al cabo de un rato, Paula se fue a su habitación para quitarse el disfraz de elfo. Pedro se dirigió entonces a la cocina, donde llenó un termo de chocolate caliente y metió un montón de galletas en una cesta. Ya se había hecho de noche y, si su instinto era acertado, la naturaleza les iba a proporcionar un buen espectáculo. Uno que ella no olvidaría.

miércoles, 23 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 65

Sin embargo, se sentó en el sillón que estaba junto al árbol de Navidad y se dispuso a hacerlo lo mejor que pudiera.


—¡Papá Noel tiene un ayudante este año! —anunció—. ¿Reconocen a Paula? ¿A que le queda bien el traje de elfo?


Paula se puso colorada como un tomate, pero carraspeó y dijo:


—Bueno, ya que Papá Noel se ha molestado en hacer todo el camino para llegar a Bighorn, es normal que le echemos una mano, ¿No les parece?


—¡Sí! —exclamaron los niños.


Ella se giró hacia Pedro y le guiñó un ojo.


—Pues, si tan dispuesta estás a ayudar, ¿Me podrías acercar el saco?


—Por supuesto.


Pedro miró a los niños y preguntó:


—¿Quieren que se les de sus regalos? Mis elfos han trabajado todo el año para que los tengáis hoy. Espero que hayan sido buenos.


—¡Lo hemos sido! —afirmó una niña.


Paula se acercó a Pedro con el saco y, tras recibir una indicación de él, sacó el primero de los regalos.


—Aquí dice que esto es para Joaquín —declaró Pedro—. Ven conmigo y te lo daré.


Joaquín, un niño que había sufrido una lesión de espalda cuando tenía tres años, se acercó al supuesto Papá Noel con una gran sonrisa.


—¿Es para mí?


—Pues claro que es para tí.


Durante los minutos posteriores, se dedicaron a repartir el contenido del saco y a hacer felices a un montón de pequeños. Hasta que, al final, Pedro inclinó la cabeza y dijo:


—¡Vaya! ¡Parece que hay algo más!


Paula arrugó el ceño.


—Pero si todo el mundo ha recibido sus regalos —observó.


Pedro metió la mano en el saco y extrajo un paquete.


—No todo el mundo —dijo—. Este es para tí, Paula.


—¿Para mí? —preguntó sorprendida.


—Siéntate en mis rodillas y te lo daré.


—Eh... Bueno, preferiría quedarme de pie, si es posible.


—¡No! ¡Siéntate en sus rodillas! —intervino Abril.


—¡Sí! —gritaron los otros niños—. ¡Que se siente!


Paula miró a Pedro con cara de pocos amigos, pero se sentó en una de sus piernas.


—Esta me la vas a pagar —lo amenazó en voz baja.


—Cuento con ello —replicó del mismo modo, antes de adoptar otra vez la voz de Papá Noel—. ¡Bueno, chicos! ¡He hecho un largo viaje, y creo que me merezco un buen tazón de chocolate caliente!


—¡Eso! —dijo un niño—. ¡Chocolate!


—Aunque será mejor que empiece a cuidar la línea, porque estoy engordando —declaró, dándose una palmada en la barriga—. ¿Y bien, Paula? ¿No vas a dar un beso a Papá Noel? ¿Ni siquiera un beso pequeñito?


Los ojos de Paula brillaron como puñales, pero sonrió tan falsa como dulcemente y le dió un beso en la mejilla.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 64

Momentos más tarde, Pedro cambió de dirección y se dirigió a la casa por detrás.


—¿Te apuntas al siguiente paseo? ¿O tienes demasiado frío?


Ella se sentía tan bien que estuvo a punto de aceptar el desafío. Pero sacudió la cabeza porque no quería estar demasiado tiempo con él. Solo habría servido para que la despedida fuera más dolorosa.


—No, creo que volveré a la cocina, a ayudar a Rosa.


—De acuerdo, pero no olvides que, cuando vuelva a casa, tendremos que interpretar los papeles de elfo y Papá Noel.


Paula se estremeció.


—Descuida. No lo he olvidado.


Pedro detuvo el trineo y le ofreció una mano para ayudarla a bajar. Paula saltó a tierra, pero lo hizo tan cerca de él que las cremalleras de sus chaquetas se tocaron. Y, durante unos segundos, no hicieron nada salvo mirarse a los ojos.


—Será mejor que me vaya —dijo ella, nerviosa.


—Sí, será mejor.


Paula dió media vuelta y se dirigió a la entrada de la cocina, oyendo las risas de los niños que iban a dar el segundo paseo del día. Era un sonido maravilloso, pero también triste. Porque, por mucho que le gustara aquel lugar, por muy bien que se sintiera en Bighorn, no pertenecía a él. Solo estaba allí de prestado. Y cada vez le dolía más. Pedro pensó que estaba preparado para ver a Paula vestida de elfo, pero se equivocaba. Se equivocaba por completo. Tras dejar a los caballos en sus cuadras, entró en la casa para ponerse el disfraz de Papá Noel. Pero, antes de llegar a su habitación, echó un vistazo al dormitorio de ella y la descubrió vestida de verde. Estaba tan guapa como extrañamente sexy, a pesar del ridículo sombrero. Los leotardos enfatizaban la longitud de sus piernas, que parecían interminables. Y los faldones cortos de la chaqueta hacían maravillas con sus muslos. Por fin, entró en el dormitorio, se quitó la ropa y se puso el disfraz de Papá Noel, la barba blanca, el cojín para simular barriga y las botas negras, además del saco rojo que Rosa le había preparado. El saco contenía un dulce y un regalo para cada uno de los niños. No eran gran cosa, pero los habían elegido y envuelto con tanto cuidado como cariño.


—¡Jo, jo, jo! —bramó al llegar al salón.


Todos los niños se giraron hacia él.


—¡Es Papá Noel!


Pedro no estaba muy convencido con el personaje que debía interpretar. Seguramente, era mucho más alto que la mayoría de los Papá Noel; pero esperaba que la barba postiza ocultara la cicatriz, y que su voz sonara tan grave como debía.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 63

Tras unos segundos, se empezaron a oír las primeras notas de un villancico. Pero no fue cosa de Paula, que se mantuvo extrañamente callada, sino de los pequeños.


—¿Te encuentras bien? —se interesó Pedro.


Ella asintió.


—Sí, es que estoy un poco emocionada —le confesó—. Tenías razón. Es un momento verdaderamente especial.


—¿No hacen nada parecido en su casa, es decir, en casa de tu abuela?


Paula se encogió de hombros.


—No. Yo intentaba hacer cosas divertidas, y mi abuela intentaba animar a mis hermanas, pero mis padres siempre estaban reñidos y el ambiente era tan tenso que no resultaba precisamente adecuado para esas cosas.


