miércoles, 31 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 25

Lo miraba con expectación, respirando agitadamente, y hasta ese momento todo lo que había dicho era verdad. Pedro nunca había sido un mentiroso, pero si una mentira era mejor que la verdad no había nada malo en mentir. Además, tenía un objetivo: Convertirla en su esposa, hacer que aquella relación fuese para siempre. Olivia no podía tenerlo solo a él, sería un terrible error. Tenía vagos recuerdos de cómo lo había abrazado su madre, de cómo había cuidado de él, pero eso era todo lo que tenía. Lo que recordaba con toda claridad eran las palizas de su padre, su crueldad, cómo lo había humillado. Y él nunca… No temía ser su padre en ese sentido, pero había un espacio gris en su interior al que temía aún más. Él se enorgullecía de ser un experto en todo, pero no era un experto en cuidar de un bebé y no sabría darle a Olivia lo que necesitaba. En realidad, temía que su negligencia pudiera causarle a su hija un daño irreparable. Era un hombre sin sentimientos y, por eso, mentir le resultaba fácil. Además, no había razón para no hacerlo. Paula quería una historia de amor y se la daría. Pensó entonces en el día que se conocieron, en las noches que pasaron juntos en la casa del árbol. Para ella había sido un romance inesperado y, por supuesto, al final él había destrozado esa ilusión. ¿Por qué no darle una historia de amor si eso iba a hacerla feliz? Tal vez en algún momento ella volvería a mirarlo con esa expresión de felicidad que tanto le fascinaba. Los días se alargaban como uno de esos veranos interminables de los que tanto había oído hablar, pero que él nunca había experimentado. El heredero de la fortuna Alfonso nunca podía estar quieto, nunca podía descansar. Pero con ella había sentido que descansaba. La había engañado para que lo creyese un hombre y no el monstruo que era. «Ella lo necesita, eso es lo que importa».


—Era como si siempre hubieras estado allí. Nos quedamos en la casa durante unos días y luego fuimos a Siem Reap. Y de allí a Europa, hicimos una gira.


—Debí quedar embarazada enseguida.


Él asintió con la cabeza.


—Éramos muy apasionados.


Ella se puso colorada y Pedro anhelaba tocarla, pero no se atrevía. Era demasiado pronto.


—¿Qué pasó cuando descubrí que estaba embarazada?


—Te asustaste —respondió él.


Porque debió asustarse, sobre todo tras ver su reacción, y era mejor darle algo de verdad a aquella historia. «Estoy embarazada». Paula parecía feliz, pero él había tomado esa felicidad y la había aplastado. ¿Pero y si hubiera sido diferente?

Otra Oportunidad: Capítulo 24

Estando tan cerca le parecía aún más guapo e impresionante que antes.


—Eres extraordinaria —dijo Pedro mientras se sentaba frente a ella.


—No sé si otra persona que hubiera pasado por lo que has pasado tú tendría tan buen aspecto.


—No creo que mucha gente haya pasado por lo que he pasado yo — dijo ella. —Esto parece más una telenovela que la vida real.


—Me dije eso a mí mismo muchas veces mientras estabas en coma. Te aseguro que no fue fácil.


—¿Para tí?


—Yo siempre creo poder solucionarlo todo, pero no podía solucionar tu problema. Traje aquí a los mejores médicos, pero ninguno estaba seguro de que fueses a despertar del coma.


Paula no había pensado en eso, que podría no haber despertado nunca. Y entonces no habría conocido a su hija, no habría conocido a Pedro. ¿Y si hubiera despertado años después? Se habría perdido tantas cosas, pensó, con el corazón encogido.


—Pero he despertado y no sé por dónde empezar.


—Nos casaremos lo antes posible —dijo Pedro.


—Pero si no te conozco…


—Eso da igual, eres mi prometida y hemos esperado todo este tiempo para casarnos. Serás mi esposa.


—¿Una esposa que no conoce a su marido?


Él la miró con sus fascinantes ojos oscuros.


—Te seduje una vez y no me importaría nada volver a hacerlo.


Paula sintió un escalofrío. Imaginar a aquel hombre seduciéndola hacía que… En fin, se encendió de la cabeza a los pies.


—Quiero saber algo más sobre tí.


—Mi padre era muy rico, como lo era su padre y el padre de su padre. En fin, creo que entiendes qué quiero decir. Los Alfonso son una antigua familia italiana.


—Sí, ya veo.


—Tenemos varias cadenas de hoteles, fábricas, propiedades. Hay pocas cosas en las que no hayamos puesto nuestras manos. Soy eso que llaman multimillonario.


—Yo ni siquiera entiendo ese concepto. He tenido problemas económicos durante toda mi vida.


—Pero ahora no debes preocuparte de nada. Todas tus necesidades y las de Olivia serán atendidas.


Eso era algo tan nuevo para Paula. Su madre siempre había estado resentida con ella, en parte por la inestabilidad económica. Al menos, eso era lo que siempre se había dicho a sí misma porque la alternativa era que ella no era digna de cariño. Que aunque hubiesen tenido dinero, a su madre le habría dado igual. Prefería achacar su egoísmo al estrés o al miedo, así era más fácil. ¿Por qué no había olvidado eso, pero lo había olvidado a él? A aquel hombre tan apuesto que se ofrecía a cuidar de ella y de su hija.


—¿Cómo nos enamoramos?


Él se echó hacia atrás en la silla, mirándola con expresión inescrutable.


—Ya te he dicho cómo nos conocimos. Fue una atracción abrumadora e inmediata.


—Debió ser así. De otro modo, no me habría ido contigo. Me educaron para ser cauta con los extraños, sobre todo con los hombres, así que no entiendo por qué confié en ti nada más conocerte.


—Al principio estabas inquieta, pero necesitabas que alguien te sacase de allí. Te llevé a mi casa y te quedaste.


—¿Y qué pasó después?

Otra Oportunidad: Capítulo 23

Paula se incorporó, sorprendida. ¿Cómo podía pensar en eso? Bueno, si lo que él había dicho sobre su encuentro era cierto, esa había sido su primera conexión, el sexo. Y aunque no podía imaginarlo, talvez esa era la clave. Al parecer, se había sentido abrumada por la atracción que había entre ellos. Y, si era sincera consigo misma, podía sentir esa atracción incluso ahora. En medio de tanta confusión, con tantas cosas en juego, estaba pensando en algo que nunca la había preocupado hasta ese momento. Salió de la bañera y se miró al espejo. Estaba un poco pálida y demacrada, pero era normal. Cuando miró su vientre, sus ojos se llenaron de lágrimas al ver las estrías y la cicatriz de la cesárea. De modo que así era como había tenido a su hija mientras estaba en coma. Había estado embarazada, había tenido una hija y no podía recordarlo. Alguien llamó a la puerta entonces.


—¿Señorita Chaves?


No tenía tiempo para seguir compadeciéndose de sí misma, de modo que dejó que la vistiesen, peinasen y maquillasen. Y cuando volvió a mirarse al espejo seguía viendo a una extraña, pero por otra razón. Aquella mujer no era ella. Unos minutos después bajó al comedor y allí estaba él, de pie frente a la mesa, con un elegante traje de chaqueta. La estancia era grande, elegante y oscura como la habitación en la que había despertado. Dinero de familia, pensó. Porque aquella no era una casa sino una antigua mansión.


—Ah, por fin —dijo él.


—¿Dónde está Olivia?


—Durmiendo ahora mismo. Suele dormir a esta hora y luego despierta para comer antes de volverse a dormir.


Fue una pequeña decepción para Paula, pero estaba hambrienta y la cena tenía un aspecto estupendo, de modo que, por un momento, se olvidó de todo lo que no recordaba. Por un momento, se permitió creer que no había perdido la memoria y que aquella casa palaciega y aquella cena digna de un rey era algo normal para ella. Por un momento se permitió creer que no era la chica triste y confundida que había sido siempre sino una princesa. Esa idea hizo que sus ojos se empañasen. A veces había deseado que algún día apareciese alguien que la alejase de su madre y le diese una vida completamente diferente. Sabía que los cuentos de hadas no eran reales, pero sentía como si estuviera viviendo en uno de ellos y, por un momento, quería disfrutarlo.


—Siéntate —la invitó él, apartando una silla.


—Gracias.

Otra Oportunidad: Capítulo 22

Paula sintió que el mundo se ponía patas arriba de nuevo cuando se apartó de Olivia y de Pedro. Ellos eran sus anclas, aunque no recordase a ninguno de los dos. Y no tenía que darle muchas vueltas para saber por qué se había dejado llevar por la tentación con el hombre que decía ser su prometido.


—¿Siempre es así? —preguntó.


—¿A qué se refiere, señorita? —preguntó una de las empleadas.


—Es un poco dominante, ¿No?


—A mí hoy me ha parecido muy amable. En general…


—Ruge como un tigre —terminó la frase la otra mujer.


Las dos soltaron una carcajada y Paula experimentó una punzada de celos, aunque sabía que era absurdo. ¿Cómo podía estar celosa por un hombre al que no conocía? Claro que, en teoría, estaban comprometidos. Cuando entraron en su habitación se quedó atónita. Era diferente a la que había ocupado hasta entonces, amplia y alegre, con toques rosados aquí y allá. La cama era como una gruesa nube blanca, con un dosel dorado y cortinas de gasa. Era la habitación con la que habría soñado cualquier mujer. ¿Pero no era extraño que no compartiesen dormitorio? Tal vez los ricos hacían así las cosas. Sabía que los miembros de familias reales a menudo dormían en habitaciones separadas… Claro que ella nunca había conocido a nadie que fuese rico. Intentó recordar, intentó abrir un hueco de luz en su mente. En fin, no era un misterio cómo había conseguido Pedro que ella bajase la guardia porque era el hombre más apuesto que había visto nunca. Tal vez había pensado que no tendría más oportunidades de acostarse con un hombre tan guapo. Qué lástima haber perdido su virginidad con él y no recordarlo…


—¿Qué quiere ponerse?


Una de las mujeres había abierto un antiguo armario y Paula miró el contenido con los ojos como platos. El despliegue de vestidos y conjuntos parecía sacado de una película. Era como un sueño. No quería admitirlo, pero la verdad era que le gustaban las cosas brillantes y bonitas, las cosas que nunca había podido comprar, pero ahora tenía una habitación llena de fabulosos vestidos y empezaba a sentirse mareada. Necesitaba tener a su hija en brazos de nuevo para no sentirse tan perdida.


—El señor Alfonso quiere que baje a cenar en una hora.


—¿Cena a la misma hora todas las noches?


—Sí, claro. Es un hombre con una agenda muy organizada.


Eso no la sorprendió, aunque le gustaría saber más detalles porque, al parecer, era su prometido y no sabía nada de él. Pedro no parecía un hombre con grandes pozos de emoción. Había algo duro y oscuro en él, algo que parecía incluso peligroso. Pero esa no era la clase de persona por la que ella se sentía atraída. Nunca había entendido el atractivo de los chicos malos y, en teoría, había decidido que le gustaban los buenos. Claro que, en realidad, no había salido ni con unos ni con otros porque cualquier hombre que proclamase ser un «Buen chico» al final no lo era. Paula eligió un vestido de seda de color azul pavo antes de meterse en una bañera llena de espuma y suspiró cuando por fin la dejaron sola. Una cosa era segura: Hacía mucho tiempo que no se daba un baño de espuma. No podía creer que todo ese tiempo se hubiera perdido en su memoria. No parecía posible que tantas cosas de su vida se hubieran evaporado mientras dormía. Evidentemente, había tenido un accidente de algún tipo, pero no lo recordaba. Intentó dejar de pensar en ello mientras se bañaba, pero la imagen de Pedro apareció en su mente mientras pasaba la esponja por su cuerpo. Era tan fácil imaginar las manos de él sobre su piel…

Otra Oportunidad: Capítulo 21

No tenía sentido. Ella nunca había sido fascinante, nunca se había sentido deseada. Su propia madre no había querido saber nada de ella y mucho menos su padre. Pero ahora era una persona diferente, todo era diferente. Ni siquiera estaba en su país. Era como despertar a una vida nueva y no sabía si sería capaz de estar a la altura. Entonces se dió cuenta de que ni siquiera sabía su nombre.


—Lo siento, no recuerdo cómo te llamas.


