lunes, 15 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 60

Él recordaba las pequeñas cosas. Ella se sintió conmovida. Era feliz. Ojalá pudiera durar aquello. Pero ella ya había tomado una decisión. Tenía que disfrutar del presente. Acumularía hermosos recuerdos que le servirían para enfrentarse sola al futuro.


—¿Por qué has plantado olivos en una tierra donde podrías tener viñedos?


Ante aquella repentina pregunta, Paula se puso a la defensiva. Pero Pedro tenía todo el derecho a hacerla.


—No los plantamos. Los olivos ya estaban allí.


—¿Sí?


Paula bebió un sorbo de té.


—Mi padre los heredó cuando compró la propiedad, pero no vió ningún valor en ellos, así que no hizo nada con ellos, y crecieron salvajes. Como yo tenía idea de cosechar el fruto y producir aceite, Benjamín trabajó muy duro para controlar la zona. Y ha hecho un buen trabajo.


Pedro desvió la mirada hacia la ventana y preguntó:


—¿Te gusta Benjamín?


—Por supuesto. Me gusta toda mi plantilla. Son lo más parecido a una familia que tengo. Yanina y Benjamín son gente estupenda. Te gustarán…


—Intentaré no tener celos de él.


—¿Celos? —ella se rió—. Oh, es agradable tener a alguien que siente celos por mí —se echó hacia atrás en la almohada y le sonrió—. Pero ¿Por qué? 


—Lo tiene todo. Es guapo, alto, musculoso… Y vive aquí. Cuando me vaya, él seguirá aquí.


Ella lo miró.


—En serio, no tengas celos de Benjamín. Lo primero es que está casado. Su esposa es una buena amiga. No se me ocurriría… Es ridículo y…


—¿Y?


—Y… Yo no lo deseo. Sólo deseo a un hombre…


Se miraron a los ojos. Un momento más tarde ella dio un grito agudo. No se había dado cuenta de que él había metido la mano por debajo de la sábana, y cuando le tocó el pie, ella se estremeció. Pedro le acarició el tobillo, y ella pensó que sus huesos se habían derretido con su calor.


—Oh —murmuró ella.


Pedro deslizó los dedos por debajo de la tobillera. Y ella recordó de pronto el día en que él se la había puesto, y se estremeció. Se miraron un momento.


—¿Todavía la usas?


—Sí. Siempre.


—La ví el día que estabas hablando con Benjamín en tu despacho, y supe que era la misma.


Ella asintió.


Pedro quitó la mano y se inclinó para darle un suave beso en los labios. Luego se puso de pie y se marchó de la habitación. Ella lo vió marcharse antes de cerrar los ojos. En cuanto él la tocaba su cuerpo ardía. 

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