—Lo siento mucho, Paula.


Ella se volvió a encoger de hombros.


—Las cosas son como son, y no hay que darles más vueltas. Durante un tiempo, intenté desempeñar el papel que le correspondía a mi madre. Pero era demasiado joven y no pude con ello.


—No me extraña. Era demasiada responsabilidad.


—Solo conseguí que Delfina y Nadia se enfadaran conmigo. Yo intentaba ayudar, pero pensaban que me había convertido en una mandona. Y puede que tuvieran razón. Olvidé que necesitaban divertirse —dijo—. Me sentía tan presionada que me volví insoportablemente seria.


—Seguro que exageras.


—No, en absoluto. ¿Recuerdas nuestro juego del otro día, cuando empezamos a lanzarnos bolas de nieve?


—Cómo no.


—Pues no había hecho nada tan espontáneo en muchos años.


Él frunció el ceño.


—Porque te empeñas en planificarlo todo —observó.


—¿Y por qué crees que soy así?


Pedro la dejó hablar.


—Porque de esa manera, no me arriesgo a sufrir ninguna decepción—continuó—. Me han decepcionado muchas veces, y he aprendido a no esperar nada.


Justo entonces, los niños se pusieron a cantar otro villancico.


—Pues espero que esto no te decepcione.


Pedro pasó un brazo por encima del respaldo del pescante. No era como si la estuviera tocando, pero ella se sintió tan bien que se dejó llevar y apoyó la cabeza en su hombro.


—No, no me decepciona. Hoy es un buen día.


Paula fue completamente sincera. En su búsqueda de la perfección, había olvidado lo que se sentía al disfrutar de los placeres sencillos. Estaba tan tensa y tan preocupada que se había olvidado de vivir el momento. Y, de repente, la búsqueda de la perfección no le pareció tan importante. De repente, pensó que quizá se había equivocado al elegir una existencia estéril, siempre planificada, siempre ordenada, lejos de todo lo que merecía la pena. Sin embargo, podía cambiar de vida. Solo tenía que encontrar la forma, y estaba segura de que el viaje a Beckett’s Run le daría unas cuantas ideas.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 62

A pesar de sus esfuerzos y de los esfuerzos de su abuela, no había conseguido que su familia se volviera a llevar bien. En cambio, Pedro había tenido éxito. Y se preguntó si sería consciente de lo importante que era su trabajo. Bighorn no era un simple centro de rehabilitación; era un hogar, una familia que no se basaba en la sangre, sino en el amor. Una familia que estaba unida por el empeño y la dedicación de un vaquero con una cicatriz. Los ojos se le humedecieron peligrosamente, de modo que respiró hondo e intentó mantener la calma. Si no se andaba con cuidado, se rompería en mil pedazos. Y no estaba segura de que luego los pudiera unir.


—¿Preparada para el primer paseo en trineo?


Paula se giró hacia Pedro.


—¿Es que habrá más de uno?


—Con tantos niños, tendremos que hacer dos viajes.


Ella sonrió.


—¿Y tendré un buen asiento?


Pedro le devolvió la sonrisa, encantado.


—El mejor de todos, porque irás sentada conmigo. Pero tendrás que hacer algo más que disfrazarte —le advirtió.


—Oh, no... ¿En que lío me has metido ahora?


—No es nada grave. Solo tienes que cantar villancicos.


—¿Villancicos? —preguntó, desconcertada.


Pedro sacudió la cabeza.


—No me digas que va a ser tu primer viaje navideño en trineo.


—Eso me temo.


—Pues ya es hora de que experimentes ese placer —dijo él—. Pero abrígate bien y ponte unas buenas botas, o te quedarás helada.


Pedro se marchó entonces a organizar las cosas, y ella subió a vestirse. Se volvieron a encontrar al cabo de unos minutos, junto a la entrada de la casa. Él había preparado el trineo y le había puesto el tiro de caballos, que esperaban pacientemente. Uno de ellos sacudió la cabeza en ese momento, haciendo sonar las campanillas.


—¡Señor Pedro! —exclamó Abril, encantada—. ¡Ha puesto campanillas!


Él sonrió y le acarició la cabeza, que tenía enfundada en un gorro de lana.


—Por supuesto que sí. Paula te lo prometió.


Abril se giró hacia ella, sonriendo.


—¡Y ha cumplido su promesa!


Paula soltó una carcajada.


—Claro que la he cumplido. ¿Qué sería un trineo sin campanillas?


Paula se sentó junto a Pedro en el pescante y, tras darle un pequeño codazo, él dijo:


—Le has alegrado el día. Bueno, seguramente se lo has alegrado a todos.


—Y ellos me lo han alegrado a mí.


—Eso es verdad.


Pedro se giró hacia los niños.


—¿Preparados? —preguntó.


—¡Sí! —contestaron al unísono.


Se pusieron en marcha enseguida. Los patines chirriaban sobre la nieve, y Paula se dedicó a disfrutar de la frescura del aire, combinada con el olor de los caballos. Pedro los llevó a ritmo lento hasta que llegaron a una zona llana, donde sacudió las riendas para que los animales se pusieran al trote.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 61

 —Confía en mí —repitió—. Ponte el disfraz. Sé mi elfo. Toma chocolate, come galletas y vuelve a ser una niña durante un rato.


Paula miró el disfraz.


—Si me presto a tu juego, me deberás una.


Él sonrió.


—¿Lo vas a hacer?


—Sí. Pero no por tí, sino por los niños.


—En ese caso, será mejor que vuelvas a la cocina y sigas con las galletas.


—¡Oh, Dios mío! ¡Las galletas!


Pedro la miró con perplejidad.


—¿Qué les pasa?


—¡Que las metí en el horno! ¡Y se habrán quemado!


Ella salió a toda prisa de la habitación, dejando el disfraz sobre la cama. Él sacudió la bolsa de las campanillas y volvió a sonreír al oír su cristalino tintineo. Si aquel iba a ser su último día, se encargaría de que fuera inolvidable. Y ya se preocuparía después de su destrozado corazón. 


Rosa había reaccionado a tiempo y había sacado las galletas del horno, impidiendo que se quemaran; así que Paula se tranquilizó y preparó el resto sin más incidentes. En ese momento estaban tranquilamente en un plato, cubiertas de azúcar glasé. Y estaban tan deliciosas como las de su abuela, como había tenido ocasión de comprobar. A las tres y media de la tarde, empezaron a llegar los primeros invitados. La casa se llenó entonces de ruido, y Rosa se apresuró a sacar el ponche, el chocolate caliente, los dulces y unos cuantos cuencos con frutos secos y patatas fritas. Paula aún no se había puesto el disfraz, y no sabía qué hacer. Sospechaba que le daría un aspecto ridículo, como el de una especie de Peter Pan adulto, en versión femenina. Pero Pedro se lo había implorado, y no se podía negar. Al cabo de un rato, apareció Abril con sus muletas. Paula la vió desde la entrada del salón, que estaba abarrotado de gente, y se le hizo un nudo en la garganta. La pequeña se alegraría mucho cuando viera las campanillas en el trineo. Sería tan feliz como el resto de los invitados, que se reían y charlaban como si estuvieran en el mejor de los mundos posibles. Pero, desgraciadamente, ella no lo estaba.

lunes, 21 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 60

 —Ah, yo también tengo algo para tí —continuó Pedro.