Él la miró como si hubiera dicho algo sorprendente. Y debía serlo, pero Paula se sentía tan perdida.


—Pedro Alfonso—dijo él—. Si tuviese amigos, me llamarían Pepe, pero ese nombre no significa nada para tí, ¿Verdad?


—No recuerdo nada. Ni siquiera sé si me recuerdo a mí misma porque yo nunca he sido tan aventurera como para irme con un desconocido…


Pedro se dió cuenta entonces de que estaban hablando delante de la niñera y le hizo un gesto con la cabeza.


—Déjenos solos, por favor.


Paula apretó a la niña contra su corazón. Era tan pequeñita y olía tan bien que quería agarrarse a ella para siempre. Nunca había sentido nada así, esa extraña sensación de paz incluso en medio de aquella confusión. Pero si sabía algo en aquel momento era que esa niña era suya, la recordase o no. Era su hija.


—Irás recordando poco a poco —dijo él entonces.


Paula se preguntó si habría estado preocupado por ella. Era difícil imaginar a aquel hombre preocupado. Era tan… En fin, nunca había conocido a nadie como él. Su experiencia con los hombres era más que limitada, pero intuía que Pedro no era un hombre corriente.


—Tengo tantas preguntas que hacer —murmuró. —Necesito reunir las piezas de estos últimos diez meses.


—Pero no tienes que hacerlo inmediatamente. Tenemos el resto de nuestras vidas para descubrir quiénes somos. Las lesiones cerebrales son complejas, o eso me han dicho muchas veces.


—¿No puedes decirme qué me pasó? ¿Por qué perdí la memoria?


—No, eso puede esperar. Creo que deberíamos empezar por mudarte a otra habitación, darte una ducha y cenar juntos.


Paula no quería separarse de Olivia y apretó a la niña contra su corazón.


—Ha estado sin tí este último mes y no le pasará nada por estar sin tí unos minutos más.


Pedro sacó el móvil del bolsillo y habló con alguien. Un minuto después, dos empleadas entraron en la habitación.


—Por favor, acompañen a mi prometida a su habitación y ayúdenla en todo lo que necesite.


—Sí, señor Alfonso.

lunes, 29 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 20

 —¿Cómo se llama? —susurró.


—Es una niña. Se llama Olivia.


Era un nombre precioso y le gustaría preguntar qué significaba, pero ese deseo quedó eclipsado por la necesidad de tomarla en brazos. La niña estaba llorando, su hija estaba llorando.


—Démela —le dijo.


—Antes me gustaría explicar… —empezó a decir la niñera.


—No hay nada que explicar —la interrumpió ella. —La niña es mía, sé que es mi hija.


—No queríamos disgustarte —intervino Pedro.


—¿Disgustarme por qué? No me trates como si fuera una niña. Sé que es mi hija. Démela ahora mismo —ordenó Paula, con un tono que ni ella misma reconocía.


La niñera obedeció y, cuando puso al cálido bebé entre sus brazos, el mundo entero se puso del revés. Una vez más. Había despertado a una vida que no conocía y aquello debería aumentar su confusión, pero no era así. De repente, todo estaba claro. Porque, aunque no lo recordaba y no podía creer cómo podía estar comprometida con un desconocido, sí podía creer aquello. Su hija. La conocía en su corazón, en sus huesos, tal vez porque la había llevado en su vientre durante nueve meses aunque no lo recordase. De repente, sintió una oleada de dolor que la dejó sin aliento. No recordaba haberse enamorado. No recordaba el roce de sus manos o sus besos. No recordaba haber estado embarazada. ¿Se habría alegrado él? ¿Habrían sido felices? ¿Por qué no se habían casado antes de que naciese la niña? Y el parto… Se había perdido todo eso. ¿Cómo podía haber dado a luz estando en coma? Todo aquello era demasiado. Se había acostado con aquel hombre el día que lo conoció, había tenido una relación con él, había tenido una hija con él.  Todo eso había quedado atrás. Pero no, no todo. Porque aquella niña era hija suya, lo recordase ella o no. Nunca había abrazado a su hija. Olivia tenía un mes de vida y nunca la había tenido entre sus brazos. Pero llevaba una hora despierta y nadie le había llevado la niña.


—¿Por qué no la has traído inmediatamente? —le preguntó, enfadada.


—Me preocupaba tu reacción —respondió él. —Imagino que es difícil para tí creer lo que ha habido entre nosotros y…


—Pero es mi hija.


—Sí.


—Lo sé, estoy segura —susurró Paula.


Lo sabía en su corazón, en su alma. De repente, todo aquello le parecía aterrador, pero él debía amarla, pensó. Había cuidado de su hija mientras ella estaba en coma y si la amaba no le haría ningún daño. No le quitaría a Olivia. De repente, sintió miedo. No de la extraña situación sino de que todo aquello fuese un sueño. ¿Cómo era posible que estuviese comprometida con aquel extraño y siendo madre de una niña preciosa?

Otra Oportunidad: Capítulo 19

 —No pudo ser así, yo soy virgen —Paula se cubrió la boca con la mano. —No sé por qué he dicho eso. No sé por qué estoy hablando de esto contigo. Dices que estamos comprometidos y que me acosté contigo una hora después de conocerte. Lo siento, pero no tiene sentido cuando yo sé quién soy y cómo ha sido mi vida.


—Pero no recuerdas nada sobre los días previos al viaje, ¿No? O lo que pasó durante el viaje —le recordó Pedro.


¿Virgen? ¿Era posible? Ya no lo era, desde luego, pero no se le había ocurrido pensar que la mujer sensual que había tenido entre los brazos esa noche pudiese no haber estado nunca con otro hombre.


—Es como si me hubieran hecho un trasplante de personalidad. Créeme, yo no soy nada aventurera.


Aquella mujer seguía siendo un misterio y eso lo incomodaba. Las mujeres no eran misteriosas para él. Cumplían un propósito determinado, alimentaban un apetito específico y luego no volvía a pensar en ellas. Así era la gente en su mundo. Cuando dejaban de ser útiles, sencillamente desaparecían. Ahora tenía una hija, y a efectos prácticos, los bebés no servían de mucho, pero Olivia sería su hija para siempre. Y a Paula, una mujer que lo desconcertaba, pero que también estaría en su vida para siempre.


—Pero debo ser aventurera —murmuró ella como para sí misma. — Porque si es verdad lo que dices… Nos acostamos juntos, ¿No?


Parecía hipnotizada y el corazón de Pedro hizo algo que no había hecho antes. No podría ponerlo en palabras. Era un dolor y un trueno al mismo tiempo mientras ella lo miraba con gesto interrogante, poniendo una mano sobre su pecho, sobre ese músculo que reaccionaba de forma tan extraña. El asombro que veía en los ojos de Paula era un reflejo del que había visto cuando la hizo suya esa noche… Pero entonces un grito infantil rompió el silencio. Paula se quedó inmóvil.


—¿Qué es eso?


Su mente había sido un lienzo en blanco cuando despertó, pero ahora estaba demasiado llena. De aquel sitio, de aquel hombre. ¿Comprometida con él? No le parecía posible. No recordaba nada, pero al parecer había ido a Camboya y diez meses después estaba comprometida con el hombre más apuesto que había visto nunca. Ella, una chica a la que nunca habían besado. Un hombre rico, además. Nada de aquello tenía sentido, pero había algo entre ellos. Algo que no había experimentado nunca y por lo que se sentía atraída. Pero el llanto de un bebé lo cambió todo.


—¿Dónde está? —preguntó, con el corazón acelerado.


—Creo que no es momento para hablar de eso.


Paula experimentó una sensación de pánico, de desesperación, de puro terror.


—¿Por qué no?


—Porque no —respondió él.


Había un bebé llorando al otro lado de la puerta y ella llevaba un mes en coma. Paula se levantó, pero le temblaban las piernas y tropezó con el camisón largo que llevaba. Pero, por fin, logró abrir la puerta. En el pasillo había una mujer con un bebé en brazos. El bebé tenía el pelo oscuro, la piel dorada. Buscó algún parecido con ella, pero no veía ninguno. Sin embargo, lo veía a él. Nada le decía que ella pudiera ser la madre de ese bebé, pero lo sentía en su corazón. Lo sabía.

Otra Oportunidad: Capítulo 18

La necesitaba a ella. Paula estaba despierta, hablando con él, y Pedro sentía como si una parte de sí mismo hubiese despertado con ella porque no lo miraba como si lo odiase sino como lo había mirado el día que se conocieron. Eso era lo que tenía, una segunda oportunidad. Y no estaba dispuesto a desaprovecharla.


—Estoy en Italia, con un hombre con el que voy a casarme —musitó ella, sacudiendo la cabeza en un gesto de incredulidad. —¿Cómo nos conocimos?


—En las ruinas del templo de Angkor Wat —respondió él.


Estaba claro que Paula quería amor y él no podía dárselo, pero no le costaba nada inventar una historia. Tal vez había pensado dar a su hija en adopción, pero eso había quedado atrás. Se quedaría con ellos, estaba seguro. Y sería feliz. Y en cuanto a la verdad, una vez que se hubieran casado la verdad no importaría tanto.


—¿Y nos enamoramos locamente? —preguntó Paula.


—Algo así.


—No, en serio. Cuéntamelo.


Lo miraba con esa expresión tan abierta, tan dulce. Confiaba en él, no lo miraba como si fuera un predador a punto de devorarla. Se preguntó entonces si otro hombre se sentiría culpable, pero no quería pensar en eso.


—Tus amigas te abandonaron y estaba lloviendo a mares. Nos quedamos solos en las ruinas y te fuiste a casa conmigo.


Su voz se había vuelto ronca. Era imposible esconder el deseo que rugía en su interior al recordar esa noche. Si olvidaba el dolor de los últimos meses podía recordar sus besos, su cálida piel, cómo lo había mirado cuando tuvo su primer orgasmo.


—¿Yo hice eso? ¿Me fui contigo?


—Sí. 


—¿Y luego qué?


Parecía tan inocente. Si no supiera que acababa de despertar de un coma después de un mes habría pensado que estaba fingiendo. Pero no, Paula no fingía, no era una actriz. Una hechicera tal vez, porque ninguna otra mujer había conseguido meterse bajo su piel como lo había hecho ella.


—La conexión entre nosotros fue inmediata. Una atracción física abrumadora —respondió Pedro.


 Paula parpadeó.


—No, ahora sé que estás mintiendo. Lo siento, pero no me lo creo.


—¿Qué es lo que no crees?


—Que me fuera contigo sin conocerte… No, imposible. Yo no hago esas cosas.


—Siento decepcionarte, pero lo hiciste. Nos quitamos la ropa una hora después de conocernos.


Ella soltó una carcajada. La bella durmiente tenía la audacia de reírse de él.

Otra Oportunidad: Capítulo 17

Se había encargado de que Olivia conociese a su madre, de que estuviese en sus brazos cada día, aunque Paula no lo supiera. Pero ahora estaba despierta.


—Te llamas Alfonso —murmuró ella, cerrando los ojos.


—No te canses —le aconsejó él. —Irás recordando poco a poco.


En realidad, estaba de acuerdo con la enfermera. No podía hablarle inmediatamente de Olivia. Paula ni siquiera recordaba el viaje a Camboya y saber que había tenido una hija sería una conmoción para ella. La prueba de ADN había confirmado que Olivia era hija suya, pero Paula no recordaba esa noche, en la casa del árbol, y tal vez se negaría a creerlo. Si ella supiera que no había amor entre ellos, solo una pasión que había explotado esa noche y que había tirado por tierra todo lo que él creía sobre sí mismo.No se le había ocurrido usar protección con ella. Habían hecho el amor una y otra vez esa primera noche y ni siquiera había reparado en ello. El médico llegó poco después para examinarla.


—En teoría, disfruta de buena salud —anunció unos minutos después.


Hablaban en italiano, de modo que Paula no lo entendería, y él tendría la oportunidad de explicárselo todo más adelante… A su manera.


—Entonces no hay razón para no contarle la verdad, ¿No?


—Ninguna —respondió el médico.


—Muy bien.


—Quiero volver a examinarla en un par de días, pero debe informarme de cualquier cambio en su memoria. Imagino que habrá cosas que deban hablar entre ustedes.


—Sí, muchas cosas.


