viernes, 12 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 53

Pedro estaba cerrando la nevera de picnic cuando ella entró en la cocina. Cuando terminó, la miró, y ella supo que había elegido bien la ropa. Vió el brillo de sus ojos, y tragó saliva, tratando de disimular la reacción de su cuerpo. Él sonrió.


—¿Estás lista para marcharnos?


La granja estaba en el extremo opuesto de las tierras de Vinos Chavland, y Paula dió un rodeo para pasar por un pueblo, Nuriootpa, que tenía menos influencia europea que cualquier otro pueblo del valle. En Nuri, como le llamaban, saludó a conocidos todo el tiempo.


—¿Conoces a todo el mundo? —preguntó Pedro.


—Casi —sonrió ella, cuando un viejo amigo de su padre se quitó el sombrero para saludarla—. ¿Conoces la historia del valle? —le preguntó ella cuando se marcharon del pueblo. 


—No. Excepto que ha habido influencia alemana —la miró con las cejas levantadas—. ¿Vas a contármela?


—Si quieres…


—Sí, me gusta oír tu voz.


—Oh… —Paula se quedó sorprendida—. Sí, bueno, de acuerdo. Es diferente a otras partes de Australia en el modo en que se fundó —dijo ella— . Se trasladó una comunidad entera desde Silesia. Eran luteranos que escapaban de la persecución religiosa del rey de Prusia.


Pedro se giró para escucharla mejor. El ambiente en el coche estaba cargado de electricidad.


—El pastor que dirigió la emigración fue llamado el Moisés de su pueblo.


Él asintió.


—Los emigrantes trajeron brotes de sus vides y establecieron viñedos, así como granjas suficientemente grandes como para mantener a sus familias. Así que el valle de Barossa se transformó en un entretejido de distintas variedades de uva y de prácticas vitivinícolas, como lo sigue siendo en su mayor parte actualmente. Era una comunidad muy trabajadora, y muchos de los que viven aquí ahora son descendientes directos de los emigrantes originales.


—¿Esteban Himmel, por ejemplo?


—Sí —sonrió ella—. Ya ves por qué tengo que ayudar a los Himmel. Quiero decir, habría hecho cualquier cosa por nuestra amistad, pero la cosa va más allá.


—Comprendo, Paula. No hace falta que justifiques tus actos. Era lo que tenías que hacer. Arriesgado, pero correcto.


Ella sonrió. Sintió que el viejo Pedro, apasionado y compasivo, había vuelto.


—Me alegro de oír eso… —dijo ella.


—Tal vez yo no sea una persona sin corazón como tú piensas.


Habían dejado la carretera y se habían adentrado en un camino sinuoso.


—¿Qué son estos edificios? —preguntó Pedro cuando ella estacionó.


—Había una pequeña granja aquí. No sé cuándo dejó de usarse, pero fue antes de que mi padre comprase las tierras. No ha sido usada desde entonces, por lo que sé.


Ella esperó a bajar del coche y que estuvieran caminando para seguir explicándole. 

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