—¿En serio? —preguntó, sorprendida.


Él se encogió de hombros.


—Bueno, no es exactamente un regalo.


—Entonces, ¿Qué es?


—Espera un momento. Iré a buscarlo y te lo explicaré todo.


Pedro hizo un rápido viaje a su habitación y sacó la bolsa que tenía en el armario. No estaba seguro de que aceptara el desafío, pero lo iba a intentar. En primer lugar, porque Hope necesitaba relajarse y hacer cosas divertidas y, en segundo, porque él necesitaba hacer algo para dejar de pensar constantemente en ella. Además, su relación había cambiado el día anterior, cuando se besaron en la nieve. Ya no era la misma. Se había creado un vínculo más intenso, que no alcanzaba a comprender. Y, como faltaban menos de veinticuatro horas para que Paula se fuera, todo tenía un trasfondo triste ydesesperado. Al volver a su dormitorio, le dió la bolsa.


—Esta noche me voy a disfrazar de Papá Noel para dar los regalos a los chicos. Esperaba que me echases una mano.


Ella abrió la bolsa y sacó un sombrero de color verde, con una campanilla en la punta.


—Pero esto es... ¡Un gorro de elfo!


Él sonrió.


—Bueno, Papá Noel necesita elfos.


Ella frunció el ceño.


—Estás de broma, ¿Verdad?


Pedro soltó una carcajada.


—No te quejes. Lo mío es mucho peor. Tengo que ponerme una barba postiza y un cojín debajo de la chaqueta para simular una barriga.


—¿Eres consciente de que solo vine a hacer fotos?


—Sí, lo soy. Pero sé que las cosas han cambiado durante los últimos días.


—¿Qué quieres decir?


Él la tomó de la mano.


—Que ahora hay algo entre nosotros —contestó.


Paula sacudió la cabeza.


—No insistas en eso. Ya te he dicho que lo nuestro es imposible.


—Entonces, ¿No somos amigos?


Ella apartó la mano.


—Tú no estás hablando de amistad. Te refieres a otra cosa.


—Oh, vamos... ¿Nunca has hecho ninguna tontería por el simple placer de hacer algo divertido? —la presionó—. ¿Nunca has visto la cara de un niño cuando se sienta en el regazo de Papá Noel? Estamos en Navidad, Paula. Quiero darles algo que les guste. A fin de cuentas, ya tienen una vida bastante dura. Y también quiero darte algo a tí.


—¿A mí? —Paula dejó el disfraz encima de la cama.


—Sí, a tí.


—¿Y qué me quieres dar?


—Un buen recuerdo. Porque creo que lo necesitas desesperadamente.


Ella no dijo nada.


—Confía en mí, por favor —él alzó una mano y le acarició la mejilla con un dedo—. Aunque solo sea por esta noche.


—Me voy mañana, Pedro.


—Lo sé —dijo él—. Lo sé perfectamente.


Pedro sacudió la cabeza y pensó que quizás estaba cometiendo un error. Paula le gustaba mucho y, si se dejaba llevar por sus sentimientos, saldría malparado. Se iba a ir, y no tenía intención de volver. Las chicas como ella no se quedaban con hombres como él. Se marchaban sin mirar atrás. Pero, a pesar de ello, la deseaba con locura.


Conquistar Tu Corazón: Capítulo 59

Como en otras ocasiones, deseó estar dentro de su cerebro para saber por qué estaba siempre tan tensa. En ese momento ya sabía que no era solo por su difunta amiga Vanesa. Había algo más. Algo que la empujaba a ser increíblemente exigente consigo misma. Paula entró en el vestidor, y él se preguntó qué le habría comprado. No esperaba que le regalara nada; sobre todo, después del largo beso que se habían dado en la nieve. Incluso le había insinuado que no podía sentir nada por un hombre como él. Sin embargo, Blake no se había dejado engañar. Sabía que estaba mintiendo, y que el problema era otro: que no quería sentir nada por él. Lamentablemente, eso carecía de importancia. Fuera por el motivo que fuera, se iba a marchar. Y no la quería perder. Quería que se quedara en Bighorn; quería descubrir si lo que había entre ellos merecía la pena. Por primera vez en mucho tiempo, había permitido que una mujer se asomara a los secretos de su corazón. Paula se había ganado su confianza cuando alzó aquella mano y le acarició la cicatriz con ternura. ¿Se habría enamorado de ella? Pedro no lo sabía, pero lo quería saber. Y no lo llegaría a saber si se marchaba.


—Espero que sea lo que necesitas.


Paula, que había salido del vestidor, le ofreció un paquete con mucho cuidado, como si contuviera el objeto más frágil del mundo. Él alcanzó el paquete y lo abrió con rapidez. Contenía una tira de cuero con un montón de campanillas, que tintinearon.


—Abril dijo que las necesitabas para el trineo, así que...


Pedro la miró a los ojos. Estaban asombrosamente azules con la luz del sol, que llenaba la habitación. Y asombrosamente inseguros. ¿Qué le preocupaba tanto? ¿Que no le gustaran las campanillas? ¿Que no le parecieran apropiadas? En cualquier caso, le emocionó que le hubiera comprado un regalo y que estuviera tan interesada en satisfacerlo.


—Son perfectas. ¿Dónde las has encontrado?


—En un anticuario que está a las afueras de Calgary —respondió—. Pero ¿Estás seguro de que servirán?


Él sonrió.


—Por supuesto que sí. Muchísimas gracias, Paula. Es un detalle que te hayas tomado tantas molestias.


Ella se ruborizó, para satisfacción de Pedro. Cuanto más se abría a él, más le gustaba. Y, en ese momento, con la mancha del delantal y el rubor de sus mejillas, le gustaba más que nunca. ¿Estaría considerando la posibilidad de mantener una relación seria? A decir verdad, ni siquiera se atrevía a planteárselo. Vivían en mundos muy distintos. Ella no podría ser feliz en el campo, y él no podía abandonar Bighorn. Paula tenía razón. No debería haberla besado. Pero no se arrepentía de haberlo hecho.


—De nada —dijo con inseguridad—. Pensé que a los niños les gustaría.