Durante la visita del médico Paula se había levantado de la cama. Habían hecho ejercicios con ella durante el coma para que sus músculos no se atrofiasen y, aunque al principio le costaba mantener el equilibrio y necesitaba un andador, no había tardado mucho en moverse sola por la habitación.


—Recuerdo cómo caminar. Lo recuerdo todo salvo los últimos…


—Los últimos diez meses —terminó Pedro la frase por ella. —El viaje a Camboya ocurrió hace diez meses y llevas un mes en coma.


—¿Nos conocimos allí? —le preguntó ella cuando el médico y la enfermera los dejaron solos.


—Así es —respondió Pedro.


Le sorprendía cuánto seguía deseándola. Había conseguido controlar ese deseo mientras estaba inconsciente y, aunque sentía algo cada vez que estaba a su lado, estaba convencido de que era por su deseo de que Olivia conociese a su madre. Pero ahora no podía negar que su deseo por ella era puramente sexual y no era el momento de darle vueltas.


—No puedo creer que haya vivido una aventura y no la recuerde.


—Bueno, cara, sigues viviendo una aventura.


—Ah, claro, estoy en Roma, ¿No?


Pedro se había acostumbrado a su rostro dormido. Tenía un aspecto tan sereno en la cama, como si fuese La Bella Durmiente. Los médicos habían tenido pocas esperanzas de que despertase del coma, pero él no había querido rendirse. Olivia necesitaba a su madre. «¿Y qué necesitas tú?». «Necesitar». Esa palabra fue como una bomba.

Otra Oportunidad: Capítulo 16

Por el momento, Olivia estaba bien con sus niñeras ¿Pero por qué seguir teniendo niñeras cuando su madre estaba allí? Se había puesto furioso cuando descubrió un folleto sobre adopciones entre los papeles que llevaba en el bolso. Paula iba a renunciar a su hija sin darle la oportunidad de ser padre. Él no sabía nada sobre ser padre, pero era una cuestión de principios. Un hijo debía tener un padre y una madre. Claro que si uno de los progenitores era un sociópata decidido a continuar su apellido como fuera, como lo había sido su padre, esa ecuación no funcionaba. Olivia necesitaba a su madre y él necesitaba que Paula protegiese a la niña de sus demonios. Ella no recordaba nada ¿Pero qué pasaría cuando lo recordase? Daría igual, pensó. Cuando recordase, si algún día recuperaba la memoria, las cosas serían diferentes porque él estaba reinventando la historia. Tal vez solo había pensado en dar a la niña en adopción por cuestiones económicas, pero siendo su mujer tendría todo lo que hubiera deseado y más.


—¿Has dicho que voy a ser tu mujer?


—Sí —respondió él. —¿No lo recuerdas, cara mía?


Ella negó con la cabeza y Pedro vió que sus ojos se llenaban de lágrimas.


—¿Qué ocurre?


—No puedo creer que no recuerde haberme enamorado, que no recuerde que alguien me quiere.


Si él fuese otro hombre seguramente se habría sentido culpable porque no había amor entre ellos. Pasión, desde luego, eso no podía negarlo. ¿Pero amor? Pedro ni siquiera sabía lo que era eso. Experimentaba un sentimiento protector hacia Olivia, un sentimiento que trascendía su propio instinto de supervivencia. Era como tener una parte de sí mismo viviendo fuera de su cuerpo, pero no lo llamaría amor porque él no sabía lo que era eso. Haría lo que tuviese que hacer para que su madre se quedase con ellos, incluso casarse con ella, porque eso era lo mejor para la niña. Y no se sentía culpable.


—Por favor, señor Alfonso —dijo la enfermera entonces. —Con todo respeto, el médico tiene que examinarla antes de nada. La señorita Chaves no debe sufrir presión o angustia de ningún tipo.


—Esto no es una telenovela —replicó él. —No creo que saber algo de su vida vaya a hacerle ningún daño.


La enfermera no sabía nada de sus circunstancias y Pedro no quería que nadie más supiera de Olivia por el momento. La niña tenía un mes y nunca había salido de la casa. Y, a pesar de que él estaba desligado de sus sentimientos, se había encargado de que la llevasen a la habitación de Paula cada día porque una niña recién nacida necesitaba a su madre. Él había necesitado tanto a la suya.

viernes, 26 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 15

Era un hombre alto, de hombros anchos, con un elegante traje de chaqueta. Su pelo era negro como el azabache, sus ojos casi igual de oscuros. Tenía una mezcla de rasgos orientales y occidentales, pómulos altos y nariz recta. Era tan apuesto que Paula tuvo que tragar saliva. No lo había visto nunca, pero ese rostro hacía eco en su alma, como si lo reconociese. No tenía ni idea de quién era aquel hombre, pero cuando entró en la habitación sintió una sacudida por todo el cuerpo. Era alguien poderoso. Lo sabía de modo intuitivo, aunque no lo conocía. Era más que un hombre, era… Un tigre. Ese extraño pensamiento apareció de repente y se le puso la piel de gallina.


—Señor Alfonso, yo creo que es mejor esperar…


Él la interrumpió con un gesto y luego la miró a ella.


—Estás despierta —le dijo, con una voz ronca, masculina. Y peligrosa.


—Sí, estoy despierta —consiguió decir ella. —Pero no sé qué hago aquí o qué ha pasado.


—¿No recuerdas lo que pasó?


—No, no lo recuerdo. No sé por qué estoy aquí o quién es usted.


El extraño se quedó callado durante unos segundos y Paula supo de algún modo que no era un hombre acostumbrado a quedarse sin palabras.


—Paula —dijo él entonces, con ese tono que enviaba sensaciones por todo su cuerpo. —Llevas un mes inconsciente.


—¿Un mes? Eso es imposible. Pensaba irme de vacaciones con mi compañera de piso…


—Ya has ido de vacaciones con tu compañera de piso.


—No, aún no he ido a Camboya. Nunca he salido del país.


—¿Y en qué país crees que estás ahora?


—En Estados Unidos —respondió ella. —En Georgia, donde he vivido toda mi vida.


—No, Paula. Estás en Roma, en mi casa. Y vas a ser mi mujer.



Estaba despierta y no lo había reconocido. Pedro tenía la oportunidad perfecta para despedirse de ella. No lo recordaba, no recordaba a Olivia, pero le había dicho que iba a casarse con él. Pedro Alfonso no se cuestionaba a sí mismo. Su padre había sido un canalla y un tirano. Para hacerlo fuerte solía decir, para que fuese digno del apellido Alfonso. Y Pedro nunca había hecho nada para honrar a su padre sino para demostrar que no tenía razón. La única ocasión en la que había mostrado debilidad fue tras el entierro de su madre, cuando encontró a aquella chica en las ruinas del templo de Angkor Wat. Había querido decirle adiós, pero estaba allí de nuevo y acababa de decirle que iba a quedarse en su vida.

Otra Oportunidad: Capítulo 14

Cuando Paula despertó, no estaba en su cama. Ese fue su primer pensamiento. Aturdida, intentó cambiar de postura, pero no podía hacerlo. No podía mover un brazo y oía unos pitidos extraños. Cuando por fin abrió los ojos se dió cuenta de que estaba en lo que parecía una habitación de hospital. Era demasiado elegante para ser una habitación de hospital, pero había equipamiento médico por todas partes. Intentó recordar cómo había llegado allí, pero era incapaz… Tenía que llamar a Jimena, su compañera de piso. Ella iría a buscarla porque, desde luego, no podía depender de su madre. Pensaban ir a Camboya en un viaje de aventura… Torció el gesto. Si estaba en el hospital tal vez no podría ir a Camboya. En fin, tal vez no había sido tan buena idea. Después de todo, tendría que gastarse todos sus ahorros para hacer ese viaje. Claro que ella nunca había hecho nada espontáneo o aventurero. Había intentado desesperadamente no ser como su madre y, al final, se había convertido en alguien pálido, gris, en nada. Pero alguien que estaba en un hospital y no recordaba por qué. Miró alrededor, buscando un timbre para llamar a alguna enfermera, a alguien que le explicase dónde estaba. Las paredes estaban enteladas de algo que parecía terciopelo granate, con cenefas doradas alrededor de las puertas… ¿Dónde estaba? Sintió miedo entonces porque aquello no era normal. No era capaz de recordar cómo o por qué estaba allí. No recordaba lo último que había hecho. Bueno, tenía un recuerdo reciente. Estaba en su departamento, comiendo cereales y escuchando a Jimena hablar de los hostales en Camboya… Pero eso no tenía nada que ver con aquella habitación y no explicaba por qué estaba allí. Por fin, encontró un botón y lo presionó desesperadamente. La puerta se abrió unos segundos después y una mujer con un vestido oscuro y un delantal blanco almidonado entró en la habitación.


—¡Está despierta, señorita Chaves!


—Sí, yo… —murmuró ella, confusa. —¿Cómo sabe mi nombre?


Bueno, claro que debía saberlo. Debía llevar su documentación en el bolso cuando tuvo el accidente. ¿Había tenido un accidente? Le dolía un poco la espalda, pero no tenía vendas ni sangre por ningún lado. Paula se tocó la cara para estar segura. No, tampoco tenía vendas en la cara. La mujer se acercó a la cama y empezó a examinar los aparatos mientras sacaba un móvil del bolsillo para llamar a alguien.


—Sí, doctor, está despierta. Por favor, venga tan rápido como sea posible.


Paula tragó saliva.


—¿Es malo que haya despertado?


—No, al contrario —respondió la mujer. —Pero es una sorpresa.


—¿Por qué es una sorpresa?


—Es mejor que hable con el médico, señorita Chaves.


La puerta se abrió de nuevo y Paula pensó que debía ser el médico, pero no llevaba bata blanca.

Otra Oportunidad: Capítulo 13

Pedro apretó los dientes.


—¿Qué pasa con la señorita Chaves?


—Está en el hospital.


—¿Qué?


Paula se dió la vuelta y, por primera vez, miró al hombre que llevaba el mensaje. Pero no era su rostro lo que veía sino el de Paula. Su rostro lleno de alegría y emoción cuando llegaron a la casa en el árbol. Y su mirada desolada esa noche, esa última noche. Paula estaba en el hospital. Pensó en ella en el suelo, rota, la noche que él la rompió. Esa noche había dejado escapar todo su veneno, destruyendo el magnífico capullo en el que habían vivido durante esos meses. Dio, ¿Cómo había podido hacer eso? Durante esos meses con ella había sido feliz, pero sabía que solo era cuestión de tiempo antes de que la oscuridad lo envolviese y así había sido. Había pasado de la felicidad a la más terrible angustia y era culpa suya. Pero Paula estaba herida y en lo único que podía pensar era en ir con ella.


—¿Qué ha ocurrido? —preguntó.


—Ha sufrido un accidente de coche esta mañana. Vive en un pueblecito al norte de Inglaterra…


—¿Pero está viva?


—Viva, pero inconsciente. No ha recuperado el conocimiento desde que la llevaron al hospital.


Pedro se levantó del sillón. Tenía que verla, tenía que ir con ella. No volvería a tocarla nunca más, pero tenía que verla.


—Sí, signore, pero hay algo más.


—¿Qué?


—Está embarazada.


Esas palabras sonaron en su cabeza como un gong. No había perdido el bebé. Habían pasado siete meses desde la última vez que se vieron. Podría haber conocido a otro hombre en ese tiempo y haber quedado embarazada desde que perdió el hijo que esperaban. Pero no podía negar lo que sintió al escuchar esas palabras. Algo primitivo, algo que le tocaba el corazón. Suyo. Ese hijo era suyo. No todo estaba perdido. Tal vez era una segunda oportunidad, una que no merecía y que quizá no debería aprovechar. Había sido un monstruo con ella esa noche, pero Paula estaba inconsciente en el hospital y esperaba un hijo suyo. Y hombre o monstruo, daba igual. Ella era suya.


—No sabemos si el bebé ha sobrevivido —dijo su ayudante entonces.


Pedro apartó la mirada. Si no la hubiese tratado como lo hizo, aquello no habría ocurrido. Si no la hubiese tratado como lo hizo, su hijo estaría vivo. Y tenían que vivir. Los dos. Él era un Alfonso y un Alfonso hacía lo que debía hacer. Removería cielo y tierra. Escribiría un nuevo final para su historia.


—Pide el helicóptero, nos vamos ahora mismo a Inglaterra.

