miércoles, 31 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 22

Paula sintió que el mundo se ponía patas arriba de nuevo cuando se apartó de Olivia y de Pedro. Ellos eran sus anclas, aunque no recordase a ninguno de los dos. Y no tenía que darle muchas vueltas para saber por qué se había dejado llevar por la tentación con el hombre que decía ser su prometido.


—¿Siempre es así? —preguntó.


—¿A qué se refiere, señorita? —preguntó una de las empleadas.


—Es un poco dominante, ¿No?


—A mí hoy me ha parecido muy amable. En general…


—Ruge como un tigre —terminó la frase la otra mujer.


Las dos soltaron una carcajada y Paula experimentó una punzada de celos, aunque sabía que era absurdo. ¿Cómo podía estar celosa por un hombre al que no conocía? Claro que, en teoría, estaban comprometidos. Cuando entraron en su habitación se quedó atónita. Era diferente a la que había ocupado hasta entonces, amplia y alegre, con toques rosados aquí y allá. La cama era como una gruesa nube blanca, con un dosel dorado y cortinas de gasa. Era la habitación con la que habría soñado cualquier mujer. ¿Pero no era extraño que no compartiesen dormitorio? Tal vez los ricos hacían así las cosas. Sabía que los miembros de familias reales a menudo dormían en habitaciones separadas… Claro que ella nunca había conocido a nadie que fuese rico. Intentó recordar, intentó abrir un hueco de luz en su mente. En fin, no era un misterio cómo había conseguido Pedro que ella bajase la guardia porque era el hombre más apuesto que había visto nunca. Tal vez había pensado que no tendría más oportunidades de acostarse con un hombre tan guapo. Qué lástima haber perdido su virginidad con él y no recordarlo…


—¿Qué quiere ponerse?


Una de las mujeres había abierto un antiguo armario y Paula miró el contenido con los ojos como platos. El despliegue de vestidos y conjuntos parecía sacado de una película. Era como un sueño. No quería admitirlo, pero la verdad era que le gustaban las cosas brillantes y bonitas, las cosas que nunca había podido comprar, pero ahora tenía una habitación llena de fabulosos vestidos y empezaba a sentirse mareada. Necesitaba tener a su hija en brazos de nuevo para no sentirse tan perdida.


—El señor Alfonso quiere que baje a cenar en una hora.


—¿Cena a la misma hora todas las noches?


—Sí, claro. Es un hombre con una agenda muy organizada.


Eso no la sorprendió, aunque le gustaría saber más detalles porque, al parecer, era su prometido y no sabía nada de él. Pedro no parecía un hombre con grandes pozos de emoción. Había algo duro y oscuro en él, algo que parecía incluso peligroso. Pero esa no era la clase de persona por la que ella se sentía atraída. Nunca había entendido el atractivo de los chicos malos y, en teoría, había decidido que le gustaban los buenos. Claro que, en realidad, no había salido ni con unos ni con otros porque cualquier hombre que proclamase ser un «Buen chico» al final no lo era. Paula eligió un vestido de seda de color azul pavo antes de meterse en una bañera llena de espuma y suspiró cuando por fin la dejaron sola. Una cosa era segura: Hacía mucho tiempo que no se daba un baño de espuma. No podía creer que todo ese tiempo se hubiera perdido en su memoria. No parecía posible que tantas cosas de su vida se hubieran evaporado mientras dormía. Evidentemente, había tenido un accidente de algún tipo, pero no lo recordaba. Intentó dejar de pensar en ello mientras se bañaba, pero la imagen de Pedro apareció en su mente mientras pasaba la esponja por su cuerpo. Era tan fácil imaginar las manos de él sobre su piel…

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