miércoles, 3 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 40

Paula miró la sala de reuniones, y oyó las reacciones iniciales de los directores a la intervención de Pedro. Tenía que admitir que había sido impresionante. Él había estado impresionante. Ahora le tocaba a ella defender su postura. Se puso de pie y ocupó el espacio que había dejado él. En el aire había un rastro de su loción de afeitar. Ella cerró su mente a los recuerdos que evocaba aquel perfume. Había estado casi toda la noche preparando su intervención y sabía que en lo concerniente a profesionalidad y pulcritud igualaría a la de Pedro. Pero era el contenido lo que era esencial. ¿Habría hecho un trabajo suficientemente bueno? Rogó en silencio que su padre la ayudase desde donde estuviera y se preparó para empezar. Sonrió y miró al público. 


—Gracias, Pedro, por tu presentación. Estoy segura de que todos estarán impresionados por tus conocimientos del mercado internacional del vino —esperó a que se acallara el murmullo—. Pero en lo relativo a Vinos Chavland creo que te equivocas. Y mucho —no quiso mirarlo—. Sé que todos han visto mis proyectos para el negocio anteriormente, pero me he tomado la libertad de imprimir una copia para cada uno de ustedes —puso los documentos en el centro de la mesa—. Porque creo que a algunos de ellos, sino a todos, no se les ha prestado la suficiente atención en la dirección de L’Alliance —sonrió.


No era momento de mostrar su enfado porque hubieran ignorado totalmente sus propuestas cuando las había hecho. Caminó hasta el ordenador y proyectó la primera imagen.


—Según lo que acaba de decir Pedro, hay una sola forma de aumentar las ganancias, y es aumentar la producción. Nos ha presentado tres opciones, pero todas se basan en eso —Paula miró a cada uno de los directores, excepto a uno—. Caballeros, mi intención es mostraros cómo se puede aumentar la ganancia sin destruir todo lo que Vinos Lowland significa.


Paula se giró hacia la pantalla y continuó:


—Aquí están las cifras basadas en las opciones que ha mostrado Pierre, la uno, la dos y la tres —pulsó el ratón y apareció otra al lado—. Y aquí está la ganancia estimada basada en las propuestas de mis planes para el negocio.


Hubo una exclamación del público. Paula los miró.


—Veo que algunos de ustedes están sorprendidos de que yo ya hubiera previsto un aumento de las ganancias sin ninguna propuesta de aumento de la producción.


Paula vió que Simón le estaba sonriendo, y trató de contener su propia sonrisa. Bruno King, sentado a la cabecera de la mesa, carraspeó y dijo:


—Admito que ha pasado mucho tiempo desde que leí el informe de tu plan, Paula. ¿Puedes recordarnos cómo propones conseguir el aumento de las ganancias?


—Por supuesto, Bruno. Será un placer —ocultó su sonrisa y pulsó el ratón para proyectar la siguiente imagen. 


Paula se había quedado sola en la sala de reuniones. Se había quitado la chaqueta y se había abierto dos botones de la blusa, pero aún tenía calor, así que se había recogido el cabello, y se había puesto debajo del aire acondicionado a ver si le llegaba un solo soplo de aire fresco. Pero se dió por vencida y empezó a recoger su ordenador portátil.


Rencuentro Final: Capítulo 39

 A la mañana siguiente, Paula se vistió cuidadosamente para la reunión de la junta directiva. Se puso un traje color crema y una blusa de lino. Le temblaron las manos cuando se abrochó los botones. Le había dicho a Pedro que les pediría a los directores que la apoyasen. Ellos sabían cuánto había trabajado ella, lo que el lagar significaba para ella, y que su padre le había pedido inmediatamente antes de su muerte, que ella continuase el trabajo de su vida. Lo sabían todo. Pero nada de ello les había impedido votar a favor de la venta. Ella había intentado convencerlos para que no lo hicieran, para que no vieran más que las ganancias en aquella transacción. Pero sólo su primo Simón había votado a favor de ella. Entonces, ¿Por qué iban a apoyarla ahora? Se miró en el espejo, y puso cara de pena. Pero sucediera lo que sucediera, ella le debía a su padre oponerse a L’Alliance, y no pensaba fallarle otra vez. Debía mantener la calma y la dignidad. No podía derrumbarse. No iba a permitir que vieran lágrimas en sus ojos. Y menos que Pedro la viera llorando. Todavía recordaba su manipulación cuando la había besado. Menos mal que se había dado cuenta de que aquello era una maniobra. Las ganancias eran importantes, por supuesto, sin ellas el lagar se iría abajo, como le había sucedido al del padre de Pedro. Evidentemente, él estaba influido por aquel hecho. Había amado ese lagar. Pero las ganancias no lo eran todo. Había familias enteras que dependían de aquel negocio. No sólo las de sus empleados directos, sino las de los productores de vid cuyos viñedos eran su medio de vida. Su vida. Y no los iba a traicionar a ellos, y a su padre. Si ahora votaban en su contra, al menos tendría la satisfacción de haber luchado hasta el final. Oyó la voz de Tamara. Y a los pocos segundos la puerta de su habitación se abrió y su amiga asomó la cabeza.