Otra Oportunidad: Capítulo 12

Nunca había estado con una mujer más que un fin de semana, pero con Paula había estado durante un mes. Un mes de sexo insaciable. No se cansaba de ella. Y luego Paula le había dicho que estaba embarazada. Él no quería tener hijos y, de repente, ella parecía una broma del destino. El enemigo de todo lo que había construido, de todo lo que había jurado no ser. Él no era un hombre que se arrepintiese de nada y, sin embargo, sentía un gran pesar desde esa noche. Paula había salido huyendo de él, como si fuera un monstruo, y había resbalado en el suelo mojado. Todo estaba perdido. Había sabido entonces que debía dejarla ir porque su objetivo en la vida era no ser como su padre. Y, sin embargo, se había portado como un monstruo con ella. 


La oscuridad que había dentro de él había ganado la batalla. La imagen de Paula en el suelo, sangrando, llorando, lo despertaba por las noches. No podía escapar de esos demonios por mucho que quisiera. No se había tomado un interés personal en lo que hacía desde que se marchó, pero había pedido a su gente que la vigilase discretamente. La compañía Alfonso era el único nexo entre su padre y él. Un hombre fuera de sí cuando murió su único hijo legítimo, Horacio Alfonso había ido a Camboya y había robado a su hijo ilegítimo de los brazos de su madre, convirtiéndolo en el heredero de su fortuna. No porque lo quisiera sino porque creía que el negocio familiar debía ser heredado por alguien que llevase sangre de los Alfonso y él era el único hijo que le quedaba. Su padre le había dado dinero, educación, poder, pero también le había robado mucho. Su madre, en cambio, sí lo había querido. Intentó defender sus derechos de custodia, pero no había podido hacer nada contra el poderoso Horacio Alfonso. Él tenía cinco años entonces y apenas recordaba nada de su vida antes de que lo llevasen a Italia. Solo unas vagas imágenes de una habitación con paredes de color rosa y la voz suave de su madre hablándole en camboyano. Y después de eso un montón de desconocidos, niñeras, tutores, gente a la que no entendía, y un padre distante y tiránico. Había sobrevivido, por supuesto. Su madre era su única debilidad y la había echado de menos durante toda su vida. Como si tuviese un agujero en el pecho donde una vez había estado su corazón. Su padre se había apresurado a decirle que ese dolor era una señal de debilidad y que los hombres de la familia Alfonso no se rendían ante esas debilidades. Solo sentía debilidad por su madre y su muerte lo había golpeado como nada más lo había hecho en toda su vida.  Y entonces conoció a Paula. Paula, un nombre ridículo para una chica de pelo rubio y acento tan espeso y dulce como la miel. Parecía una ninfa del bosque con el pelo mojado y el vestido de colores pegado al cuerpo, las mejillas rojas del sol, la nariz cubierta de pecas. Sus caricias habían sido una revelación. Había sentido más con ella esa noche que en toda su vida.

Otra Oportunidad: Capítulo 11

Cuando unas semanas después el médico le dijo que no había perdido a su bebé, Paula se inclinó sobre sí misma, llorando de felicidad, de pena, los sentimientos mezclándose como una lluvia interminable. ¿Cómo era posible? No había perdido a su hijo, pero Pedro había desaparecido. La vida con la que había soñado se había esfumado porque él no era el hombre que había creído que era. Pero su hijo sí existía. Su hijo, de ella, no de Pedro. Solo suyo. El médico apretó su mano mientras lloraba y luego le dio un montón de folletos informativos con todas las opciones posibles. Paula se los llevó a casa, pero no tenía que mirar las opciones porque ya había tomado una decisión. Tendría a su hijo y no tenía miedo. Era feliz allí. La mujer que le había alquilado una habitación en su casa era muy amable y se alegró al saber del embarazo como no lo hubiera hecho su madre. Todo saldría bien. Le iría bien en aquel pueblecito que la había adoptado como su mascota americana. Les gustaba su acento y les gustaba ella. Aquello era parte de su aventura y se sentía más feliz y esperanzada que nunca. Todo era perfecto, salvo que a veces recordaba a Pedro y la pasión que había habido entre ellos. Y también recordaba cómo le había roto el corazón. Había confiado en él como no había confiado en nadie más, tanto como para desnudarle su alma. Por fin había creído que el amor existía, que era posible para ella amar y ser amada. Saber que no era así había estado a punto de destruirla, pero ahora tenía una razón para seguir adelante y eso era lo que iba a hacer. Todo era perfecto, pero una mañana, cuando iba a entregar una cesta de panecillos a un café de la zona, un conductor imprudente chocó de frente contra su coche. Todo era perfecto hasta que perdió el conocimiento y el mundo se convirtió en un borrón negro.




-Señor Alfonso, se trata de la joven, la señorita Chaves. 


Pedro Alfonso se dió la vuelta en el sillón giratorio para mirar el paisaje de Roma en todo su esplendor. Estaba cansado de Roma, cansado de todo. Había estado cansado de todo hasta que conoció a Paula Chaves. Esa tarde, en las ruinas del templo, ella le había parecido cosa del destino y había sido tan idiota como para dejarse llevar por esa idea tan ridícula. Le enfurecía haber dejado entrar a nadie en su vida en ese momento y Paula había pagado esa furia. Todo había sido culpa suya. Tal vez su padre había tenido razón después de todo. Tal vez había una debilidad en él; una debilidad que él había querido quitarle a golpes. Pero no lo había conseguido. Y ella había puesto su vida patas arriba. Había sido todo lo que deseaba, todo lo que anhelaba. Nunca había sido así con nadie. Llevar el control era lo más importante para él y con ella no tenía control alguno.

miércoles, 24 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 10

 —¿Qué has dicho?


—Que estoy embarazada.


—No, eso no es posible.


—Pero es verdad. No usaste un preservativo la primera noche. ¿Cómo puedes decir que no es posible? Además, desde entonces ha habido muchas ocasiones en las que no lo has usado.


La chica que era cuando se conocieron se habría sentido avergonzada de hablar así, pero no la mujer en la que se había convertido.


—Es imposible, Paula. No puede ser.


—¿Cómo puedes mirarme a los ojos y decir que es imposible?


—Porque es inaceptable. Yo no quiero un hijo.


—Pero voy a tenerlo, así que ahora…


—No, yo no quiero saber nada.


Ella lo miró, perpleja.


—No puedes decirlo en serio.


—Completamente en serio. Tú no sabes nada sobre mí… Yo nunca tendré hijos.


Paula se levantó de la silla y lo fulminó con la mirada.


—Pues entonces no hay nada más que decir.


—Paula…


—No quiero seguir hablando contigo —lo interrumpió ella.


—Podrías estar esperando un hijo de otro hombre y quieres hacerlo pasar por mi hijo…


—¿Cómo te atreves? —volvió a interrumpirlo ella, airada.


Después, se dió la vuelta y salió corriendo del comedor, de la casa. Llovía, pero siguió corriendo, ciega, con el corazón roto, hasta que resbaló sobre los adoquines mojados y cayó al suelo. Sintió un violento dolor en el vientre y vió un hilo de sangre rodando por sus muslos.


—¡Paula!


—¡Vete! —gritó ella. —Voy a perderlo de todas formas. Todo está perdido.


Pedro la levantó del suelo y la llevó de vuelta a la casa. Sin decir nada, la secó con una toalla y la metió en la cama. Y la dejó allí.


A la mañana siguiente, Pedro había desaparecido, pero un chófer fue a buscarla para llevarla a Nápoles. Él no iba a despedirse de ella. Su tigre se había ido. Todo había terminado. Cuando llegó al hotel, el director le dijo que podía alojarse allí el tiempo que quisiera o que él mismo se encargaría de comprarle un billete de avión con el destino que ella prefiriese. Paula pensó en el departamento que había compartido con Jimena en Georgia. Había renunciado a él para irse con Pedro a Europa, como si aquella aventura no fuese a terminar nunca. Pero había terminado. No tenía trabajo al que volver, pero ahora podía ir a cualquier parte, hacer lo que quisiera. Pedro le había dado valor para hacer eso, aunque hubiese matado algo dentro de ella que no recuperaría nunca. Tenía la posibilidad en la mano y solo debía ser lo bastante valiente como para dar el primer paso. Se había perdido en un cuento de hadas durante un tiempo. Su aventura con él había terminado, pero había algo más esperándola. Y si había aprendido una cosa en la vida era que uno no podía perder el tiempo, la energía o las emociones en otras personas. Pedro no quería formar parte de su vida, pero ella iba a seguir viviendo. De modo que se fue a Inglaterra, un sitio que siempre le había encantado. Empezó el viaje en Londres y terminó yendo al norte, a un pueblecito donde encontró trabajo repartiendo productos de panadería.

Otra Oportunidad: Capítulo 9

 —Deberíamos ir a Italia unos días —sugirió él una noche, mientras estaban en la cama.


Se le ocurrió entonces que tal vez era italiano. Aunque también debía ser en parte camboyano, había notado que su acento era diferente al de la gente de Siem Reap. 


Fueron a Italia, a la Costa Amalfitana, el sitio más hermoso que Paula había visto nunca. Y cada día estaba más locamente enamorada de él. Pero cuando no le llegó la regla empezó a preocuparse. No le asustaría estar embarazada, pero temía… Temía que él no quisiera saber nada. Pedro era maravilloso con ella. Aunque ahora trabajaba más a menudo, seguían haciendo el amor todas las noches. A todas horas en realidad. Era insaciable y a ella le encantaba, pero seguía sin conocerlo, por mucho que se dijera a sí misma que no era así. Conocía cada centímetro de su cuerpo y sabía cómo darle placer, cómo hacer que perdiese el control. Sin embargo, estaba segura de que no recibiría con alegría la noticia del embarazo. No sabía por qué, tal vez era la oscuridad que intuía bajo la fachada del hombre amable y atento, ese predador. Pero llegó un momento en el que ya no podía retrasarlo más, de modo que mientras Pedro estaba trabajando fue a una farmacia y compró una prueba de embarazo. Y cuando el resultado fue positivo, empezó a llorar. De felicidad. Aunque tenía el horrible presentimiento de que él no sentiría lo mismo. Pedro le había comprado un vestuario fabuloso y, esa noche, se puso un bonito vestido y le pidió al chef que preparase su cena favorita. Era una cosa tan curiosa poder pedirle al chef que preparase lo que ella quisiera. Empezaba a sentirse cómoda en aquella vida, en aquella relación. ¿Pero era una verdadera relación si seguía sin saber nada sobre él? Solo esperaba que esa noche revelase que Pedro sentía por ella el mismo amor que sentía por él. Se había desatado una tormenta y pensó que era un mal presagio. Así era como se habían conocido, pero las tormentas no solían presagiar nada bueno. Pero la mesa tenía un aspecto fabuloso, con el plato de pasta que a Pedro le gustaba, y ella intentó ponerse lo más guapa posible. Como si eso sirviese para algo. Él entró en el comedor y esbozó una sonrisa.


—¿Qué he hecho yo para merecer esto?


—Solo quería organizar algo especial esta noche.


Fuera llovía a cántaros en ese momento. Se sentaron a cenar y ella esperó, nerviosa, intentando comer para que Pedro no pensara que ocurría nada raro.


—Tengo algo que contarte —dijo por fin.


Pedro levantó la mirada y ella lo supo. Antes de decir nada, lo supo. Que siempre tendría el poder de devorarla si quisiera. Que podría romperle el corazón.


—Estoy embarazada.


La reacción de Pedro fue inmediata. Se levantó de la silla como un tigre y la miró con los ojos brillantes.

Otra Oportunidad: Capítulo 8

La había necesitado tantas veces esa noche que Paula perdió la cuenta. Sobre los almohadones del salón y luego en su dormitorio, en una cama con dosel. Y ahora, por fin, entendía por qué había temblado la casa con paredes de papel, aunque aquello había sido poco comparado con lo que ella estaba experimentando. Pedro era una fantasía, un sueño del que no quería despertar. Pero cuando amaneció él seguía allí, mirándola como si fuera una revelación, de modo que se quedó. Los días y las noches se mezclaban y empezó a pensar que aquel sueño no iba a terminar nunca. Cuando por fin pudo localizar a Jimena, le dijo a su amiga que no terminaría el viaje con ella. Porque había conocido a un hombre. Después de las burlas, era muy satisfactorio ser la única que había encontrado a alguien, la única que estaba teniendo una salvaje y deliciosa aventura. La única que se había enamorado. Pedro era tan apuesto, su tigre. Un hombre que había puesto del revés todo lo que creía sobre sí misma. Se quedaron en la casa del árbol durante días y después la llevó a un hotel de su propiedad en Siem Reap.


