lunes, 22 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 2

Paula corrió hacia la entrada de uno de los templos, pero la estructura de piedra ya no le parecía serena sino inquietante. En fin, aquello parecía una repetición de tantos momentos dolorosos de su infancia. Sacó el móvil del bolso y llamó a Jimena, pero el buzón de voz saltaba una y otra vez mientras la lluvia caía sobre ella, empapándola. Nerviosa, se acurrucó en un corredor que estaba solo parcialmente a merced de los elementos. No tenía frío, pero estaba empapada y el agua rodaba por su nariz. No era la primera vez que la dejaban abandonada y no debería asustarse, pensó. «Aquí no sabes cómo arreglártelas, por eso es diferente». Y ese era el resultado de ser espontánea, pensó. Debería haber sabido que aquella aventura no era para ella. Pero entonces levantó la mirada y se quedó inmóvil. No estaba sola, había un hombre allí. El telón de agua que caía entre ellos impedía que lo viese con claridad, pero llevaba un traje de chaqueta oscuro, como si hubiera ido allí para asistir a una reunión. En las ruinas de un templo, bajo una lluvia torrencial. Era muy alto, o al menos lo parecía desde donde estaba. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón como si aquello fuese algo normal para él, como si aquel fuera su sitio. No estaba segura por qué sabía eso, pero lo sabía. Debería salir corriendo. Estaba sola, con el vestido pegado al cuerpo. Y él era un extraño. Pero no salió corriendo. No tenía dónde ir, de modo que se quedó inmóvil. Fue él quien se movió. En silencio, con agilidad, como un tigre acosando a su presa. Tenía el pelo negro, la piel de un tono dorado oscuro, el rostro esculpido, de pómulos altos y marcados, una nariz recta y una boca que, por alguna razón, le parecía peligrosa. Sus ojos eran tan oscuros e hipnotizadores como todo en él y, de nuevo, pensó que debería salir corriendo, pero no lo hizo. Era tan alto como había pensado y eso la alarmó aún más. Si había estado en lo cierto sobre eso, seguramente también estaría en lo cierto sobre su carácter de predador. Pero no salió corriendo. «No puedes correr más rápido que un tigre». No sabía si debía decir algo o salir corriendo, pero se quedó inmóvil y el tigre seguía avanzando hacia ella.


—¿Te has perdido?


Su voz era como el rugido de un tigre. Ronca y viril. Paula la sintió por todas partes, pero no sabía si quería encogerse de miedo o acercarse a él.


—No me he perdido —respondió.


La respuesta quedó ahogada por la lluvia, por las plantas, por la tierra bajo sus pies y las antiguas piedras cubiertas de musgo.


—¿Tienes algún problema?


—Mis amigas se han ido sin mí.


«Ya, genial, dile a un extraño que estás sola».


—Eso ya lo sé porque aquí no hay nadie más.

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