¿A quién quería engañar? Él no tenía defensas cuando se trataba de ella. Si ocurría algo entre ellos, él sabía que no sería una aventura pasajera, se conocía demasiado bien. Pero ¿Cómo iban a tener otra cosa? Él no podía quedarse allí, y no podía pedirle a ella que se marchase a Francia. Cuando los hombres terminaron de jugar se acercaron a las mujeres. Pedro se sentó cerca de ella, con la esperanza de que pudieran olvidar el episodio anterior.
—¿Ha sido un juego divertido? —sonrió Paula al verlo.
Él asintió.
Esteban le dió una cerveza fría sin decirle nada. Pedro se la agradeció.
—¿Qué se supone que tengo que hacer con esto? —preguntó.
—Bebértela. Es una tradición. La cerveza y el deporte van juntos, incluso entre la gente del vino —dijo Paula.
Pedro tomó un trago e hizo una mueca de horror. Ella se rió. El sonido de su risa fue directamente a su corazón.
Dos horas más tarde se despidieron de los amigos de Paula y se marcharon. Como había previsto, Pedro se había sentido cómodo con ellos.
—¿Te lo has pasado bien?
Él la miró, con sus ojos oscuros e intensos.
—¿Y tú?
Ella se había referido a la barbacoa en general, pero sabía que Pedro se refería a otra cosa.
—Pedro…
Él suspiró.
—Sé lo que vas a decir.
Ella lo miró. Él volvió a suspirar y dijo:
—Vas a decirme que no ha sido tu intención que sucediera. Que ha sido un gran error…
—Bueno, en realidad…
—Lo comprendo, Paula. Yo tampoco lo he planeado. Sé que esto no es posible. No volverá a suceder.
Ella intentó borrar la decepción que sintió al oírlo.
—De acuerdo —dijo, sin embargo.
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