—Deberíamos ir a Europa —dijo Pedro mientras cenaban en el mejor restaurante de la ciudad.


Paula había dejado su trabajo de camarera para ir a Camboya, pero eso no era un problema porque siempre le había resultado fácil conseguir empleo. Además, había pagado su parte del alquiler mensual del departamento que compartía con Jaia. No había ninguna razón para no ir con él a cualquier parte. A todas partes.


—Pero hay tantas cosas de tí que no sé —le dijo. —Yo te lo he contado todo sobre mí.


—No creo que me lo hayas contado todo —replicó Pedro, empujando hacia ella una tentadora tarta de chocolate. —Estoy seguro de que hay muchas cosas que no sé. 


—Pero no hay muchas cosas que no hayas visto.


Era desvergonzada con él y jamás hubiera imaginado que pudiera serlo. Pero Pedro la encendía, la convertía en una extraña y ella quería ser esa extraña. Una mujer salvaje, sensual, que no tenía límites en la cama, con un hombre increíble que la encendía con una simple mirada. Pero sabía que estaba viviendo una fantasía, que la realidad estaba a la vuelta de la esquina. Él debía tener un trabajo, debía tener una vida. Y empezaba a intuir que no era allí, pero Pedro no le contaba nada sobre sí mismo.


—Claro que trabajo, pero suelo hacerlo mientras tú duermes —le había dicho después de pasar una semana en el hotel. —Pronto tendré que volver a mi vida normal, pero…


—¿Y cómo es tu vida normal?


—Eso es algo que no te concierne.


Esa debería haber sido la primera señal de que para Pedro la relación no significaba lo mismo que para ella. Pero cuando una semana se convirtió en otra y en otra, cuando viajaron a Inglaterra, a Francia y a Suiza, Paula olvidó ser precavida. Se olvidó de Jimena, del departamento. Se olvidó de la vida que había dejado atrás como si no tuviese la menor importancia. Estaba enamorada. Por primera vez en su vida, estaba locamente enamorada.

Otra Oportunidad: Capítulo 7

Era una certeza, una verdad. Era por eso por lo que estaba allí. Tal vez era para eso para lo que había nacido, para sentirse hermosa mientras aquel hombre la acariciaba, para experimentar el exquisito placer de sus labios deslizándose por su cuello, sus hombros, sus pechos. Para sentir la punta de su lengua rozando un endurecido pezón antes de meterlo en su boca. Paula echó la cabeza hacia atrás y gimió de gozo. Nunca había entendido el placer hasta ese momento. La excitación, sí, pero aquello era diferente. Él llevaba el control, él le daba placer marcando el ritmo, decidiendo dónde tocarla, dónde saborearla. Era maravilloso. Ella le había dado ese derecho y, por alguna razón, eso la hacía sentir poderosa. Le echó los brazos al cuello y Pedro la miró a los ojos antes de apoderarse de sus labios en un beso duro, intenso. Y ella cayó hacia atrás, sujeta entre sus fuertes brazos, sintiendo como si estuviera flotando. El beso era devorador y tuvo que reír porque tal vez Pedro iba a comérsela después de todo. Pero la risa se convirtió en un gemido cuando él abrió el kimono y clavó los ojos en su parte más íntima. Y luego puso la boca allí. Se arqueó hacia delante. Aquello iba mucho más allá de sus fantasías. Aquello era completamente nuevo. El tigre iba a devorarla y había hecho bien al no salir corriendo. Su lengua y sus dedos eran mágicos, provocando sensaciones nuevas que le robaban el aliento.


Pedro puso las manos bajo su trasero y la levantó, como una ofrenda pagana a punto de ser consumida… Y el clímax la envolvió como una ola. Se quedó agotada, sin aliento, intentando agarrarse a algo, a cualquier cosa que la mantuviese clavada al suelo. Pedro era lo único que existía. Él, que estaba sobre ella, mirándola con sus ojos oscuros. Se dio cuenta entonces de que estaba desnudo y su precioso cuerpo, iluminado por la suave luz de la habitación, era un despliegue de potencia masculina. Pero no tuvo oportunidad de mirarlo durante mucho tiempo porque él se colocó entre sus muslos y entró en ella con una embestida que provocó un gemido de dolor. Él no pareció darse cuenta y el dolor dió paso al mismo placer que había encontrado con su boca, pero diferente al mismo tiempo. Estaban conectados. ¿Y no había sentido ella que lo conocía mejor que a nadie un momento antes? Nada podía compararse con aquello. Eran uno solo y la belleza de ese momento, la increíble intimidad, hacía que sus ojos se llenasen de lágrimas. Porque aquello no era algo barato o sórdido. Para ella no lo era y nunca podría serlo. Era hermoso, mágico. Era el destino. Ella nunca se había sentido destinada para nada. Se sentía como un error, siempre había sido así. Como algo inoportuno, indeseado, pero allí no lo era. Pedro la necesitaba y cuando empezó a moverse de modo frenético, temblando en su desesperada carrera por llegar a la meta, supo que nunca se había sentido tan completa, tan entera. Como si aquel fuera su sitio en el mundo. El placer se convirtió en algo vivo, en algo que levantaba el vuelo dentro de ella y la enviaba a las estrellas antes de devolverla a los fuertes brazos que la sujetaban, evitando que se rompiese por completo. Cuando por fin él se dejó ir, derramándose dentro de ella, el placer la envió a alturas a las que su propio orgasmo no la había llevado. En ese momento Pedro la necesitaba y ella nunca se había sentido más viva.

Otra Oportunidad: Capítulo 6

Pedro era la aventura. Él sirvió el té y le ofreció una taza, rozando su mano al hacerlo y provocando una oleada de calor que, Paula estaba segura, no tenía nada que ver con la sencilla infusión.


—Eres una chica muy peculiar —dijo él.


—¿Ah, sí? Pensé que era corriente.


—¿Cómo puede una mujer con ese nombre tan peculiar pensar que es corriente?


Tal vez era él, tal vez era el momento, la lluvia, pero Paula quería contárselo. Quería contárselo todo.


—El nombre es un error. La gente espera alguien salvaje y desinhibido y yo no soy así. Mi madre era la niña en nuestra casa, no había sitio para otra.


—Pero podrías cambiártelo.


—Sí, ya, pero hay algo desafiante en llevar este nombre y seguir siendo quien soy.


Él esbozó una sonrisa.


—Ah, lo entiendo.


Paula tomó un sorbo de té. No debería tener nada en común con aquel hombre, pero intuía que podría entenderla mejor que nadie. Las horas pasaron a toda velocidad. No hablaron de nada profundo y, sin embargo, las cosas de las que hablaron, sus platos favoritos, las estaciones que más les gustaban, descubrían retazos de quiénes eran. Y era algo profundo, real. Y cuando él se inclinó hacia delante para besarla no fue como besar a un extraño porque ya no eran extraños. Lo conocía. Pedro, que vivía en los árboles. Pedro, cuya madre acababa de morir. Pedro, que la besaba como si fuera un sueño, pero era real. Tan real. Cálido y ardiente, haciéndola vibrar. Como si el tigre la hubiese llevado a su guarida, pero no para comérsela sino para hacerla suya. Nunca la habían besado porque nunca había confiado en un hombre lo suficiente como para dejar que lo hiciese. Su madre había arruinado su vida por culpa de los hombres y, por eso, ella no quería saber nada de relaciones. Había querido independencia, libertad, pero nunca se había sentido tan libre como en aquel momento, besando a un extraño en medio de la jungla. Él deslizó un dedo por su cara y su cuello, creando una sensación ardiente en su pecho, entre sus piernas, hasta que sintió que estaba ardiendo.


—Pedro —susurró.


Con esos ojos oscuros clavados en ella, Paula entendió por qué el deseo hacía que la gente tomase decisiones irresponsables y por qué Jimena siempre estaba enamorada de uno o de otro. Porque en aquel momento todo eso le parecía razonable, aunque sabía que no debería ser así. Y no solo le parecía razonable sino necesario abrir los labios para él y dejar que deslizase la lengua en el interior de su boca para saborearla como si fuese el más dulce de los postres. Tal vez estaba liberando una rebeldía contenida durante años. Él tiró de la manga del kimono y la seda se deslizó por sus hombros, descubriendo sus pechos. Tal vez se habría asustado si no le pareciese algo natural. Si no pareciese precisamente lo que tenía que pasar. Los ojos oscuros se clavaron en sus pezones endurecidos y Paula sintió… Ningún hombre la había mirado de ese modo, con esa atención, con ese ardor. Y era todo. Él era todo. Aquel era el momento.

lunes, 22 de julio de 2024

Otra Oportunidad: Capítulo 5

 —Espera un momento —dijo él, antes de desaparecer en una habitación. Volvió unos segundos después con un kimono de seda colgado de una percha. —Deberías cambiarte inmediatamente. Estás empapada.


—Pero yo…


El corazón de Paula estaba enloquecido y no sabría decir por qué.


—Puedes cambiarte en el baño —dijo él, señalando una puerta.


Debería pedirle que la llevase de vuelta… ¿Dónde? No habían reservado hostal en Siem Reap y no sabía dónde estaban Jimena y las chicas. Pero, por el momento, lo mejor sería esperar a que dejase de llover. Cuando entró en el baño se quedó boquiabierta. Al contrario que el exterior de la casa, el baño era moderno y mucho más lujoso de lo que uno podría haber esperado en una vivienda construida sobre un árbol. ¿Quién era aquel hombre? Temblaba mientras se quitaba el empapado vestido, pensando que estaba desnuda en la casa de un extraño, sobre un árbol, en medio de la jungla. Casi le daban ganas de reír. Aquella no era la aventura que había imaginado, pero era una aventura. El kimono era precioso, de color jade, con un bordado de grullas sobrevolando el paisaje. Ella nunca se había parado a pensar en su aspecto físico. Ser guapa no ayudaba a sobrevivir. Al contrario, atraía una atención masculina que no deseaba. Pero en aquel momento, en aquel sitio tan extraño, se sentía hermosa. Y tal vez eso debería preocuparla. Estaba sola con un desconocido, pero no tenía miedo. Seguía siendo un tigre, pero ya no temía lo que pudiese hacerle. Salió del baño sujetando innecesariamente los bordes del kimono sobre el pecho. Y allí estaba él, con un pareo de seda azul, el ancho torso desnudo, los abdominales bien marcados.  Se quedó atónita al verlo, tan fuerte, tan imponente, recostado sobre unos almohadones, con una tetera y dos tazas frente a él. Como si no fuese el hombre más apuesto que había visto en toda su vida. Como si no fuese letal. Pedro había dicho que se llamaba. No tenía acento camboyano, sino algo diferente, pero podía ver el legado de aquel hermoso país en su rostro anguloso. Parecía un hombre que encajaría en cualquier sitio y en ninguno. Como si pudiera ser parte de cualquier cultura, pero siempre distinto porque era demasiado singular.


—Ven —le dijo, haciéndole una seña. —Toma el té mientras está caliente.


Paula podía oír el estruendo de la lluvia golpeando el tejado de la casa.


—Gracias —murmuró, inclinándose para sentarse a su lado sobre los almohadones.


—¿Entonces has venido aquí en una búsqueda espiritual? —le preguntó él. —¿O pensabas ganar seguidores en internet haciéndote selfis en las ruinas del templo?


Ella negó con la cabeza.


—No, no es eso. Nunca había podido viajar hasta ahora y me pareció una oportunidad maravillosa.


Estaba a punto de decir algo sarcástico sobre el desastroso viaje, pero la verdad era que no olvidaría nunca aquel momento. Sentada al lado de aquel hombre que la miraba con tanta atención sentía como si aquella fuese la aventura que había soñado sin saberlo siquiera.

Otra Oportunidad: Capítulo 4

No le parecía una tontería. Al contrario, era una convicción profunda.


—Me llamo Paula Chaves.


Él sonrió de nuevo, aunque la sonrisa no lo hacía menos intimidante.


—Pedro —dijo sencillamente.


—¿Vives por aquí?