—Estaba pensando… ¿Podrías comprarme una cosa en Adelaide? Alguna ropa de bebé para Micaela Paula…


—¿Qué? —en lo último que había pensado Paula aquel día era en ropa de bebé.


Agarró la chaqueta negra y se la puso. Tamara la miró en el espejo ponerse erguida y arreglarse las solapas de la chaqueta.


—Sólo es una reunión de la junta directiva, Paula.


—Lo sé.


No podía decirle a Tamara que era la reunión más importante de su vida.


—Entonces, ¿Por qué te has comido las uñas? Creí que habías dejado esa costumbre hace años…


Paula se miró las uñas y se maldijo.


—¿Vas a contarme lo que sucede?


—No sucede nada.


—¿Por qué te pone tan nerviosa esta reunión? Has tenido muchas. Y jamás te han afectado así.


—No estoy nerviosa —evitó la mirada de Tamara—. Pedro va a estar allí. Vamos a solucionar algunas cosas. Eso es todo.


—¿Va a hablar acerca de su inspección?


—Mmm… Supongo —miró su reloj—. Tengo que irme ya.


Tamara le dió el dinero para el regalo, y le dijo que no se preocupase por el informe de Pedro. Era rutinario. 

Reencuentro Final: Capítulo 38

Paula lo miró como si quisiera matarlo. No la culpaba. Él no sólo era el mensajero sino el autor de su derrumbe, pensó Pedro. Pero le haría la recomendación se quedara o se fuera. Él se dió la vuelta y de espaldas a ella dijo:


—La primera opción es aumentar la producción comprando mayores cantidades de materia prima. Los costes, sin embargo, podrían mantenerse comprando más barato. He preparado un cuadro de comparación de costes.


Él fue a su ordenador, abrió un archivo, giró el ordenador y se lo mostró a Paula. Ésta se sentó erguida y miró la pantalla.


—Cuando dices materia prima, ¿Te refieres a las uvas? ¿El corazón y alma del vino?


—Sí —respondió él simplemente—. En el cuadro verás la cantidad de fruta que podrías comprar si la importaras de otros estados, o incluso de otros países.


—Jamás.


—Por favor, mira las cifras. Éste no es momento para los sentimientos. Ten en cuenta los hechos. Hablan por sí mismos.


Ella apretó los labios y se echó atrás en la butaca. Pedro volvió a la pizarra blanca.


—Opción dos: Aumentar la cantidad de uva que compras en la zona.


Ella levantó la mirada y achicó los ojos.


—Para hacer esto tendrías que negociar precios más favorables con los productores de uva —comentó Pedro—. Si quieren el negocio, tendrán que aceptar. Si no… Hay otros productores.


Paula resopló.


—Si piensas que voy a hacer eso… —lo miró, furiosa. 


—Entonces tenemos la opción número tres: Puedes aumentar la producción empleando otros métodos de producción de los viñedos.


—¿Cómo?


Pedro se dió la vuelta para evitar ver el odio en la cara de Paula.


—Podrías aumentar la producción, sobre todo de Shiraz, metiendo agua a los viñedos secos.


—¿Estás bromeando? ¿Para qué quieres hacer eso?


—Ya te lo he dicho, para aumentar la producción.


—¿Y arruinar nuestro vino premiado? ¿El Century Hill? Es el viñedo en seco lo que le da el aroma y el cuerpo…


—Tendrías más cantidad para vender.


Ella lo miró. Pierre agarró el borrador.


—No puedo creer que digas eso. Tú debes saber lo ridículo que es… Y sabes que no puedo estar de acuerdo contigo.