—Y les gustará, no lo dudes.


Ella guardó silencio.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 58

Paula no trabajó aquella mañana. Era el día de la fiesta de Navidad, así que dejó el portátil cerrado y se dedicó a ayudar a Rosa. Iban a preparar ponche para los adultos y chocolate caliente para los niños, además de galletas y pasteles. Mientras el ama de llaves se encargaba de los pasteles, se puso un delantal rojo y verde y empezó a hacer las famosas galletas de su abuela. La había llamado el día anterior para que le diera la receta, y se había quedado sorprendida al saber que Delfina había salido a ver a Juan Cruz Carson. Se preguntó si Juan Cruz saldría con vida de esa reunión; pero no dijo nada al respecto, porque su abuela parecía satisfecha. Derritió chocolate y, a continuación, preparó la masa. Rosa había encendido la radio, y estaba tarareando una canción.


—Buenos días.


Era Pedro. Acababa de entrar en la cocina, con las mejillas rojas por el frío y una sonrisa en los labios.


—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? —continuó, mirando a Paula—. ¿Te has puesto un delantal? No sabía que te gustara ese tipo de moda.


—Pues ya lo sabes.


—¿Y qué estás haciendo?


—Las galletas de chocolate de mi abuela. Están para morirse, pero ya lo verás.


—¿También sabes de pastelería?


—Desde luego. Soy una caja de sorpresas.


—¿Ah, sí? —dijo con humor.


Pedro le robó una de las galletas que ya había preparado y le dió un mordisco. Paula notó que se le había quedado un poco de chocolate en el labio, y deseó limpiárselo con un beso. Pero se había prometido a sí misma que se iba a refrenar; y, por otra parte, Anna estaba presente.


—Tienes un poco de...


Paula señaló el problema, y Pedro se pasó la lengua por los labios.


—Gracias.


Ella se encogió de hombros y metió las galletas en el horno. Después, se lavó las manos y se las secó con un paño.


—Ah, por cierto, tengo un regalo para tí.


—¿Un regalo?


Ella asintió. Estaba nerviosa, y ni siquiera sabía por qué.


—Sí, pero tendrás que venir conmigo.


—Eso está hecho.


Paula se giró hacia Rosa, que estaba enfrascada en sus pasteles, y dijo:


—Vuelvo enseguida.


Cuando salieron de la cocina, Paula se intentó tranquilizar con el argumento de que solo estaría diez minutos con él, y de que en diez minutos no podía pasar nada importante. Pero no estaba nada segura. Pedro la siguió hasta su dormitorio, que no había pisado desde el día en que ella llegó a Bighorn Therapeutic Riding. La cama estaba hecha y el resto de la habitación, tan ordenado como limpio. Hasta se había molestado en alinear el portátil, que descansaba en una mesa, con la esterilla del ratón. Definitivamente, era una perfeccionista compulsiva. Pero eso no le interesó tanto como el hecho de que estuviera nerviosa. Casi no lo miraba, y la tensión de sus hombros era evidente. Volvió a mirar el delantal que llevaba y, al ver una mancha de chocolate, sonrió. Se había quedado sorprendido al verla en la cocina, preparando galletas. Siempre era tan elegante y aristocrática que verla literalmente con las manos en la masa le había parecido de lo más interesante. Era como si, por una vez, se hubiera puesto a la misma altura que el resto de los mortales. ¿Se estaría relajando por fin? Pedro esperaba que sí, porque lo necesitaba con más urgencia que nadie.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 57

 —No, no es posible...


—¿Por qué no, Paula?


—Porque sería un error. Y nos arrepentiríamos más tarde.


Pedro sacudió la cabeza.


—No sé si sería un error, pero sé que tú lo deseas tanto como yo.


Paula no dijo nada. Él le acarició la mejilla con los labios, y ella se preguntó por qué tenía que ser tan encantador.


—Somos adultos —continuó él—. Adultos que se desean y que tienen una casa vacía a su disposición.


—Pedro, estoy a punto de marcharme.


Él suspiró.


—Lo sé. No dejas de recordármelo —dijo en tono de recriminación—. Y no entiendo el motivo, la verdad. Hacer el amor no es nada malo.


—Pero solo serviría para empeorar las cosas.


—¿Empeorar las cosas? ¿De qué estás hablando? —le preguntó—. ¿Es que tienes miedo de enamorarte?


—¿Enamorarme de tí? No, por supuesto que no —contestó ella con firmeza.


La mirada de Pedro se volvió repentinamente fría, y Paula se dió cuenta de que la había malinterpretado. Sus palabras habían sonado tan vehementes como si quisiera dar a entender que no podía sentir nada por un hombre como él. Pero no era eso lo que quería decir. Sencillamente, estaba asustada. Su experiencia sexual dejaba bastante que desear. Había tenido muy pocas relaciones amorosas y, por si eso fuera poco, habían sido un desastre.


—Muy bien. Como quieras.


Pedro se incorporó y le ofreció una mano para ayudarla a levantarse. Ella quiso sacarlo de su error y decirle que todo había sido un malentendido, pero no se atrevió. No le podía confesar sus verdaderos sentimientos. Al final, aceptó la mano con una mezcla de alivio y arrepentimiento y se puso en pie.


—Pedro, por favor...


—¿Sí?


—Tienes que comprenderlo. Me voy a entristecer mucho cuando me vaya el domingo. Y, si me acuesto contigo ahora, me dolerá más.


—¿Doler? ¿Por qué te tiene que doler?


A ella se le encogió el corazón.


—¿Necesitas que lo diga en voz alta? ¿Es que no lo has entendido todavía?


Pedro guardó silencio, y ella sacudió la cabeza.


—No quiero que nos volvamos a besar —prosiguió—. A partir de ahora, mantendremos las cosas en un terreno estrictamente profesional.


Él arqueó una ceja.


—¿Estás hablando en serio?


Ella asintió.


—Si te importo algo, haz lo que te pido.


Pedro frunció el ceño.


—De acuerdo. No nos volveremos a besar en la nieve.


—Ni en ninguna parte —dijo ella.


—Ni en ninguna parte —repitió él.


—Gracias.


Paula se dirigió hacia la casa, intentando convencerse de que había hecho lo correcto y de que tenía motivos para sentirse aliviada. Y se sentía aliviada; pero también, decepcionada. Tenía que salir de allí tan pronto como fuera posible. Tenía que marcharse de Bighorn y volver a Sídney, a su vida de costumbre, a sus rutinas. Desde luego, era una vida mucho menos complicada y dolorosa, el tipo de vida que siempre le había gustado. Pero sospechaba que ya no le iba a gustar tanto.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 56

Paula terminó tumbada encima de él, en una posición que no era precisamente digna. Y, para empeorar las cosas, los jugadores de hockey no dejaban de reírse y aplaudir.


