miércoles, 3 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 36

Se corrigió: No tenía que convencerla. No tenía ninguna obligación de mostrarle cómo podía salvar su puesto de trabajo, cómo tenía que hacer negocios. Pero por una inexplicable razón, él quería hacerla comprender. Esperaba ahorrarle la humillación de perder el control de su lagar. Por los viejos tiempos. No porque todavía sintiera algo por ella, no. Paula había destruido sus sentimientos. Si ella era capaz de adaptarse a los cambios que él había propuesto, podría seguir allí. Aunque tendría que seguir los dictados de la dirección de L’Alliance, las decisiones del día a día las tomaría ella. Paula tenía que entrar en razón. Miró su reloj. Pensó en distintas posibilidades por las que se habría retrasado. Y en ese momento vio su coche frente a la oficina. Paula salió y fue hacia él, con una radiante sonrisa. Cuando se miraron a los ojos pareció perder un poco de calidez. Al parecer, había estado haciendo algo que la había hecho feliz. De pronto pensó en que podría haber pasado la noche con un hombre. Aquel pensamiento no le gustó.


—Siento haber llegado tarde —dijo Paula—. Ha sido una noche increíble.


Pedro apretó los puños. Prefería que no le contase los detalles. Entró en la oficina detrás de ella. La observó quitarse la chaqueta, y le vió una parte de estómago que quedó al descubierto con el movimiento. Llevaba una camiseta ajustada y una falda por encima de las rodillas, una ropa que no disimulaba sus formas femeninas, y aquello distraía su mente. Paula sonrió y se sentó. En ese momento se oyó la puerta y apareció Tamara. Él gruñó interiormente. La noche anterior había sido muy incómoda.  Aquel día había tenido que rechazar dos veces la proposición de una mujer. Primero a la pelirroja de la cena de productores, y luego a Tamara. Ambas eran mujeres hermosas en su estilo, pero a él no lo atraían. Tal vez fuera hora de que hiciera un esfuerzo por encontrar otra mujer atractiva. Tenía que olvidarse de Paula. Tamara asintió al verlo. Luego se sentó en una silla frente a Paula.


—Entonces, ¿Ocurrió finalmente?


—Sí —Paula asintió, sonriendo—. Durante la noche. Fue una experiencia maravillosa.


Pedro miró a una y a otra mujer. Recordó que los australianos tenían una mentalidad muy abierta, pero aquello era excesivo. Carraspeó para recordarles su presencia. Ambas lo miraron, pero como él no dijo nada, volvieron a su conversación.


—¡Enhorabuena! —exclamó Tamara—. ¿Y? Cuéntame los detalles.


¡Era increíble!, pensó Pedro, incómodo.


—Es una niña. Tiene el cabello negro, y la piel blanca, y no está amoratada como muchos recién nacidos.


Pedro se quedó sorprendido por la nueva información.


—¿Cómo se llama? ¿Cuánto pesa? Venga, Paula.


—Lo siento. Todavía estoy conmovida por todo el tema. La van a llamar Micaela Paula. Micaela por Miguel, como mi padre, por supuesto. Y Paula… Bueno, por mí. ¿A que son encantadores? 

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