lunes, 1 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 33

Se vistió y desayunó un té solo. Había pedido el servicio de habitaciones para el desayuno la noche anterior. Pero no había comido nada. El día anterior no había sabido que sus emociones le quitarían el apetito. Volvió a mirarse en el espejo: Tenía la cara roja y los ojos llenos de ojeras. Respiró profundamente, recogió la bolsa de viaje y se marchó de la habitación. Mientras bajaba en el ascensor, se preguntó cómo reaccionaría Pedro cuando se vieran. Lo encontró en un sillón del salón del hotel, leyendo el periódico Le Monde. Debía de haber bajado temprano a comprarlo en la estación de tren. Pareció no verla. Hasta que levantó la cabeza y la descubrió. Tenía cara de enfado. Encima de todo, ella iba a tener que aguantar su enfado. Pero ella había decidido actuar como si no hubiera ocurrido nada.


—¿Llevas mucho tiempo esperando? —preguntó.


—Media hora más o menos.


Ella asintió.


—¿Nos vamos? —sugirió Paula.


Él dobló el periódico, recogió su bolsa de la silla que tenía al lado y empezó a caminar hacia la puerta principal sin mirarla. Paula lo siguió, y notó que lo miraban las mujeres a su paso. No era de extrañar. Era muy atractivo, se vistiera como se vistiera. Y aparte, tenía carisma.


—¿Puedes darme las llaves? —le pidió Paula cuando llegaron al coche.


—No me importa conducir… —le respondió él, sacando las llaves de su bolsillo.


—No, gracias. Conduciré yo.


Quería conducir. Eso la distraería.


Él le dió las llaves y se sentó en el asiento del acompañante. Se pusieron los cinturones de seguridad y ella arrancó el coche.


—En cuanto a lo sucedido ayer —dijo él—. Me gustaría pedirte disculpas. No fue… Profesional.


Ella agitó la cabeza.


—No hablemos de ello. Prefiero olvidarlo… —respondió ella. 


—Estoy de acuerdo.


—Bien, entonces…


—De acuerdo.


Ella se metió en el tráfico, y Pedro se acomodó en el asiento. Ella esperaba que él se durmiese, y así no tendrían que mantener una conversación intrascendente simplemente por cortesía.



Pedro abrió los ojos cuando ella estaba estacionando frente a su casa, lo que la hizo sospechar que sólo había fingido estar dormido. Salió del coche y esperó a que ella abriera el maletero.


—Hola, ¿Qué tal ha ido todo? —preguntó Tamara yendo hacia ellos cuando Paula salió del coche.


—Bien, gracias, Tami. ¿Se te ha pasado la migraña?


—Sí. ¿Qué te pareció la cena? —le preguntó Tamara a Pedro, agarrándolo del brazo y sonriendo.


—La cena ha sido muy buena —respondió él, incómodo.


Paula se dió cuenta de que no estaba cómodo con aquel gesto de Tamara.


—¿Muy buena? —preguntó Tamara—. ¿Eso es todo? ¿No te ha parecido que Paula lo hace estupendamente?


Él había dicho que había estado «Magnífica», recordó Paula, pero tal vez aquello también era parte de su plan. Bueno, ella ya no era una ingenua jovencita, era una mujer madura, con un lagar que tenía que salvar, y no iba a dejar que su soledad personal la llevase a romper la promesa que le había hecho a su padre. 

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