—Vivo en muchos sitios, donde me conviene en cada momento.


No parecía un bohemio como lo era Jimena. Tal vez era el traje de chaqueta lo que no encajaba. Porque aquel parecía ser su sitio. En las ruinas del templo, en la jungla, bajo la lluvia.


—¿Has venido aquí para asistir a un funeral? —le preguntó, intentando bromear.


—Al entierro de mi madre —respondió él. —Vine hace unas semanas, cuando los médicos dijeron que no le quedaba mucho tiempo.


Paula tragó saliva.


—Vaya, lo siento mucho.


Ella no tenía buena relación con su madre, pero sabía bien que la mayoría de la gente quería a la suya. Y para ser justos, también ella quería a su madre, por eso era tan difícil. Si no sintiera nada, todo sería más fácil.


—Así es la vida —dijo él, con tono desolado. —Solo me siento conectado con ella cuando estoy aquí, así que me pareció el sitio perfecto para pasear un rato.


Seguía siendo un tigre, pero Paula estaba segura de que no iba a comérsela. No hacía mucho frío, pero estaba calada hasta los huesos y la tela del vestido se pegaba a su cuerpo.


—Ven conmigo —dijo él entonces. .-Estás empapada y mi casa no está lejos de aquí.


—¿Tu casa está por aquí?


—Sí, a través de los árboles. Ven, sígueme.


Y ella lo siguió porque no había nada más que hacer. Y porque, irracionalmente, la idea de no ir con él la llenaba de tristeza. Cuando llegaron al sitio en el que terminaban las ruinas él siguió adelante, adentrándose en la jungla. La oscuridad del follaje parecía tragárselos.


—No creo que…


Y entonces levantó la mirada. Había una luz entre los árboles… Una casa. Una casa construida sobre un baniano, algo como de otro mundo. El alto baniano parecía sujetarla entre sus ramas como una madre sujetaría a su hijo. Una escalera que se enroscaba firmemente alrededor del tronco llevaba hasta la amplia terraza que rodeaba el exterior de la casa. Era un sitio increíble. Una vez arriba, una puerta de madera labrada pareció abrirse como por arte de magia. Y el interior era aún más sorprendente, con miniaturas de las esculturas del templo y grandes tapices colgando de las paredes. El salón era amplio, con almohadones por todas partes.

Otra Oportunidad: Capítulo 3

 —¿Y qué haces tú aquí? —le preguntó Paula, sintiéndose valiente por un momento.


—Salí a dar un paseo —respondió él. —Vivo cerca de aquí.


—¿Con traje de chaqueta? ¿Ibas a un funeral? —bromeó ella.


Él esbozó una sonrisa.


—Sí.


Paula hizo una mueca.


—Ah, lo siento.


El extraño se encogió de hombros y dio otro paso hacia ella. Era alto e imponente, enérgico. Y le parecía más atractivo a medida que se acercaba.


—«Lo siento» no ayuda mucho —dijo él entonces.


—No se trata de ayudar sino de hacer saber a alguien que no está solo.


Pero estaban solos. Y juntos. Seguía lloviendo a mares y el vestido se pegaba a su cuerpo como una segunda piel. Paula se dió cuenta entonces de que no llevaba sujetador y el efecto del agua fría era evidente bajo la tela. Él la miró entonces y ese examen lento la hizo sentir… Acalorada. Había algo peculiar en él. Sentía como si lo conociese y, al mismo tiempo, le parecía un ser completamente extraño. La hacía sentir segura y asustada al mismo tiempo, como si representase un peligro. Pero el peligro estaba en ella misma. Como si aquel hombre hubiese despertado en ella algo desconocido.


—¿Y qué clase de amigas te dejan atrás en medio de un monzón?


Paula no tenía nada que hacer más que hablar con él. No sabía cómo iba a volver al hostal y sus irresponsables amigas la habían dejado sola.


—En realidad no son mis amigas —respondió.


Y se dió cuenta de que era verdad.


—Eso parece evidente.


—Bueno, Jimena es mi compañera de piso. Las otras dos son amigas suyas y en cuanto nos reunimos con ellas…


—Las antiguas amigas tomaron prioridad sobre la nueva, ya veo.


—Sí, bueno, yo no sabía que Jimena era tan poco fiable. Este viaje ha sido un desastre, un caos. Y hoy, en cuanto empezó a llover desaparecieron. O conocieron a alguien y se fueron, yo qué sé. Con ellas no se sabe nunca.


—Y nadie se encargó de buscarte.


—Es culpa mía. Me alejé un poco de ellas para…


Paula no terminó la frase.


—¿Para qué?


—No sé, me pareció una oportunidad para conectar con la naturaleza, un momento espiritual —respondió ella por fin.


Sonaba algo tonto e inmaduro y la hacía sentir expuesta, especialmente al lado de un hombre que tenía ese aire de sofisticación. En fin, sonaba como lo que era, una chica ingenua. Pero quería que la entendiese, por tonto que eso pudiera parecer.


—Me he pasado la vida luchando por una cosa o por otra y, por fin, había llegado a un sitio donde no todo era tan difícil.


—¿Por eso has venido a Angkor Wat?


—Tenía algo de dinero ahorrado y pensé que sería buena idea venir aquí y experimentar algo diferente, tal vez alimentar mi alma durante unos días. No sé cómo explicarlo, para curarla.


—Yo estoy aquí por la misma razón —dijo él entonces, mirándola fijamente.


Y Paula tuvo la impresión de que podía ver su alma.

Otra Oportunidad: Capítulo 2

Paula corrió hacia la entrada de uno de los templos, pero la estructura de piedra ya no le parecía serena sino inquietante. En fin, aquello parecía una repetición de tantos momentos dolorosos de su infancia. Sacó el móvil del bolso y llamó a Jimena, pero el buzón de voz saltaba una y otra vez mientras la lluvia caía sobre ella, empapándola. Nerviosa, se acurrucó en un corredor que estaba solo parcialmente a merced de los elementos. No tenía frío, pero estaba empapada y el agua rodaba por su nariz. No era la primera vez que la dejaban abandonada y no debería asustarse, pensó. «Aquí no sabes cómo arreglártelas, por eso es diferente». Y ese era el resultado de ser espontánea, pensó. Debería haber sabido que aquella aventura no era para ella. Pero entonces levantó la mirada y se quedó inmóvil. No estaba sola, había un hombre allí. El telón de agua que caía entre ellos impedía que lo viese con claridad, pero llevaba un traje de chaqueta oscuro, como si hubiera ido allí para asistir a una reunión. En las ruinas de un templo, bajo una lluvia torrencial. Era muy alto, o al menos lo parecía desde donde estaba. Tenía las manos en los bolsillos del pantalón como si aquello fuese algo normal para él, como si aquel fuera su sitio. No estaba segura por qué sabía eso, pero lo sabía. Debería salir corriendo. Estaba sola, con el vestido pegado al cuerpo. Y él era un extraño. Pero no salió corriendo. No tenía dónde ir, de modo que se quedó inmóvil. Fue él quien se movió. En silencio, con agilidad, como un tigre acosando a su presa. Tenía el pelo negro, la piel de un tono dorado oscuro, el rostro esculpido, de pómulos altos y marcados, una nariz recta y una boca que, por alguna razón, le parecía peligrosa. Sus ojos eran tan oscuros e hipnotizadores como todo en él y, de nuevo, pensó que debería salir corriendo, pero no lo hizo. Era tan alto como había pensado y eso la alarmó aún más. Si había estado en lo cierto sobre eso, seguramente también estaría en lo cierto sobre su carácter de predador. Pero no salió corriendo. «No puedes correr más rápido que un tigre». No sabía si debía decir algo o salir corriendo, pero se quedó inmóvil y el tigre seguía avanzando hacia ella.


—¿Te has perdido?


Su voz era como el rugido de un tigre. Ronca y viril. Paula la sintió por todas partes, pero no sabía si quería encogerse de miedo o acercarse a él.


—No me he perdido —respondió.


La respuesta quedó ahogada por la lluvia, por las plantas, por la tierra bajo sus pies y las antiguas piedras cubiertas de musgo.


—¿Tienes algún problema?


—Mis amigas se han ido sin mí.


«Ya, genial, dile a un extraño que estás sola».


—Eso ya lo sé porque aquí no hay nadie más.

Otra Oportunidad: Capítulo 1

Paula Chaves por fin había hecho algo espontáneo y el resultado era un desastre. Su nombre, tan inusual, regalo de una madre hedonista, nunca había representado su personalidad. Ella siempre había sido una chica sencilla y sacar todo el dinero que tenía en el banco para hacer un viaje de ensueño a Camboya no era algo que hubiese entrado nunca en sus planes. Pero su compañera de piso, Jimena, era una de esas personas a las que no podías decir que no. Entusiasta y activa, era la clase de chica que llevaba un aro en la nariz y que se hacía tatuajes cada semana porque sí. 


Y cuando Jimena había dicho que se iba a Angkor Wat con unas amigas para explorar las famosas ruinas y hacer una búsqueda espiritual, Paula se había dejado llevar por la emoción. Había mirado su pasaporte, que no había usado nunca. Había mirado su maleta, que tampoco había usado nunca, y decidió ir con ella. Y todo iba bien hasta que se reunieron con las amigas de Jimena. Lara y Mariana eran como ella, pero aún peor. Más temerarias, más desorganizadas y más borrachas. Supuestamente, habían reservado habitación en varios hostales, pero terminaron durmiendo en un parque y en una casa con paredes de papel. Y cuando los vecinos de habitación se pusieron amorosos, la casa entera temblaba. Y lo peor era que no había entendido inmediatamente por qué, algo que provocó todo tipo de burlas por parte de Lara. Pero los días que habían pasado explorando los pueblecitos de la zona habían sido estupendos y cuando no podía soportar a las chicas, se iba a explorar sola. Esa noche habían llegado a Siem Reap, el pueblo más cercano a las ruinas, pero el hostal estaba lleno. El propietario de un bar les había ofrecido una habitación diminuta y Paula había pasado la noche en vela, pero al día siguiente, cuando fueron a ver las ruinas, se había olvidado del drama y del caos porque aquello era tan precioso, tan sereno, como las fantasías que había tenido siempre sobre lo que había ahí fuera. 


Algo más grande y más emocionante que el pueblo de Georgia en el que vivía. Eran las ruinas de un antiguo templo, pero las piedras contenían más vida y más espíritu que nada que hubiera visto nunca, y cuando respiraba sentía como si estuviera respirando de verdad por primera vez. Y entonces empezó a llover a cántaros. Era la estación del monzón y el agua caía a chorros. Su vestido quedó empapado en unos segundos y tuvo que correr para buscar refugio. Y entonces se dió cuenta de que estaba sola. La habían dejado atrás. El tuk-tuk alquilado había desaparecido con Lara, Jimena y Mariana y los demás turistas debían haber hecho lo propio porque allí no había nadie.

Otra Oportunidad: Sinopsis

Las noches de pasión que había olvidado… y el multimillonario que la reclamaba.


Cuando despertó del coma, Paula Chaves no recordaba el pasado año, ni al hombre taciturno sentado en la cama que decía ser su prometido y el padre de su hija.


Pedro Alfonso tenía una segunda oportunidad. La amnesia de Paula era una oportunidad para reinventar su arrolladora aventura amorosa con la inocente joven, y hacerlo bien en aquella ocasión. Pero cuando ella recordó la verdad, tuvo que enfrentarse con el peor de sus miedos. Debía mostrarle quién era, qué lo había hecho como era, o arriesgarse a perderla, a ella y a su preciosa hija.

viernes, 19 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 70

 —Aceptó encantada —dijo Pedro—. Giselle se ha comprometido a firmar un acuerdo formal. En él se especifica que está de acuerdo en que me lleve a André a vivir fuera del país.


Pedro le acarició la mejilla. El calor de su mirada casi derritió a Paula.


—Quiero traerlo aquí. Si tú estás de acuerdo. Quiero que crezca en el Valle de Barossa y que tenga la infancia que tuve yo, con gente que se ayuda mutuamente y que se preocupa por los demás. Y quiero que viva con sus hermanos y hermanas.


Paula se apretó contra su pecho, reprimiendo un sollozo. No era justo que llorase en aquel momento, en que iba a tener todo lo que quería en la vida. Abrazada a él oía el latido de su corazón.


—¿Cuántos hermanos? —preguntó, sonriendo.