Pedro borró la pizarra.


—Estoy haciendo mi trabajo —dijo, sin mirarla.


—Bueno, tu trabajo es horrible.


—Tienes hasta la reunión de la junta directiva de mañana para decidir qué opción prefieres. Si te resistes a las tres, recomendaré a la junta un cambio de director —puso el borrador en la base de la pizarra y se dió la vuelta.


Vió a Paula con la cara toda roja.


—Puedo decírtelo ahora: No voy a decidir ninguna de esas tres opciones.


—En ese caso, te deseo suerte en tu búsqueda de otro puesto —dijo Pedro. El corazón le latía enloquecidamente, como lo había hecho aquella mañana cuando había salido a correr, pero sin la agradable sensación que lo había acompañado.


—No pienses que voy a rendirme tan fácilmente —dijo ella con firmeza—. Presentaré mi caso a la junta directiva. Les pediré que me apoyen.


Él la miró sin decir nada. Se la comerían viva, pensó. No tenía la más mínima posibilidad.

Reencuentro Final: Capítulo 37

Tamara asintió.


—Es comprensible. Ustedes dos son como santos para los Himmel.


Paula hizo un gesto como quitando importancia a lo que acababa de decir Tamara. Luego se echó atrás en la butaca, estiró los brazos por encima de la cabeza y dijo:


—Estoy tan cansada…


Pedro desvió la mirada de Paula. Hubiera deseado ser inmune a ella, como ella lo era a él.


—Entonces, ¿Cuándo llevan a casa a tu ahijada?


—¿Ahijada? —preguntó Pedro.


Las dos mujeres lo miraron. 


—¿Tienes una ahijada?


—Ahora, sí. Nació anoche, y yo estuve allí —Paula volvió a hablar con Tamata—: Florencia y Micaela saldrán del Hospital de Tanunda hoy, más tarde. Ambas están bien, así que no creo que tengan que estar más tiempo.


—Voy a esperar a que estén en casa para ir a verlas —dijo Tamara. Se puso de pie—. Será mejor que vaya a abrir la bodega.


Cuando se marchó Tamara, Pedro miró a Paula.


—¿Cuándo estarás lista para que hablemos del negocio? —preguntó.


—Estaré contigo en un momento —dijo ella—. Voy a ver el correo electrónico ahora.


Paula abrió el correo y se encontró con que Esteban Himmel le había enviado varias fotos de Micaela Paula. Ella sonrió y llamó a Pedro para que las viese. Él las vió una a una. Pero la última le tocó una fibra sensible. Paula tenía a la niña en brazos, y sonreía a la cámara. Así era como habría estado ella con un niño de ellos en brazos, pensó. Como debería haber sido. Como él habría deseado que fuera.


—¿No es hermosa? —preguntó.


Él asintió. No podía hablar en aquel momento. Paula quitó la imagen de la pantalla. Pedro maldijo en silencio, y se frotó la frente con el pulgar y el índice. Tenía dolor de cabeza. Por no mencionar un dolor constante en el pecho. Tenía que marcharse de aquel país cuanto antes, si no terminaría hecho una pena físicamente, se dijo.


—Hablemos de negocios —dijo bruscamente, más de lo que hubiera querido hacerlo.


Paula se puso seria y dijo:


—De acuerdo.


Pedro fue hacia la pizarra blanca que había en una pared y apuntó algo. Luego dijo:


—Tu objetivo debe ser aumentar la producción para aumentar el volumen de ventas y por lo tanto, los beneficios. La dirección de L’Alliance está contenta con el margen de beneficios que tienes actualmente. Pero no obstante, el total sobre el que se calcula ese margen es demasiado pequeño. 


—¿Por qué?


Pedro miró a Paula con los brazos cruzados.


—Porque L’Alliance dice que lo es. En comparación con otras empresas del mismo tipo y tamaño, tanto en Australia como en otras partes del mundo, la contribución de Chavland al beneficio de la corporación es baja. Tienes tres opciones —dijo él. 