—Pedro... —dijo ella, en tono de advertencia.


Él la miró a los ojos y le puso una mano en la nuca.


—Lo siento, Paula. No lo puedo evitar.


Acto seguido, le bajó suavemente la cabeza y la besó. Los labios y la nariz de Pedro estaban fríos, pero Paula se dijo que su boca era más cálida y dulce que nunca. Aunque había tomado la decisión de no dejarse arrastrar por el deseo, no tuvo más opción que traicionarse a sí misma y limitarse a disfrutar del momento. Al cabo de unos segundos, él cambió de posición y ella se encontró súbitamente debajo, con la espalda contra la nieve.


—Hace días que no deseo otra cosa que besarte —declaró Pedro en un susurro—. Me he intentado resistir, pero eres una tentación demasiado fuerte, Paula Chaves.


Ya no la besaba. Solo la miraba. Y ella lo miraba a él, como si fuera víctima de un hechizo. Paula pensó que estaba a punto de soltarla, pero Pedro volvió a asaltar su boca y a desatar su pasión de un modo increíblemente eficaz. Esa vez, tampoco intentó detenerlo. No quería. Era demasiado perfecto, demasiado maravilloso. Se sentía como si cualquier cosa fuera posible. Se sentía fuerte, bella, deseable, viva. Estaba tan excitada y tan concentrada en su boca que apenas fue consciente del ruido de la gente que subía a sus coches, cerraba las portezuelas y se marchaba de allí. Casi no podía pensar, y la poca razón que le quedaba se dedicó a decirle que continuaran con sus besos en el interior de la casa, donde estarían más cómodos y se podrían quitar la ropa. Sabía que habría sido espectacular. Lo sabía de forma instintiva, pero también porque él la estaba acariciando en ese momento con una mezcla de hambre y dulzura que desató un fuego incontenible en su interior. Solo tenía que decir una palabra; solo eso. Una palabra y Pedro Alfonso sería suyo. Pero ¿Era lo que quería? Insegura, dejó de besarlo. Pedro alzó la cabeza un poco y la miró de nuevo mientras ella pensaba que, a pesar de la cicatriz, era el hombre más atractivo que había visto nunca. Y un hombre que le importaba de verdad. Un hombre que había traspasado todas sus defensas y se había ganado su cariño.


—¿Qué ocurre? —preguntó él.


—Nada.


Él frunció el ceño.


—Dímelo, Paula.


—No puedo seguir.


A Pedro le brillaron los ojos.


—Si quieres, podemos continuar dentro de la casa. Estoy seguro de que Rosa ya se habrá marchado.


—No se trata de eso.


—¿Entonces?


—Es que...


Pedro la miró con deseo.


—Quiero estar contigo. Quiero estar contigo en el sentido más profundo posible, aunque solo sea por una vez. Nunca había conocido a nadie como tú.


Paula deseó aceptar el ofrecimiento. Lo deseó con todas sus fuerzas. Pero, como tantas otras veces, su miedo fue más fuerte.

viernes, 18 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 55

Echó un vistazo a su ordenador, volvió a mirar por la ventana y, acto seguido, alcanzó la cámara que tenía en el bolso. Después, subió a su habitación, se puso una chaqueta y unas botas y salió de la casa; pero no se dirigió a la pista, sino a uno de los cercados. Desde allí, podría hacer todas las fotografías que quisiera sin que Pedro reparara en su presencia. Hizo fotos durante una hora. De los jugadores que iban y venían sobre la dura superficie helada; de sus gestos de alegría al marcar un gol y, sobre todo, de Pedro, que se reía a carcajadas cada vez que hacían una jugada particularmente buena. Y, cuando él se reía, ella se sorprendía sonriendo. No se había dado cuenta hasta entonces, pero su risa la hacía feliz. Y aquello la llevó a otra revelación: Que por muchas lágrimas que hubiera derramado durante los días anteriores, también se había reído mucho más que en muchos años. En Bighorn se sentía viva. Y lo iba a echar de menos. Esa fue la mayor sorpresa de todas. Jamás se habría imaginado que le gustara vivir en un sitio tan aislado como el rancho de Blake. No había más casas en varios kilómetros a la redonda. Cada vez que necesitaban comprar algo, tenían que subirse al coche. Y la ciudad más cercana se encontraba a casi una hora de viaje. Pero no era solo por el sitio. De hecho, ni siquiera era fundamentalmente por el sitio. Bighorn le gustaba tanto porque era el hogar de Pedro. Siguió haciendo fotografías durante un rato, hasta que, en determinado momento, cuando ya habían terminado de jugar, él alcanzó la bolsa donde había guardado sus pertenencias y se giró hacia el cercado. Paula no tuvo que usar el zoom de la cámara para saber que la había visto. Lo supo por su sonrisa. Y porque, luego, empezó a caminar hacia ella.


—¿Estabas haciendo fotografías?


Paual guardó la cámara y se dirigió a la casa, pero él la siguió.


—Por si no lo recuerdas, es mi trabajo.


Pedro se detuvo de repente, se inclinó un momento e hizo una bola de nieve, que sostuvo en la mano.


—Pero no has pedido permiso a los jugadores —dijo con humor.


Paula miró la bola y supo lo que iba a pasar.


—No te atrevas a...


—¿A qué? —preguntó él, sonriendo.


—Lo digo en serio, Pedro. No me tires esa...


Pedro le lanzó la bola, que le dió en el brazo.


—Maldita sea...


Paula ya no tenía más remedio que defenderse, así que hizo una bola con tanta rapidez como le fue posible y se la tiró; pero pasó por encima de la cabeza de Pedro, que soltó una carcajada y contraatacó al instante. Esa vez, su disparo la alcanzó en el pecho. Y, por segunda vez, Paula volvió a fallar. Ya se inclinaba para hacer otra bola de nieve cuando él corrió hacia ella y cerró los brazos alrededor de su cuerpo, inmovilizándola.


—¡Suéltame! —protestó.


Paula intentó liberarse, sin éxito. Solo consiguió que él se riera con más fuerza.


—¡Duro con ella, Pedro! —gritó uno de los chicos.


Enrabietada, Paula puso un pie detrás de una de las botas de Pedro y, a continuación, lo empujó con fuerza. Tal como suponía, su enemigo cayó hacia atrás como un árbol cortado. Pero la agarró de la chaqueta y la arrastró al suelo.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 54

Momentos después, alcanzó la pala que había dejado momentáneamente en el suelo y se dirigió al granero. Paula no pudo negar que era un hombre muy sexy. Nunca le habían gustado los hombres duros y fornidos, pero la dureza de Pedro era diferente; combinada con su inteligencia y su sensibilidad, tenía un efecto devastador. Cuando llegó la hora de comer y él volvió a la casa, tuvo que hacer un esfuerzo para mantener sus hormonas bajo control. Por suerte, Rosa solo había preparado unos sándwiches, de modo que tomó el suyo y se lo comió a toda prisa antes de levantarse a sacar la ropa de la lavadora.