—¿Cuántos quieres?


—Bueno, empezaremos con uno, después ya veremos —dijo ella.


—Podemos empezar ahora. Hay tiempo hasta la hora en que tenga que ir al aeropuerto —respondió Pedro mirando su reloj.


—¿Te marchas?


—Tengo que marcharme. Para firmar el acuerdo. Quiero que esté firmado cuanto antes.


Ella asintió, incapaz de hablar por la alegría que sentía.


—¿Por qué nos ha llevado tanto tiempo solucionar esto? Otra gente se conoce, se enamora y se casa… ¿Por qué nos ha costado tanto llegar a esto? —dijo Pedro.


—Bueno, cuando nos conocimos, éramos jóvenes… —respondió ella.


—Pero yo sabía lo que quería. Y no me equivocaba. Sabía que te amaría siempre. Y no ha cambiado nada desde entonces.


Paula asintió lentamente.


—Yo no dejé nunca de amarte, Pedro. Y jamás dejaré de hacerlo.


Se besaron apasionadamente hasta quedarse sin aliento. Paula dejó de besarlo y le dijo:


—¿Vas a pedirme que me case contigo?


—Sí. Y aunque me digas que no, jamás dejaré que te marches de mi lado.


—Entonces será mejor que acepte —Paula le dió un beso en los labios—. Pero ¿Qué vas a hacer con tu trabajo?


—¿Con mi trabajo?


—Sí, en L’Alliance…


—Ah, no lo hemos hablado… Paula, si quieres, podemos volver a comprar Vinos Chavland.


—¿Hablas en serio?


Él asintió.


—Todavía tengo el dinero que le dieron a mi padre por el lagar de nuestra familia, y puedo reunir más si hace falta. Estoy seguro de que tu primo Simón se involucraría en el proyecto. Tal vez Mauricio también. Volvería a ser un lagar familiar. Y podríamos pasárselo a nuestros hijos.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


—Pero sólo si quieres hacerlo. Es tu lagar. No quiero que pienses que quiero ocupar tu lugar —dijo Pedro.


—Me encanta la idea —respondió Paula, cuando pudo disolver el nudo que tenía en la garganta.


Ella hubiera dado cualquier cosa por ver la reacción de su padre ante aquella posibilidad y el brillo de orgullo de sus ojos.


—Tu padre estaría muy orgulloso de tí—dijo Pedro, como si le hubiera leído el pensamiento—. Estaría orgulloso de lo que has logrado, tengamos éxito o no en esto.


El corazón de Paula estaba henchido de amor.


—Lo tendremos, no lo dudes —respondió Paula. 






FIN

Reencuentro Final: Capítulo 69

Pero Pedro era demasiado íntegro para hacer eso. Agarró el teléfono, y luego agitó la cabeza ante aquel impulso de llamarlo. Ni siquiera habría llegado a Francia todavía. El viaje era muy largo. Y cuando llegase, lo que menos debía hacer era llamarlo. Caminó hacia la ventana. Miró el paisaje de viñedos. No iba a tener un solo minuto para pensar en él, con todo el trabajo que se avecinaba. Como otros años, toda la comunidad se implicaría en la vendimia. Había peleado con uñas y dientes para salvar a aquella comunidad de un futuro incierto, y había ganado. Sentía una gran satisfacción. Su trabajo sería recompensado al ver a sus vecinos y amigos celebrando otra exitosa cosecha. Ojalá… Cerró los ojos y se dijo que no tenía sentido desear que Pedro estuviera allí para compartir aquella experiencia con él. Simplemente porque no ocurriría. Después de un momento, abrió los ojos y vió un taxi blanco aproximándose hacia el lagar. Se preguntó vagamente si serían turistas en busca de una degustación de vinos. Tamara se ocuparía de ellos. Desvió la mirada hacia las colinas y dejó que su vista descansara sin concentrarse en nada, mientras pensaba en lo siguiente que debería hacer. Oyó la puerta de su despacho y se secó las lágrimas antes de darse la vuelta.


—¿Pedro?


¿Era él? ¿No era una visión? Era Pedro. Estaba en su despacho.


—No comprendo.


A juzgar por sus ojeras, él tampoco había dormido.


—Tengo que hablar contigo —se acercó a ella, pero no la tocó.


El tono angustiado de su voz la preocupó.


—¿Qué ocurre?


—El error que cometí la otra vez fue dejar que te fueras de mi lado sin pelear por lo que yo quería. Sin pedir lo que deseaba.


—Sí —susurró ella.


—Esta vez, no lo haré. Me ha llevado un tiempo aprender la lección, pero la he aprendido. No cometeré el mismo error.


Paula se quedó mirándolo.


—Lo que yo quiero es teneros a ambos conmigo, a tí y a André. ¿Es mucho pedir?


—Pero no puedo marcharme…


—No. No puedes dejar Vinos Chavland, lo sé. Lo comprendo. Así que…


—¿Qué?


—He tenido una idea —declaró Pedro—. He pensado que si le ofrezco bastante dinero a Giselle, es posible que ella renuncie a la custodia de André voluntariamente. No sé por qué no se me ha ocurrido nunca antes. Pero se ve que la desesperación me ha servido de inspiración —sonrió—. He estado hablando con mi abogado toda la noche, mientras él le hacía la oferta a Giselle.


—¿Y aceptó? 

Reencuentro Final: Capítulo 68

Tamara entró en el despacho de Paula.


—¿Paula?


—Estoy sola.


Tamara entró. Frunció el ceño. Llevaba un sobre en la mano.


—¿Se ha marchado Pedro?


—Sí.


—¿Va a volver?


Paula agitó la cabeza.


—¿Por eso tienes tan mala cara?


Paula asintió. Había estado sentada en su despacho durante horas, sin trabajar, mirando al vacío. Tendría que haberse ido a casa, pero no había tenido el coraje de entrar en ella y oler la fragancia de Pedro, el café hecho por él, el recuerdo de su presencia. Cuando había vuelto por fin, no había podido dormir. Había estado un largo rato encogida, en posición fetal, con los ojos secos, paralizada por la pena. En algún momento se había quitado la ropa y se había acostado en la cama. Y luego había llorado hasta dormirse. Pero ya era otro día, y había cerrado el capítulo del llanto y las lamentaciones. Sin embargo, el dolor que sentía aún en el pecho contradecía sus buenas intenciones de cerrar el pasado. Pero no pensaba hablar con Tamara sobre ello, porque hablar sería como hurgar en el dolor. Su futuro era el lagar. Él sería su vida. No importaba nada más.


—Oh, cariño. ¿Quieres un hombro donde llorar? —dijo Tamara, cariñosamente.


Paula tomó aliento.


—¿Sabes una cosa? He llorado hasta hartarme. No creo que pueda derramar una sola lágrima más.


—Al menos, desahógate hablando. ¿Cómo te sientes?


—Bien. No es tan terrible…


—¿Otra vez no me lo quieres contar? —dijo Tamara después de un suspiro. 


—No, Tami. No es eso. Sólo que tengo que superar esto como pueda, del único modo que sé hacerlo. Trabajando. Haciendo realidad el sueño de mi padre. 


—Bueno… Si cambias de opinión, sabes que puedes contar conmigo… Me imaginé que algo debía de haber pasado, porque encontré este sobre debajo de la puerta esta mañana —Tamara tocó el sobre con sus uñas rojas—. Y hay una nota pegada en él.


Despegó el papel amarillo del sobre y dijo:


—Pedro quiere que te lo dé. No sé por qué no te lo ha dado él mismo.


—Oh, sí. Debe de ser su informe —Paula agarró el sobre.


Echó una ojeada a lo que había dentro y vio que era lo que esperaba.


—Gracias, Tami —dijo Paula poniendo el informe a un lado—. Te veré en el almuerzo, ¿Vale?


—¿No necesitas nada?


—No.


Paula suspiró. Su informe no sólo era favorable sino que era muy halagador. Pedro no podría haber hecho más para asegurar su posición. Aunque había dicho que no derramaría una sola lágrima más, de sus ojos se desprendieron unas lágrimas. Podría haber hecho un informe terriblemente malo para que ella no tuviera la oportunidad de elegir, y pudiera irse a Francia con él. 

Reencuentro Final: Capítulo 67

 —Te llamaré —dijo Pedro, siguiéndola.


—No. Por favor, no lo hagas más difícil.


—Podemos seguir en contacto. Habrá vacaciones y…


—No, Pedro. No puedo pasarme la vida esperando una llamada de teléfono, y viéndonos una semana o dos al año. ¿Cómo puedes pedirme eso? —Paula abrió la puerta—. Es mejor… Una ruptura.


Paula salió corriendo por el camino en dirección a su despacho. Intentó no pensar. Cuando llegó a su despacho cerró la puerta y se derrumbó. Había tenido una sola noche maravillosa con Pierre antes de que el destino se lo arrebatase. Maldijo su suerte. Pero al menos tendría ese recuerdo. Y agradecía haber tenido la oportunidad de ver cuánto la amaba Pedro, a pesar del dolor que sentía ahora. Los años que había pasado sin él habían sido tremendamente dolorosos. Pero aquello era peor, porque ahora sabía exactamente lo que estaba pasando. Ella ya no era una jovencita de diecinueve años. Era una mujer madura que había hecho una elección. Y él también la había hecho. Ambos tenían otras prioridades por delante de sus deseos. Sintió un frío recorriéndole todo el cuerpo. No volvería a conocer el amor. No volvería a sentir la alegría de estar en brazos del hombre que amaba. 




Pedro sabía por propia experiencia que el alcohol no lo haría sentirse mejor. No tenía sentido ahogar sus penas cuando sabía que le durarían años. No habría nada que lo ayudase a olvidarla. No lo había logrado en el pasado, y no conseguiría nada poniéndose en ridículo. Miró la carta del restaurante, pero no pudo concentrarse en los nombres de los platos. Tenía que tranquilizarse y recuperar la normalidad. Y eso significaba comer normalmente. Eligió lo que iba a comer y cerró la carta. Era un contratiempo que no hubiese podido volar aquella tarde. El sistema de ordenadores del aeropuerto se había estropeado y habían cancelado todos los vuelos hasta el día siguiente. Ahora tenía que esperar, y tenía todo el tiempo del mundo para pensar. Lo que menos quería hacer. El camarero fue a tomarle nota y él tuvo que abrir nuevamente la carta para recordar qué había elegido. A su espalda oyó una risa clara. Levantó la mirada bruscamente. No era ella. Lo había sabido antes de ver a aquella morena jocosa. La mujer le sonrió. Pero él no le devolvió la sonrisa. ¿Qué había hecho para merecerse aquello? ¿Era tan mala persona que el destino siempre lo castigaba de aquella forma? ¿Era tanto pedir querer tener al mismo tiempo a la mujer que amaba y al hijo que adoraba? No lo creía. Pero había tenido que elegir. Del mismo modo que había tenido que elegir entre Paula y el lagar de su familia hacía diez años. Normalmente no se rebelaba contra el destino. Aceptaba lo que no podía cambiar, y cuando podía cambiar algo, se abocaba a hacerlo. Y aquél era un caso en que no podía hacer nada. ¿O podía hacer algo? De pronto se le ocurrió una idea. Teniendo en cuenta la diferencia horaria, pensó que su abogado estaría en su despacho en aquel momento. Se puso de pie y fue a su habitación. 

Reencuentro Final: Capítulo 66

 —Trae mi ordenador portátil, por favor. Lo he dejado en tu escritorio.


—Por supuesto.


—Y ven rápido.


—No hay problema —Paula le tiró un beso desde la puerta.



Paula terminó su trabajo y recogió el ordenador de Pedro. Cuando se agachó a recoger la funda del portátil vió que en la papelera había papeles en borrador con la letra de él. Se sintió tentada y leyó la primera línea de un folio. Evidentemente era el informe sobre su negocio. Y no le había mentido, era favorable. Los directores tendrían que darle una oportunidad. Guardó el ordenador y se marchó. ¿Qué habría planeado Pedro para que hicieran aquella tarde? En realidad le daba igual, con tal de estar con él. Abrió la puerta de entrada de su casa y olió el aroma a café recién hecho. Ella sonrió. Pero cuando pasó por delante de la habitación de él lo vió haciendo las maletas. Sintió pánico. Se apoyó en el quicio de la puerta y preguntó:


—¿Qué estás haciendo?