Reencuentro Final: Capítulo 36

Se corrigió: No tenía que convencerla. No tenía ninguna obligación de mostrarle cómo podía salvar su puesto de trabajo, cómo tenía que hacer negocios. Pero por una inexplicable razón, él quería hacerla comprender. Esperaba ahorrarle la humillación de perder el control de su lagar. Por los viejos tiempos. No porque todavía sintiera algo por ella, no. Paula había destruido sus sentimientos. Si ella era capaz de adaptarse a los cambios que él había propuesto, podría seguir allí. Aunque tendría que seguir los dictados de la dirección de L’Alliance, las decisiones del día a día las tomaría ella. Paula tenía que entrar en razón. Miró su reloj. Pensó en distintas posibilidades por las que se habría retrasado. Y en ese momento vio su coche frente a la oficina. Paula salió y fue hacia él, con una radiante sonrisa. Cuando se miraron a los ojos pareció perder un poco de calidez. Al parecer, había estado haciendo algo que la había hecho feliz. De pronto pensó en que podría haber pasado la noche con un hombre. Aquel pensamiento no le gustó.


—Siento haber llegado tarde —dijo Paula—. Ha sido una noche increíble.


Pedro apretó los puños. Prefería que no le contase los detalles. Entró en la oficina detrás de ella. La observó quitarse la chaqueta, y le vió una parte de estómago que quedó al descubierto con el movimiento. Llevaba una camiseta ajustada y una falda por encima de las rodillas, una ropa que no disimulaba sus formas femeninas, y aquello distraía su mente. Paula sonrió y se sentó. En ese momento se oyó la puerta y apareció Tamara. Él gruñó interiormente. La noche anterior había sido muy incómoda.  Aquel día había tenido que rechazar dos veces la proposición de una mujer. Primero a la pelirroja de la cena de productores, y luego a Tamara. Ambas eran mujeres hermosas en su estilo, pero a él no lo atraían. Tal vez fuera hora de que hiciera un esfuerzo por encontrar otra mujer atractiva. Tenía que olvidarse de Paula. Tamara asintió al verlo. Luego se sentó en una silla frente a Paula.


—Entonces, ¿Ocurrió finalmente?


—Sí —Paula asintió, sonriendo—. Durante la noche. Fue una experiencia maravillosa.


Pedro miró a una y a otra mujer. Recordó que los australianos tenían una mentalidad muy abierta, pero aquello era excesivo. Carraspeó para recordarles su presencia. Ambas lo miraron, pero como él no dijo nada, volvieron a su conversación.


—¡Enhorabuena! —exclamó Tamara—. ¿Y? Cuéntame los detalles.


¡Era increíble!, pensó Pedro, incómodo.


—Es una niña. Tiene el cabello negro, y la piel blanca, y no está amoratada como muchos recién nacidos.


Pedro se quedó sorprendido por la nueva información.


—¿Cómo se llama? ¿Cuánto pesa? Venga, Paula.


—Lo siento. Todavía estoy conmovida por todo el tema. La van a llamar Micaela Paula. Micaela por Miguel, como mi padre, por supuesto. Y Paula… Bueno, por mí. ¿A que son encantadores? 

lunes, 1 de julio de 2024

Reencuentro Final: Capítulo 35

Después de trabajar una hora en silencio, Pedro carraspeó y le pidió información relativa a la producción de los distintos viñedos.


—¿Desde qué temporada quieres información? —ella se mordió el labio inferior.


Esos datos eran los únicos que no había volcado al ordenador, y los últimos eran de la época de la compra de la propiedad de su padre.


—Sólo me interesan los datos actuales, y las cifras de los últimos años, para compararlos —dijo Pedro.


Paula sacó los archivos necesarios de los armarios de su despacho.


—¿Por dónde quieres empezar? ¿Con qué vino?


—Por donde quieras.


Ella abrió un archivo.


—De acuerdo… Shiraz. La producción de Century Hill del año pasado fue una tonelada y media por acre…


—Es una producción muy baja.


—Sí, pero recuerda que éste es el vino premiado. La vid se hace crecer en seco para asegurar una concentración máxima de gusto.


Él pareció pensativo un momento, luego escribió algo en su ordenador.


—Sigue —le dijo luego.


Paula enumeró rápidamente la producción de todos los vinos, luego se sentó y lo observó escribir.  Así, concentrado en su trabajo, parecía el joven Pedro, y no el despiadado ejecutivo.


—Paula, ¿Estás bien?


Paula volvió al presente.


—Sí, por supuesto… ¿Por qué?


Él la miró.


—No me has oído. Te he hecho una pregunta; varias veces.


