viernes, 26 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 12

Nunca había estado con una mujer más que un fin de semana, pero con Paula había estado durante un mes. Un mes de sexo insaciable. No se cansaba de ella. Y luego Paula le había dicho que estaba embarazada. Él no quería tener hijos y, de repente, ella parecía una broma del destino. El enemigo de todo lo que había construido, de todo lo que había jurado no ser. Él no era un hombre que se arrepintiese de nada y, sin embargo, sentía un gran pesar desde esa noche. Paula había salido huyendo de él, como si fuera un monstruo, y había resbalado en el suelo mojado. Todo estaba perdido. Había sabido entonces que debía dejarla ir porque su objetivo en la vida era no ser como su padre. Y, sin embargo, se había portado como un monstruo con ella. 


La oscuridad que había dentro de él había ganado la batalla. La imagen de Paula en el suelo, sangrando, llorando, lo despertaba por las noches. No podía escapar de esos demonios por mucho que quisiera. No se había tomado un interés personal en lo que hacía desde que se marchó, pero había pedido a su gente que la vigilase discretamente. La compañía Alfonso era el único nexo entre su padre y él. Un hombre fuera de sí cuando murió su único hijo legítimo, Horacio Alfonso había ido a Camboya y había robado a su hijo ilegítimo de los brazos de su madre, convirtiéndolo en el heredero de su fortuna. No porque lo quisiera sino porque creía que el negocio familiar debía ser heredado por alguien que llevase sangre de los Alfonso y él era el único hijo que le quedaba. Su padre le había dado dinero, educación, poder, pero también le había robado mucho. Su madre, en cambio, sí lo había querido. Intentó defender sus derechos de custodia, pero no había podido hacer nada contra el poderoso Horacio Alfonso. Él tenía cinco años entonces y apenas recordaba nada de su vida antes de que lo llevasen a Italia. Solo unas vagas imágenes de una habitación con paredes de color rosa y la voz suave de su madre hablándole en camboyano. Y después de eso un montón de desconocidos, niñeras, tutores, gente a la que no entendía, y un padre distante y tiránico. Había sobrevivido, por supuesto. Su madre era su única debilidad y la había echado de menos durante toda su vida. Como si tuviese un agujero en el pecho donde una vez había estado su corazón. Su padre se había apresurado a decirle que ese dolor era una señal de debilidad y que los hombres de la familia Alfonso no se rendían ante esas debilidades. Solo sentía debilidad por su madre y su muerte lo había golpeado como nada más lo había hecho en toda su vida.  Y entonces conoció a Paula. Paula, un nombre ridículo para una chica de pelo rubio y acento tan espeso y dulce como la miel. Parecía una ninfa del bosque con el pelo mojado y el vestido de colores pegado al cuerpo, las mejillas rojas del sol, la nariz cubierta de pecas. Sus caricias habían sido una revelación. Había sentido más con ella esa noche que en toda su vida.

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