miércoles, 24 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 7

Era una certeza, una verdad. Era por eso por lo que estaba allí. Tal vez era para eso para lo que había nacido, para sentirse hermosa mientras aquel hombre la acariciaba, para experimentar el exquisito placer de sus labios deslizándose por su cuello, sus hombros, sus pechos. Para sentir la punta de su lengua rozando un endurecido pezón antes de meterlo en su boca. Paula echó la cabeza hacia atrás y gimió de gozo. Nunca había entendido el placer hasta ese momento. La excitación, sí, pero aquello era diferente. Él llevaba el control, él le daba placer marcando el ritmo, decidiendo dónde tocarla, dónde saborearla. Era maravilloso. Ella le había dado ese derecho y, por alguna razón, eso la hacía sentir poderosa. Le echó los brazos al cuello y Pedro la miró a los ojos antes de apoderarse de sus labios en un beso duro, intenso. Y ella cayó hacia atrás, sujeta entre sus fuertes brazos, sintiendo como si estuviera flotando. El beso era devorador y tuvo que reír porque tal vez Pedro iba a comérsela después de todo. Pero la risa se convirtió en un gemido cuando él abrió el kimono y clavó los ojos en su parte más íntima. Y luego puso la boca allí. Se arqueó hacia delante. Aquello iba mucho más allá de sus fantasías. Aquello era completamente nuevo. El tigre iba a devorarla y había hecho bien al no salir corriendo. Su lengua y sus dedos eran mágicos, provocando sensaciones nuevas que le robaban el aliento.


Pedro puso las manos bajo su trasero y la levantó, como una ofrenda pagana a punto de ser consumida… Y el clímax la envolvió como una ola. Se quedó agotada, sin aliento, intentando agarrarse a algo, a cualquier cosa que la mantuviese clavada al suelo. Pedro era lo único que existía. Él, que estaba sobre ella, mirándola con sus ojos oscuros. Se dio cuenta entonces de que estaba desnudo y su precioso cuerpo, iluminado por la suave luz de la habitación, era un despliegue de potencia masculina. Pero no tuvo oportunidad de mirarlo durante mucho tiempo porque él se colocó entre sus muslos y entró en ella con una embestida que provocó un gemido de dolor. Él no pareció darse cuenta y el dolor dió paso al mismo placer que había encontrado con su boca, pero diferente al mismo tiempo. Estaban conectados. ¿Y no había sentido ella que lo conocía mejor que a nadie un momento antes? Nada podía compararse con aquello. Eran uno solo y la belleza de ese momento, la increíble intimidad, hacía que sus ojos se llenasen de lágrimas. Porque aquello no era algo barato o sórdido. Para ella no lo era y nunca podría serlo. Era hermoso, mágico. Era el destino. Ella nunca se había sentido destinada para nada. Se sentía como un error, siempre había sido así. Como algo inoportuno, indeseado, pero allí no lo era. Pedro la necesitaba y cuando empezó a moverse de modo frenético, temblando en su desesperada carrera por llegar a la meta, supo que nunca se había sentido tan completa, tan entera. Como si aquel fuera su sitio en el mundo. El placer se convirtió en algo vivo, en algo que levantaba el vuelo dentro de ella y la enviaba a las estrellas antes de devolverla a los fuertes brazos que la sujetaban, evitando que se rompiese por completo. Cuando por fin él se dejó ir, derramándose dentro de ella, el placer la envió a alturas a las que su propio orgasmo no la había llevado. En ese momento Pedro la necesitaba y ella nunca se había sentido más viva.

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