viernes, 19 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 67

 —Te llamaré —dijo Pedro, siguiéndola.


—No. Por favor, no lo hagas más difícil.


—Podemos seguir en contacto. Habrá vacaciones y…


—No, Pedro. No puedo pasarme la vida esperando una llamada de teléfono, y viéndonos una semana o dos al año. ¿Cómo puedes pedirme eso? —Paula abrió la puerta—. Es mejor… Una ruptura.


Paula salió corriendo por el camino en dirección a su despacho. Intentó no pensar. Cuando llegó a su despacho cerró la puerta y se derrumbó. Había tenido una sola noche maravillosa con Pierre antes de que el destino se lo arrebatase. Maldijo su suerte. Pero al menos tendría ese recuerdo. Y agradecía haber tenido la oportunidad de ver cuánto la amaba Pedro, a pesar del dolor que sentía ahora. Los años que había pasado sin él habían sido tremendamente dolorosos. Pero aquello era peor, porque ahora sabía exactamente lo que estaba pasando. Ella ya no era una jovencita de diecinueve años. Era una mujer madura que había hecho una elección. Y él también la había hecho. Ambos tenían otras prioridades por delante de sus deseos. Sintió un frío recorriéndole todo el cuerpo. No volvería a conocer el amor. No volvería a sentir la alegría de estar en brazos del hombre que amaba. 




Pedro sabía por propia experiencia que el alcohol no lo haría sentirse mejor. No tenía sentido ahogar sus penas cuando sabía que le durarían años. No habría nada que lo ayudase a olvidarla. No lo había logrado en el pasado, y no conseguiría nada poniéndose en ridículo. Miró la carta del restaurante, pero no pudo concentrarse en los nombres de los platos. Tenía que tranquilizarse y recuperar la normalidad. Y eso significaba comer normalmente. Eligió lo que iba a comer y cerró la carta. Era un contratiempo que no hubiese podido volar aquella tarde. El sistema de ordenadores del aeropuerto se había estropeado y habían cancelado todos los vuelos hasta el día siguiente. Ahora tenía que esperar, y tenía todo el tiempo del mundo para pensar. Lo que menos quería hacer. El camarero fue a tomarle nota y él tuvo que abrir nuevamente la carta para recordar qué había elegido. A su espalda oyó una risa clara. Levantó la mirada bruscamente. No era ella. Lo había sabido antes de ver a aquella morena jocosa. La mujer le sonrió. Pero él no le devolvió la sonrisa. ¿Qué había hecho para merecerse aquello? ¿Era tan mala persona que el destino siempre lo castigaba de aquella forma? ¿Era tanto pedir querer tener al mismo tiempo a la mujer que amaba y al hijo que adoraba? No lo creía. Pero había tenido que elegir. Del mismo modo que había tenido que elegir entre Paula y el lagar de su familia hacía diez años. Normalmente no se rebelaba contra el destino. Aceptaba lo que no podía cambiar, y cuando podía cambiar algo, se abocaba a hacerlo. Y aquél era un caso en que no podía hacer nada. ¿O podía hacer algo? De pronto se le ocurrió una idea. Teniendo en cuenta la diferencia horaria, pensó que su abogado estaría en su despacho en aquel momento. Se puso de pie y fue a su habitación. 

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