miércoles, 10 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 50

Cuando oyeron pasos en la escalera, se separaron, a tiempo de que Dante no los viera en aquella actitud cuando asomó la cabeza.


—Dice mamá que te diga que Micaela ya está despierta —dijo Dante.


—De acuerdo —respondió Paula.


Dante se marchó y ellos se miraron, sorprendidos por lo que acababa de suceder. Su beso la había excitado y mareado. Ella intentó volver a la realidad, trató de comprender con la fría y dura lógica lo que había sucedido. Aquella vez no lo culpó de tramar algo con su beso. Él se había quedado tan sorprendido como ella. Y las circunstancias eran diferentes. Si acaso, era ella quien podía ser acusada de querer influir sobre él, de usar sus armas femeninas para conseguir un informe favorable para la junta directiva. Pero ella no lo había hecho.


—Deberíamos marcharnos —dijo ella, humedeciéndose los labios.


Él asintió, y bajó la escalera del árbol primero. Luego le dió la mano a ella para que saltara el último peldaño. Cuando él le dió la mano para bajar y la sujetó cuando saltó, ella volvió a sentir su cercanía, su aliento en la mejilla. Podrían haberse besado nuevamente, pero ella no volvería a besarlo, aunque sintiera un terrible deseo de hacerlo. No podía dejarse arrastrar por una relación con Pedro. No había futuro posible. Él tenía que vivir en Francia, había dicho. No había nada más importante que su hijo. Lo había visto en su cara, lo había oído en su voz. Y ella por su parte, jamás dejaría Vinos Chavland. Suponiendo que la junta directiva la apoyase y que ella conservase el control, dedicaría su vida a conseguir el sueño de su padre.


—Esto no es posible —dijo ella.


Pedro la soltó, pero siguió mirándola. Dante corrió hacia ellos con una pelota.


—¡Ven, vamos a jugar a un juego! —gritó Dante a Pedro—. Nosotros, los hombres… Mientras las mujeres están con Micaela —miró a Paula.


Ella vió alejarse a Pedro con el niño y se sintió más relajada. Agitó la cabeza al pensar en lo que había permitido que sucediera.


—¿Dónde se habían metido? —preguntó Tamara cuando llegó Paula.


—Dante me ha mostrado su casa del árbol.


—¿A Pedro también?


—Mmm… ¿Dónde está mi hermosa ahijada?


Tamara la conocía bien, y Paula notó su mirada mientras acunaba a la niña en sus brazos. Se oían gritos desde el jardín, y ella se giró y vio a seis hombres de distintos tamaños jugando con la pelota de Dante. Parecían estar pasándoselo muy bien. Micaela chilló y Paula la miró. Al final, se la dió nuevamente a Florencia.


—Lo siento, se ve que no tengo mano con ella…


—La tendrás. Cuando tengas hijos tuyos. Te saldrá naturalmente.



Pedro miró a Paula dándole el bebé a la mujer que le habían presentado hacía un rato. La imagen de ella con un bebé en brazos lo conmovía. No sabía qué le había sucedido en la casa del árbol. No había tenido intención de besarla nuevamente. Había querido evitar cualquier contacto, sobre todo después de lo que había sucedido la otra vez. Apenas se habían dirigido la palabra después. Pero, sin proponérselo, ella había roto la muralla defensiva que se había construido él. 

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