—Siento las prisas —dijo él, mientras daba buena cuenta de su sándwich—. Los chicos llegarán en cualquier momento.


—¿Los chicos?


—Sí, para el partido de todas las semanas. Normalmente, lo hacemos el domingo; pero están de vacaciones, así que lo hemos adelantado al sábado —le explicó—. Puedes verlo si quieres. Vendrá Lucas, el hijo de Rosa.


Pedro se comportaba con absoluta naturalidad, como si ya no se acordara del beso que se habían dado. Era como si no hubiera pasado nada en absoluto, y Paula no supo si sentirse aliviada o rabiosa. Cuando terminó con la lavadora, volvió a la mesa e intentó seguir trabajando, pero no lo conseguía. Le molestaba enormemente su actitud. ¿Es que no sentía nada? ¿Es que no era importante para él? Pero, por otra parte, quizás estaba exagerando. Cabía la posibilidad de que hubiera construido todo un castillo de naipes a partir de unas ensoñaciones sin sentido que él no compartía.


—No sé —dijo, en respuesta a su invitación—. Tengo mucho trabajo, y necesito preparar las fotografías para la campaña de publicidad.


Él se encogió de hombros.


—Como quieras.


Pedro salió de la casa al cabo de un rato, y Paula dejó escapar un suspiro. Poco después, oyó el zumbido de una motonieve y, a continuación, los motores de varias camionetas, que rompieron definitivamente su ya escasa concentración. Tras dejar el trabajo por imposible, se levantó y se acercó a la ventana. Primero, instalaron porterías en los dos extremos de la pista, ante la mirada de la gente que se había sentado en los troncos; luego, los chicos comenzaron a calentar y practicar lanzamientos y, por último, empezaron el partido. Todos eran adolescentes, y bastante altos; aunque Pedro destacaba sobre los demás en altura y en habilidad técnica. Durante los primeros minutos, no tuvo muchas ocasiones; pero luego vió un hueco que Paula también vió y avanzó como un rayo sobre sus patines, hasta introducir el disco en la portería contraria. Ella estaba tan emocionada para entonces que soltó un grito. Hacía tiempo que no veía un partido de hockey, pero había pasado unos cuantos años en Massachusetts y se había hecho seguidora de los Bruins. Conocía bien el juego; lo justo para saber apreciar sus tácticas y movimientos.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 53

Mientras echaba un vistazo al GPS del vehículo, frunció el ceño. Se había ido del rancho para no pensar en Pedro Alfonso. Y, en lugar de no pensar en él, había estado tan presente en su día que lo había invadido todo. No lo podía evitar. Y no se trataba de que le gustara físicamente. Era que le gustaba por dentro. Cuando estaba cerca, se sentía como si alguien hubiera encendido una luz en su interior, cálida y brillante. Se estaba enamorando de él, y lo sabía. Pero, como bien había dicho a Nadia, no tenían ningún futuro. Ella no estaba dispuesta a dejar Sídney sin más razón que un encaprichamiento. Y la idea de mantener una relación a distancia le parecía ridícula. Solo tenía que resistirse a la tentación durante unos cuantos días. No podía ser tan difícil. Arrancó, tomó la calle Macleod para dirigirse al sur y suspiró. Aún faltaba la prueba de la fiesta de Navidad, pero habría mucha gente y Pedro estaría tan ocupado que, con toda seguridad, no tendría tiempo ni para saludarla. Desgraciadamente, eso no hizo que se sintiera mejor. Bien al contrario, se sintió peor que antes.


Durante el día siguiente, Paula intentó mantenerse lejos de Pedro. Cuando se levantó, puso una lavadora, envolvió los regalos y no bajó a desayunar hasta que vio que salía de la casa y se dirigía al granero. Tras tomarse un café y unos cereales, metió la taza y el cuenco vacíos en el lavavajillas y encendió el ordenador. Quería echar un vistazo a sus últimas fotografías, elegir unas cuantas y empezar a editar. Necesitaba diez o doce para que él las usara en los folletos y en la página web de Bighorn. Sin embargo, no tardó en comprobar que su anfitrión tenía más problemas de lo que se imaginaba. Su página web era un desastre. Pedía a gritos un diseño nuevo, algo que contuviera el alma del lugar y vendiera bien las muchas virtudes del centro de rehabilitación. De hecho, conocía a unas cuantas personas que la podían arreglar; y hasta ella misma, que no era precisamente especialista en diseño de páginas web, la podría haber mejorado. Pero no iba a estar allí para mejorarla. Y sospechaba que Pedro se negaría a gastar dinero en un diseñador. Poco después de las doce, apartó la vista de la pantalla y se frotó los ojos. Luego, miró por la ventana y vió que Pedro iba de un lado a otro con una pala gigantesca. Extrañada, se levantó de la silla y se acercó al cristal. Estaba retirando la nieve y haciendo una especie de pista junto a la que había colocado dos grandes troncos, con la evidente intención de que la gente se sentara en ellos.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 52

Tras dar unas cuantas vueltas, compró un pañuelo y unos guantes a su abuela y un libro sobre vidrieras antiguas a Nadia. Vió unas cuantas cosas que le gustaron, y hasta estuvo a punto de comprar un sujetador y unas braguitas de color verde esmeralda en una tienda de lencería, pero desestimó la idea porque no los necesitaba; y porque no tenía intención de lucirlos en un futuro inmediato. A pesar de ello, le faltó poco para cambiar de opinión. Y, por supuesto, fue por culpa de Pedro; porque no había olvidado el destello de sus ojos cuando la besó. ¿Por qué se resistía a acostarse con él? Suspiró, volvió a mirar el conjunto de lencería y siguió adelante, decidida a comprar el último regalo para la familia, el más difícil de todos: El de Delfina. ¿Qué se le podía comprar a una mujer que siempre estaba viajando? ¿Qué se le podía comprar a una mujer que vivía pegada a una maleta? Al final, entró en una galería y le compró un cuadro pequeño, con un bosquecillo que terminaba en un río. Se lo compró porque le recordaba mucho los veranos en Beckett’s Run. Tenía los mismos colores suaves, y el mismo ambiente de nostalgia. Cuando lo llevó al mostrador y sacó la tarjeta para pagarlo, lo miró de nuevo y se le encogió el corazón. Sus hermanas no la habían dejado nunca en la estacada; pero ella las había abandonado o, más exactamente, se había abandonado a sí misma. No le extrañaba que Delfina estuviera enfadada con ella. Tenía buenos motivos.


