miércoles, 24 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 6

Pedro era la aventura. Él sirvió el té y le ofreció una taza, rozando su mano al hacerlo y provocando una oleada de calor que, Paula estaba segura, no tenía nada que ver con la sencilla infusión.


—Eres una chica muy peculiar —dijo él.


—¿Ah, sí? Pensé que era corriente.


—¿Cómo puede una mujer con ese nombre tan peculiar pensar que es corriente?


Tal vez era él, tal vez era el momento, la lluvia, pero Paula quería contárselo. Quería contárselo todo.


—El nombre es un error. La gente espera alguien salvaje y desinhibido y yo no soy así. Mi madre era la niña en nuestra casa, no había sitio para otra.


—Pero podrías cambiártelo.


—Sí, ya, pero hay algo desafiante en llevar este nombre y seguir siendo quien soy.


Él esbozó una sonrisa.


—Ah, lo entiendo.


Paula tomó un sorbo de té. No debería tener nada en común con aquel hombre, pero intuía que podría entenderla mejor que nadie. Las horas pasaron a toda velocidad. No hablaron de nada profundo y, sin embargo, las cosas de las que hablaron, sus platos favoritos, las estaciones que más les gustaban, descubrían retazos de quiénes eran. Y era algo profundo, real. Y cuando él se inclinó hacia delante para besarla no fue como besar a un extraño porque ya no eran extraños. Lo conocía. Pedro, que vivía en los árboles. Pedro, cuya madre acababa de morir. Pedro, que la besaba como si fuera un sueño, pero era real. Tan real. Cálido y ardiente, haciéndola vibrar. Como si el tigre la hubiese llevado a su guarida, pero no para comérsela sino para hacerla suya. Nunca la habían besado porque nunca había confiado en un hombre lo suficiente como para dejar que lo hiciese. Su madre había arruinado su vida por culpa de los hombres y, por eso, ella no quería saber nada de relaciones. Había querido independencia, libertad, pero nunca se había sentido tan libre como en aquel momento, besando a un extraño en medio de la jungla. Él deslizó un dedo por su cara y su cuello, creando una sensación ardiente en su pecho, entre sus piernas, hasta que sintió que estaba ardiendo.


—Pedro —susurró.


Con esos ojos oscuros clavados en ella, Paula entendió por qué el deseo hacía que la gente tomase decisiones irresponsables y por qué Jimena siempre estaba enamorada de uno o de otro. Porque en aquel momento todo eso le parecía razonable, aunque sabía que no debería ser así. Y no solo le parecía razonable sino necesario abrir los labios para él y dejar que deslizase la lengua en el interior de su boca para saborearla como si fuese el más dulce de los postres. Tal vez estaba liberando una rebeldía contenida durante años. Él tiró de la manga del kimono y la seda se deslizó por sus hombros, descubriendo sus pechos. Tal vez se habría asustado si no le pareciese algo natural. Si no pareciese precisamente lo que tenía que pasar. Los ojos oscuros se clavaron en sus pezones endurecidos y Paula sintió… Ningún hombre la había mirado de ese modo, con esa atención, con ese ardor. Y era todo. Él era todo. Aquel era el momento.

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