—¿Sí? Lo siento. Estaba distraída —dijo Paula. Luego respiró profundamente—. ¿Qué quieres saber?


—Te he preguntado por el agua, cómo te arreglas…


—El agua… Con excepción de la vid del Shiraz seco, controlamos la humedad usando una sonda de neutrones a distinta profundidad en toda la extensión de los viñedos. Las lecturas controlan la cantidad de agua que se aplica a través de un sistema de irrigación a goteo informatizado. Recientemente nosotros, es decir, los productores de la zona, hemos pagado por la construcción de una tubería para traer agua del río Murray. Eso supondrá agua de calidad consistente y nos asegurará un suministro para los años de sequía. ¿Es eso lo que querías saber?


Él asintió, y recogió sus papeles antes de cerrar el ordenador.


—Trabajaré en El Granero el resto del día —dijo.


—Le diré a Tamara que estás allí —dijo Paula.


—Gracias —no la miró—. Mañana, me gustaría hablar contigo sobre los cambios que recomendaré a la junta directiva.


—¿Has terminado tu informe?


—Sí, he terminado. Te alegrará saber que me iré pronto.


Pedro estaba esperando delante de la oficina de Paula con su ordenador portátil en la mano. Quería terminar de una vez por todas la reunión con ella. ¿Por qué no estaba Paula allí? ¿Qué pensaba que ganaba retrasándola? Él había hecho todas las comparaciones de costes, había hecho todos los gráficos y examinado todas las opciones. Lo único que le quedaba era convencerla.

Reencuentro Final: Capítulo 34

Paula abrió el maletero del coche y sacó su bolsa. Luego esperó a que Pedro dejara de hablar con Tamara y recogiera la suya.


—Dejé el ordenador portátil en tu casa ayer. Me gustaría trabajar un poco, si no te importa.


—De acuerdo. Yo también tengo trabajo urgente que hacer. Desharé el equipaje, y luego abriré la oficina.


Cuando Paula salió de la casa se encontró con Tamara apoyada en el coche, esperándola. 


—¿Qué le has hecho a Pedro? —preguntó Tamara.


Se quitó del coche y caminó con Paula a la oficina.


—¿Por qué? ¿Ha dicho algo? —preguntó Paula, irritada.


—No. Pero sucede algo.


—No. Estamos muy cansados. Eso es todo.


Tamara resopló.


—Bien, si no quieres contarme lo que sucede… Creí que éramos amigas…


—Lo somos —dijo Paula—. Eres mi mejor amiga, Tami. Sólo que… Pedro y yo no estamos de acuerdo en algunos aspectos de la dirección del lagar —suspiró—. No te preocupes, lo solucionaremos… —mintió.


—Hmm… De acuerdo. He pensado en invitarlo a cenar a casa esta noche. ¿Te importa?


—¿Y por qué va a importarme?


—Bueno, he pensado que podría haber ocurrido algo… Después de la cena… En el hotel…


Cuando estaban llegando al despacho de Paula, vieron que Pedro ya estaba en la puerta de la oficina.


—Shh… te va a oír… —dijo Paula—. No. Definitivamente, no ha ocurrido nada.


Paula fue por delante de Tmara y abrió la oficina con su llave, y se recordó que tenía que lubricar las bisagras de la puerta para que no chirriasen al abrir. No le contaría a Tamara lo que había pasado entre ellos, aunque insistiera. Evitó mirar a Pedro cuando entró.


—Vengo a hacerte una invitación personal —dijo Tamara a Pedro en tono alegre—. Si quieres venir a cenar esta noche a mi casa…


—Ah. No creo…


Por el rabillo del ojo, Paula notó que Pedro la miraba, pero ella mantuvo la vista en Tmara. Él parecía estar buscando una excusa para no ir a cenar a casa de Tamara.


—Bueno…


—Bien. Tomaré eso como un «Sí» —dijo Tamara—. Será divertido. Te avisaré cuando cierre la puerta de la bodega, y así podrás venir a casa conmigo. 


Él asintió, resignado.


—Gracias.


Paula pensó por un momento que podría usar a Tamara para hacer que él viera las cosas desde su punto de vista. Pero ella no hacía así las cosas; él tal vez sí… Encendió el ordenador bruscamente. Él miró en su dirección, sorprendido, pero ella lo ignoró, se sentó y se acomodó para escribir. Tenía que ocuparse de algo urgente relacionado con los fabricantes de las botellas, si no, éstas no llegarían a tiempo. Por más que hubiera preferido dejar solo a Pedro, el trabajo de ella era tan importante como el de él, y no podía dejarlo. Aunque ella no estuviera allí para ver la cosecha embotellada, el proceso estaría en marcha. Tenía que ser así. Muchos salarios dependían de ello. 