Momentos después, Paula salió de la galería y se internó un poco más en el centro de Calgary. Sus pasos la llevaron a una tienda de ropa vaquera, a la que entró porque el olor le recordaba a Pedro. Su mundo estaba hecho de esas cosas. Botas, cuero, pantalones vaqueros y cinturones de hebillas anchas. En principio, solo le iba a comprar las campanillas para el trineo. Pero ¿Qué había de malo en tener un pequeño detalle con él, un gesto de agradecimiento? Al fin y al cabo, estaba viviendo en su casa y comiéndose su comida. Pasó la mano por una camisa roja, de manga larga, y se dijo que le quedaría maravillosamente bien. Enfatizaría la anchura de sus hombros, y sería un buen contrapunto para los ojos azules que se habían clavado en ella cuando la besó junto al árbol de Navidad. Además, no era para tanto. Solo era una camisa. No significaba nada. Nada convencida, alcanzó una camisa de su talla y eligió un broche plateado, con una turquesa, para la mujer que se encargaba del mantenimiento de la casa y de casi todas las comidas, Rosa. Era lo menos que podía hacer. Si compraba un regalo a su anfitrión, tenía que comprar un regalo a su anfitriona. Diez minutos más tarde, salió cargada de bolsas y se sentó en la terraza de una cafetería, donde pidió un bocadillo y un café. El día era fresco, pero no frío; y se dedicó a mirar a los chicos que patinaban y las estructuras que se habían construido para las entregas de medallas durante los juegos olímpicos de invierno, que el año anterior se habían celebrado en Calgary. Le encantaba aquel lugar. Tenía la vida y el movimiento de una gran ciudad, aunque sin llegar a ser excesivo. Y solo estaba a una hora de las montañas. A una hora de Pedro. Incómoda con la dirección que habían tomado sus pensamientos, pagó la cuenta y se dirigió a su coche. Aún tenía que comprar las campanillas del trineo, y llegar a Bighorn antes de la hora de la cena.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 51

Pero, por mucho que la deseara, no la iba a detener. En primer lugar, porque no sabía lo que quería de ella, más allá de llevarla a la cama; y, en segundo, porque Paula tenía razón: Estaba a punto de marcharse, y no existía la menor posibilidad de mantener una relación seria. Además, se alegraba de que lo dejara en paz durante unas cuantas horas. Cada vez que veía una marca de carmín en una taza u olía su champú en el cuarto de baño, después de que se hubiera duchado, se volvía loco.


—Conduce con cuidado. Y diviértete.


Ella lo miró de forma extraña y volvió a sonreír.


—Claro.


Paula se marchó y él volvió al trabajo. Pero no se la podía quitar de la cabeza. Y, sobre todo, no sabía qué hacer.


Paula se dirigió al centro de Calgary, con la esperanza de llegar pronto y de terminar las compras antes de la hora de comer. Además, tenía que pasar por un sitio en el camino de vuelta, y estaba bastante alejado. Después de buscar y buscar por Internet, había encontrado el regalo perfecto para Pedro Alfonso; un regalo que le sorprendería: Las campanillas que necesitaba para el trineo. Conociéndolo, era posible que se negara a aceptar el regalo; pero, en tal caso, le diría que lo había comprado para Abril. A fin de cuentas, la idea había sido de la niña, que había insistido en que pusiera campanillas al trineo. Estacionó el coche, bajó del vehículo y, tras cerrarse la bufanda alrededor del cuello, empezó a caminar. La calle estaba llena de gente, pero le encantó. Echaba de menos la energía de la ciudad. Al llegar a un cruce, se detuvo y esperó a que el semáforo se pusiera en verde. Mientras esperaba, se acordó de la formación rocosa donde había estado con Pedro, un lugar inmensamente tranquilo y silencioso, perfecto para que una persona estuviera a solas con sus pensamientos. Y se preguntó si no habría demasiado ruido en su vida; tanto ruido que ni siquiera se oía a sí misma. El semáforo se puso en verde, y ella siguió su camino. Pero ¿Adónde se dirigía en realidad? Ya no estaba segura. Sospechaba que, después de haber pasado por Bighorn, su antigua existencia no le gustaría demasiado. ¿Y en qué lugar le dejaba eso? Mientras caminaba por la Stephen Avenue, una calle peatonal, sacó la cámara y se puso a hacer fotografías de las tiendas, decoradas con motivos navideños. Estaban preciosas, y supuso que lo estarían aún más de noche, cuando encendieran todas las luces. Pero, al pensar en la belleza de aquel sitio, se acordó de Pedro y lamentó que no estuviera allí, paseando con ella, agarrándole la mano. Disgustada, abrió el bolso y guardó la cámara en su interior. No había ido a Calgary para dejarse llevar por sus ensoñaciones, sino a buscar regalos para la familia.

miércoles, 16 de abril de 2025

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 50

 —Sí, no voy a negar que suena poco práctico. Y es obvio que nuncate han gustado los riesgos —comentó su hermana.


Paula suspiró e intentó cambiar de conversación.


—¿Y tú? ¿Cómo lo llevas con el conde?


—Oh, no, nada de eso. Me has llamado tú, así que vamos a hablar de tí, no de mí.


—Venga ya...


—Aunque, por otra parte, deberíamos hablar en otro momento. Esta llamada te va a costar una fortuna.


Paula supo que solo mencionaba el coste de la conferencia porque no quería hablar de su relación con Westerham. Sin embargo, no quiso presionarla.


—Sí, pero me alegro de haberte llamado —afirmó—. Nos veremos dentro de unos días, ¿De acuerdo?


—De acuerdo.


—Buenas noches, Nadia.


—Buenas noches, Paula.


Paula cortó la comunicación y dejó el teléfono móvil en la mesilla. Definitivamente, había hecho bien al llamar. Por retomar el contacto con su hermana y porque necesitaba expresar en voz alta lo que sentía por Pedro. En ese momento estaba más convencida que nunca de que su relación estaba condenada al desastre. Sus padres habían cometido el enorme error de casarse cuando apenas se conocían, y ese error lo habían pagado ella, sus hermanas y, por supuesto, sus propios padres. De hecho, no albergaba ninguna esperanza sobre su encuentro en Beckett’s Run. Y esperaba que Nadia tampoco se hiciera ilusiones. En cuanto a Pedro, sería mejor que lo olvidara. Una relación de unos pocos días no era base para una relación seria, en el caso de que hubiera sido posible. Y no se atrevía a tener una aventura con él. Pero aún quedaba la fiesta de Navidad, así que tendría que armarse de valor y hacer un esfuerzo por mantener las distancias. De lo contrario, los dos terminarían con el corazón roto.


