miércoles, 24 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 10

 —¿Qué has dicho?


—Que estoy embarazada.


—No, eso no es posible.


—Pero es verdad. No usaste un preservativo la primera noche. ¿Cómo puedes decir que no es posible? Además, desde entonces ha habido muchas ocasiones en las que no lo has usado.


La chica que era cuando se conocieron se habría sentido avergonzada de hablar así, pero no la mujer en la que se había convertido.


—Es imposible, Paula. No puede ser.


—¿Cómo puedes mirarme a los ojos y decir que es imposible?


—Porque es inaceptable. Yo no quiero un hijo.


—Pero voy a tenerlo, así que ahora…


—No, yo no quiero saber nada.


Ella lo miró, perpleja.


—No puedes decirlo en serio.


—Completamente en serio. Tú no sabes nada sobre mí… Yo nunca tendré hijos.


Paula se levantó de la silla y lo fulminó con la mirada.


—Pues entonces no hay nada más que decir.


—Paula…


—No quiero seguir hablando contigo —lo interrumpió ella.


—Podrías estar esperando un hijo de otro hombre y quieres hacerlo pasar por mi hijo…


—¿Cómo te atreves? —volvió a interrumpirlo ella, airada.


Después, se dió la vuelta y salió corriendo del comedor, de la casa. Llovía, pero siguió corriendo, ciega, con el corazón roto, hasta que resbaló sobre los adoquines mojados y cayó al suelo. Sintió un violento dolor en el vientre y vió un hilo de sangre rodando por sus muslos.


—¡Paula!


—¡Vete! —gritó ella. —Voy a perderlo de todas formas. Todo está perdido.


Pedro la levantó del suelo y la llevó de vuelta a la casa. Sin decir nada, la secó con una toalla y la metió en la cama. Y la dejó allí.


A la mañana siguiente, Pedro había desaparecido, pero un chófer fue a buscarla para llevarla a Nápoles. Él no iba a despedirse de ella. Su tigre se había ido. Todo había terminado. Cuando llegó al hotel, el director le dijo que podía alojarse allí el tiempo que quisiera o que él mismo se encargaría de comprarle un billete de avión con el destino que ella prefiriese. Paula pensó en el departamento que había compartido con Jimena en Georgia. Había renunciado a él para irse con Pedro a Europa, como si aquella aventura no fuese a terminar nunca. Pero había terminado. No tenía trabajo al que volver, pero ahora podía ir a cualquier parte, hacer lo que quisiera. Pedro le había dado valor para hacer eso, aunque hubiese matado algo dentro de ella que no recuperaría nunca. Tenía la posibilidad en la mano y solo debía ser lo bastante valiente como para dar el primer paso. Se había perdido en un cuento de hadas durante un tiempo. Su aventura con él había terminado, pero había algo más esperándola. Y si había aprendido una cosa en la vida era que uno no podía perder el tiempo, la energía o las emociones en otras personas. Pedro no quería formar parte de su vida, pero ella iba a seguir viviendo. De modo que se fue a Inglaterra, un sitio que siempre le había encantado. Empezó el viaje en Londres y terminó yendo al norte, a un pueblecito donde encontró trabajo repartiendo productos de panadería.

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