Sobresaltado, Pedro contestó:


—Paulette, yo… —metió una pila de ropa en la maleta y fue hacia Paula.


Ella dió un paso atrás.


—¿Qué estás haciendo? —repitió.


—Tengo que marcharme.


—¿Ya?


—He hablado con mi abogado. Ha estado intentando ponerse en contacto conmigo. Como mi ayudante ha estado fuera, no recibí su mensaje. Tengo que volver a Francia urgentemente. El juicio por la custodia será dentro de un par de días.


Paula respiró profundamente.


—Ésta es la oportunidad que he estado esperando… No puedo… —él se dió la vuelta hacia la cama para terminar de hacer la maleta—. No puedo dejar de ir.


—No, por supuesto. ¿Has reservado un vuelo?


Él asintió mientras cerraba la maleta.


—Bueno, creo que no me quedaré aquí para verte marchar…


—Paulette… —él fue hacia ella una vez más y ella se apartó.


—No, Pedro.


—Tú sabías… Los dos sabíamos que esto iba a suceder.


—Sí. Pero no tan pronto. Creí que íbamos a tener tiempo para estar juntos antes de que ocurriese. Pensé que iba a tener tiempo para prepararme para esto…


—No sé qué decir…


—No digas nada. Voy a volver a la oficina. ¿Te habrás ido cuando vuelva?


—He pedido un taxi.


Paula respiró profundamente, con los ojos fijos en el suelo.


—Está todo dicho, entonces —dijo Paula, y se fue hacia la puerta de entrada. 

miércoles, 17 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 65

Paula sintió un dolor en el corazón. Si no le daban la custodia exclusiva a Pedro, éste tendría que vivir en Francia. Ella no podía privar al niño de su padre.


—¿Le gusta el pescado a André? —preguntó Paula cuando estaban en la cocina.


—No lo sé.


—Bueno, te enseñaré un plato muy sencillo para que se lo hagas. Es muy nutritivo.


Pedro se sentó en una banqueta y la observó pelar un par de patatas. Luego las puso a hervir y se puso a cortar especias. Paula agarró perejil, albahaca y romero del frigorífico, y le dió una tabla y un cuchillo.


—Es tu primera clase de cocina… —le dijo.


Prepararon juntos la cena. A Pedro le costó un poco seguir sus instrucciones al principio, pero luego se fue poniendo más práctico y pareció tomarle el gusto a las tareas.


—Sólo falta un ingrediente. El más importante. A ver si lo adivinas… —dijo Paula en tono burlón.


Pedro se encogió de hombros.


—Es el más importante…


Agarró una botella de vino blanco seco del frigorífico, sirvió un vaso y lo agregó al guiso.


—¡Cómo no se me había ocurrido! —se rió Pedro.


—Estará listo en veinte minutos. ¿Qué te ha parecido?


—Fácil.


Paula llevó el resto del vino a la mesa.


—¿Has terminado el informe? —preguntó ella.


—Sí. Se lo he enviado por correo electrónico a Francisco. Y por cortesía lo llamaré antes de distribuirlo a la junta directiva.


—O sea que oficialmente ya has terminado tu trabajo aquí, ¿No?


—Sí.


—Entonces, mañana ya puedes relajarte, ¿No?


—Sí, supongo. ¿Por qué? ¿Qué tienes en mente?


—Nada. Sólo que te vendrá bien un día de vacaciones.


—Tienes razón. Y no hay mejor lugar que éste para disfrutarlo.



Al día siguiente Paula le dió un beso a Pedro.


—¿Qué hora es? —preguntó él.


—No importa. Estás de vacaciones. 


—¿Y tú?


—Tengo que ir a hacer pagos al despacho, si no, no cobrará nadie. Menos mal que existe Internet.


—¿Cuánto tiempo te llevará?


—Un par de horas, después podemos hacer lo que te apetezca. Estoy libre el resto del día.


—¿Cualquier cosa que me apetezca?


—Dentro de un orden —se rió ella—. Tienes un par de horas para planear algo.


Pedro se incorporó y tiró de ella, pero Paula esquivó su mano.


—No, de verdad, ahora no puedo. Tengo que irme —le rogó Paula.


—De acuerdo. Pero ¿Puedes hacerme un favor?


—Claro. ¿Qué? —Paula le miró el torso desnudo.


Sintió un cosquilleo en el estómago y tuvo que hacer un gran esfuerzo para no cambiar de idea. 

Reencuentro Final: Capítulo 64

Cuando Paula se despertó en la oscuridad, tardó un momento en darse cuenta de lo que había sucedido.


—Todavía estoy aquí —dijo Pedro.


Ella se puso de lado y sonrió.


—Todavía estás aquí —murmuró.


—Eres tan hermosa…


—Me sorprende que digas eso. Tengo diez años más.


—Eres como un buen vino… Estás mejor después de más tiempo. 


Ella se rió.


—¿Y con más cuerpo? —preguntó.


—Mmm… La cantidad exacta —la apretó contra su cuerpo—. Y también has adquirido una mayor complejidad…


—Tú también has mejorado con los años —sonrió ella con picardía—. Ése era el sitio justo donde tenías que tocarme…


—¿Dónde?


—En la cocina —se rió Paula.


—Y hablando de cocina… tengo hambre —dijo Pedro.


—Yo también. No es demasiado tarde para hacer la cena…


Ella le dió un beso en la mejilla y se levantó de la cama. Pedro estaba prácticamente igual que hacía diez años, excepto por una cicatriz que tenía en la espalda.


—¿Cómo te hiciste esa cicatriz? —preguntó ella mientras él se ponía los calzoncillos.


Él la miró, sorprendido.


—Tienes una cicatriz que no tenías antes.


—Me había olvidado. Un recuerdo de Giselle.


—¿Qué quieres decir? 


—Durante los primeros años de matrimonio ella era muy celosa. Muy posesiva.


—Pero tú dijiste que no se amaban.


—No. Dije que yo no la amaba. Ella me amaba. A su manera. Desgraciadamente, cada vez que yo viajaba por trabajo, ella se creía que venía a Australia.


—¿A verme?


—Ella sabía que yo no había superado lo tuyo. Discutíamos mucho por tí. Casi constantemente.


—¿Y la cicatriz?


—Se fue poniendo cada vez más agresiva en las discusiones. Llegó a ponerse muy violenta… La última vez que discutimos, Giselle tenía un cuchillo…


—¡Oh, Dios mío! ¿Te clavó un cuchillo?


—No fue una herida seria.


—Lo suficiente como para dejarte una cicatriz —Paula sintió odio por aquella mujer.


Y luego sintió preocupación por André.


—Si Giselle es violenta, razón de más para quitarle a André. Eso obrará a tu favor, ¿No? Será más fácil que ganes la custodia.


—No creo que mi hijo esté en peligro físico. Nunca le ha levantado la mano. André no le importa lo suficiente a Giselle como para tomarse esa molestia. 

Reencuentro Final: Capítulo 63

Paula miró, como en un trance, el torso musculoso de Pedro, el vello oscuro que empezaba en su vientre y se ocultaba debajo de la toalla a la altura del ombligo, y se estremeció.


—Me alegro de que me hayas llamado —dijo Pedro, sacándola de su trance.


Paula se puso colorada al darse cuenta de que él la había sorprendido mirándolo. Pedro le rodeó los hombros con un brazo y ella sintió la fría humedad de su mano en su piel caliente. Él la giró para mirarla y deslizó los dedos en el cabello húmedo de ella. Luego lo levantó y le acarició los hombros. Después volvió a agarrarle la cara con las manos. Ella pensó que la iba a besar, pero él no lo hizo. Ella se quedó mirando su boca entreabierta, y se preguntó por qué no la besaba. Luego lo miró a los ojos, brillantes de deseo… ¿A qué estaba esperando para besarla?


—Paulette… Sabes que no puedo quedarme aquí, ¿Verdad?


—Lo sé —susurró ella—. Y tú sabes que yo no puedo irme.


Él asintió y le dió un beso en la frente.


—A pesar de todo… ¿Me deseas? —preguntó Pedro.


Paula cerró los ojos. Sí, definitivamente, lo deseaba. No quería que Pedro desapareciera de su vida después de que hicieran el amor, pero había tomado una decisión: Quería disfrutar al máximo el tiempo que les quedaba para estar juntos.


—Sí —respondió Paula, tocando su pecho con la punta de los dedos—. Te deseo. Pero no quiero pensar en el futuro.


Él gruñó y cedió a su deseo, besándola posesivamente. Su beso fue suave como una pluma al principio. Luego la besó más profundamente, y ella supo que aquello sería el principio de algo arrebatador. Paula le acarició la espalda, y vio cómo él se estremecía con su contacto. Él le agarró las manos y besó sus palmas. Le acarició los hombros y mordió suavemente su cuello. Ella gimió y él le bajó los tirantes del vestido hasta que la prenda dejó al descubierto sus pechos. Y ambos gimieron.


—¡Oh, Pedro! —exclamó Paula—. Te he echado tanto de menos… — Unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas.


—Shh… No llores.


—No puedo parar —dijo ella sollozando.


Pedro se echó atrás y le agarró las manos.


—Paulette, lo comprendo. Esto es muy fuerte… Es abrumador…


Tiró de su vestido hacia arriba para cubrir sus pechos y dijo:


—No deberíamos hacer esto. ¡Va a ser muy difícil separarnos después!


—No. ¡Hemos esperado tanto! No perdamos más tiempo…


—¿Estás segura?


—Totalmente.


Pedro la estrechó entre sus brazos y ella se derritió.


—No quiero que nos arrepintamos luego. 

Reencuentro Final: Capítulo 62

 —Te vuelvo a decir que en mi despacho tengo los datos que apoyan mis previsiones, si quieres verlos.


Él asintió.


—No lo dudo.


—De eso se trata. Creo que hemos cubierto todo en mi plan para el futuro del negocio, excepto la página web.


—¿La página web da dinero?


—Está diseñada para mantener informados a nuestros clientes habituales, y para animarlos a comprar vino con regularidad…


Paula estaba feliz de poder hablar con él de aquel modo, de poder compartir con él sus planes para el negocio de forma transparente.


—¿Qué vas a hacer mientras yo esté con los turistas? —preguntó Paula. 


—Creo que es hora de que haga mi informe. Y antes de que me lo vuelvas a preguntar, te prometo que será positivo. Confía en mí.


—Es un alivio. ¡Me siento feliz!


Paula miró los viñedos. Ella estaría allí la próxima vendimia… Podría verla… Sería testigo de aquélla y de las siguientes vendimias…


—¿No te importa que trabaje en tu despacho? —preguntó Pedro.


—No, en absoluto. Te veré en casa esta noche para cenar.



Aquella noche Paula se acababa de poner un fresco vestido de algodón cuando oyó la puerta de entrada. Se pasó la mano por el pelo, aún húmedo de la ducha, y dejó que se secase naturalmente. Cuando salió del dormitorio, se encontró con Pedro. Éste miró su vestido corto con interés. Ella sonrió al ver su reacción y comentó:


—Hace calor, ¿No?


—Sí… Y también en cuanto al clima… ¿Me da tiempo a ducharme antes de la cena?


—Claro…


Él la miró, luego suspiró y entró a su habitación. Paula se marchó a la cocina a preparar una ensalada. Cuando estaba en la cocina, miró por la ventana y vió que había un canguro gris comiendo en el terreno. De pronto se asomó su cría. Era una pena que Pedro se perdiera aquello. Dudó un momento y fue hacia el cuarto de baño. En el momento en que iba a llamar a la puerta, Pedro salió, envuelto con una toalla de cintura para abajo.


—¿Ocurre algo, Paulette?


—No. Pero hay algo que quiero mostrarte. Ven a la cocina.


Paula pensó que ella también acababa de ver algo interesante: Pedro, medio desnudo, envuelto en una toalla, era lo más interesante que había visto desde hacía años.


—¿Qué es? —preguntó Pedro, que había ido a la cocina detrás de ella.


Paula miró por la ventana y se alegró de que el canguro estuviera allí todavía. 


—Mira… —Paula se lo señaló y sonrió a Pedro—. Pensé que sería el primer canguro que verías fuera del zoológico. Sería bonito que se lo cuentes a André.


Pedro miró por la ventana.


—¡Oh, sí! Le encantará que se lo cuente.