Pedro se giró al oír pasos en el granero. Sabía que no podían ser sus clientes, porque faltaba media hora para la primera cita; y, por otro lado, habría reconocido el sonido en cualquier parte: eran las botas de tacón alto de Paula, las que llevaba el día en que llegó al rancho. Un calzado ridículamente inútil para el campo y para el clima de Bighorn. Pero maravillosamente sexy.


—Te has levantado pronto.


—Solo he venido a decirte que estaré fuera todo el día. Aún no he comprado los regalos de Navidad para mi abuela y mis hermanas, y no quiero tener que comprarlos en el aeropuerto, cuando me vaya.


—Te comprendo perfectamente. No son sitios para comprar regalos con estilo.


Ella sonrió.


—No, no lo son. Y tampoco los puedo comprar en Beckett’s Run, porque llegaré en Nochebuena y ya lo habrán vendido todo.


Pedro era consciente de que los regalos eran una excusa para alejarse de él. Las cosas estaban bastante tensas desde que le había dado ese beso, y sus intentos por mejorar el ambiente no habían servido de nada.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 49

A Paula no le extrañó que hubiera hecho una pausa antes de decir «Papá». Nadia se había hundido al saber que no era hija de Miguel, como Delfina y ella, sino de otro hombre. De hecho, aquel asunto fue lo que destruyó definitivamente el matrimonio de sus padres. Miguel no lo pudo soportar.


—Dios mío... Menuda situación.


—Por lo visto, no va a ser tan terrible como parece.


Paula frunció el ceño, desconcertada. ¿Nadia estaba insinuando que sus padres habían hecho las paces?


—Me alegra que hayas llamado —continuó Nadia—. Así estarás sobre aviso.


Paula guardó silencio durante unos segundos. No estaba segura de querer que sus padres volvieran a abrir la caja de Pandora de su antigua relación. Pero tampoco quería hablar de ello. Era demasiado complicado.


—¿Delfina lo sabe? —preguntó a Nadia.


—No lo sé.


Paula se volvió a quedar en silencio; y, cuando por fin lo rompió, no fue precisamente para retomar la conversación sobre sus padres.


—Escucha, Nadia... Solo te he llamado para decirte que...


—¿Para decirme qué, Paula?


—Que lo siento —respondió con inseguridad—. Cometí un error al desentenderme de la familia. Me habría gustado que mantuviéramos una relación más estrecha. Al fin y al cabo, somos hermanas.


—No te preocupes por eso. Lo intentaste con demasiado ahínco. Eso es todo —dijo con voz cálida—. Hiciste lo posible por desempeñar el papel que le tendría que haber correspondido a mamá, y no nos portamos muy bien contigo.


—Tú no hiciste nada. Nunca fuiste tan implacable como Delfina.


—Yo no diría eso. Simplemente, tenemos personalidades distintas y reaccionamos de forma distinta —observó Nadia—. Además, yo tengo tanta culpa como cualquiera. Me cansé de mediar entre Delfina y tú y me marché.


Paula, que se había emocionado un poco, habló con voz temblorosa.


—Tengo muchas ganas de verte, ¿Sabes?


Nadia soltó una carcajada.


—Y yo de verte a tí. Dios mío, no sé quién será ese Pedro, pero debe de ser increíble para que haya provocado todo esto.


Paula se ruborizó sin poder evitarlo.


—Solo me hace pensar. Nada más.


—¿Y dónde está el problema? Por lo que dices, es evidente que te interesa. Entonces, ¿Por qué no le das una oportunidad?


La respuesta a esa pregunta era tan larga y complicada que Paula decidió darle la versión más corta posible.


—Porque me voy dentro de unos días, y porque apenas lo conozco. Si quisiera algo serio con él, tendría que dejar Sídney o mantener una relación a distancia. ¿Y en qué estaría basada? ¿En diez días de aventura en un rancho? No... Sería una locura.

Conquistar Tu Corazón: Capítulo 48

 —Qué alivio.


Paula suspiró y se apoyó en los cojines de la cama.


—Me estaba preguntando una cosa... ¿No te parece sospechoso que la abuela nos pidiera que hiciéramos un favor a viejos amigos suyos? A tí, te pidió que fueras a arreglar esa vidriera... Y a mí, que hiciera fotos en un rancho. Sin mencionar el hecho de que haya pedido a Delfina que vuelva a Beckett’s Run.


—No sé si te entiendo.


—Creo que nos ha tendido una trampa. Ha pensado que las tres necesitamos...


—¿Hombres?


—Sí —respondió Hope con vehemencia—. Sabes que Delfina verá a Juan Cruz cuando vaya a Beckett’s Run, ¿Verdad? Y ese tipo con el que estás, ese Mariano... ¿Qué es para tí?


Nadia suspiró.


—¿Te refieres a lord Westerham? No es más que una espina clavada.


—Sí, eso tenía entendido —Paula se sentó en mitad de la cama con las piernas cruzadas—. Pedro me está volviendo loca.


—¿En el buen sentido? ¿O en el malo?


—¿Tengo que decirte la verdad?


Nadia se rió.


—Bueno... Necesito un poco de diversión —dijo—. ¿Qué ha pasado?


—Que nos besamos. Nada más.


—¿Nada más? —preguntó con retintín.


—Eso es lo que he dicho.


—¿No te has acostado con él?


—No.


Su hermana volvió a reírse.


—¿Y te preocupas tanto por un simple beso? No quiero ni imaginarme lo que diría Delfina si lo supiera.


Paula pensó que tenía razón. La atrevida, incontenible y libre Delfina, que ni siquiera se habría inmutado por tan poca cosa. Y en ese momento, cayó en la cuenta de algo tan extraño como importante. Envidiaba a su hermana pequeña. La envidiaba y la admiraba. Delfina no había sentido el peso de tener que cuidar de la familia, y había crecido sin traumas, dispuesta a vivir la vida como quisiera y sin tener que disculparse ante nadie. De las tres hermanas, Delfina era la más valiente. E, indiscutiblemente, mucho más valiente que ella.


—¿Paula? ¿Sigues ahí?


—Sí.


—¿Te encuentras bien? —volvió a preguntar Nadia con preocupación—. Me extraña que me hayas llamado a estas horas.


—Es que he estado pensando en nosotras, en cuando éramos niñas. Tuvimos épocas buenas, ¿Verdad? Sobre todo, en casa de la abuela.


—Sí, por supuesto que sí.


—Reconozco que me molestó lo de tener que ir a Beckett’s Run a pasar las Navidades, pero ahora lo estoy deseando. ¿Y tú?


Nadia volvió a suspirar.


—Paula, hay algo que tienes que saber antes de volver a casa.


Paula se puso tensa.


—¿De qué se trata?


—De mamá. Va a ir a Beckett’s Run, claro; pero también va a estar... Papá.