Reencuentro Final: Capítulo 33

Se vistió y desayunó un té solo. Había pedido el servicio de habitaciones para el desayuno la noche anterior. Pero no había comido nada. El día anterior no había sabido que sus emociones le quitarían el apetito. Volvió a mirarse en el espejo: Tenía la cara roja y los ojos llenos de ojeras. Respiró profundamente, recogió la bolsa de viaje y se marchó de la habitación. Mientras bajaba en el ascensor, se preguntó cómo reaccionaría Pedro cuando se vieran. Lo encontró en un sillón del salón del hotel, leyendo el periódico Le Monde. Debía de haber bajado temprano a comprarlo en la estación de tren. Pareció no verla. Hasta que levantó la cabeza y la descubrió. Tenía cara de enfado. Encima de todo, ella iba a tener que aguantar su enfado. Pero ella había decidido actuar como si no hubiera ocurrido nada.


—¿Llevas mucho tiempo esperando? —preguntó.


—Media hora más o menos.


Ella asintió.


—¿Nos vamos? —sugirió Paula.


Él dobló el periódico, recogió su bolsa de la silla que tenía al lado y empezó a caminar hacia la puerta principal sin mirarla. Paula lo siguió, y notó que lo miraban las mujeres a su paso. No era de extrañar. Era muy atractivo, se vistiera como se vistiera. Y aparte, tenía carisma.


—¿Puedes darme las llaves? —le pidió Paula cuando llegaron al coche.


—No me importa conducir… —le respondió él, sacando las llaves de su bolsillo.


—No, gracias. Conduciré yo.


Quería conducir. Eso la distraería.


Él le dió las llaves y se sentó en el asiento del acompañante. Se pusieron los cinturones de seguridad y ella arrancó el coche.


—En cuanto a lo sucedido ayer —dijo él—. Me gustaría pedirte disculpas. No fue… Profesional.


Ella agitó la cabeza.


—No hablemos de ello. Prefiero olvidarlo… —respondió ella. 


—Estoy de acuerdo.


—Bien, entonces…


—De acuerdo.


Ella se metió en el tráfico, y Pedro se acomodó en el asiento. Ella esperaba que él se durmiese, y así no tendrían que mantener una conversación intrascendente simplemente por cortesía.



Pedro abrió los ojos cuando ella estaba estacionando frente a su casa, lo que la hizo sospechar que sólo había fingido estar dormido. Salió del coche y esperó a que ella abriera el maletero.


—Hola, ¿Qué tal ha ido todo? —preguntó Tamara yendo hacia ellos cuando Paula salió del coche.


—Bien, gracias, Tami. ¿Se te ha pasado la migraña?


—Sí. ¿Qué te pareció la cena? —le preguntó Tamara a Pedro, agarrándolo del brazo y sonriendo.


—La cena ha sido muy buena —respondió él, incómodo.


Paula se dió cuenta de que no estaba cómodo con aquel gesto de Tamara.


—¿Muy buena? —preguntó Tamara—. ¿Eso es todo? ¿No te ha parecido que Paula lo hace estupendamente?


Él había dicho que había estado «Magnífica», recordó Paula, pero tal vez aquello también era parte de su plan. Bueno, ella ya no era una ingenua jovencita, era una mujer madura, con un lagar que tenía que salvar, y no iba a dejar que su soledad personal la llevase a romper la promesa que le había hecho a su padre. 

Reencuentro Final: Capítulo 32

Entonces lloró por la desilusión de un amor roto años atrás. Durante diez años no se había permitido el proceso restaurador del duelo. Cuando había vuelto a casa, no le había contado a nadie el dolor que sentía. Lo había ocultado, y había pensado que el ignorarlo haría que desapareciera. Y lloró por su padre, por el tiempo que no había pasado con él y el modo en que le había fallado. Había hecho el duelo por su pérdida por primera vez. La pérdida de un padre que podría haberla ayudado, y de quien podría haber aprendido. La pérdida de su familia. Hasta aquel momento, sus sentimientos de culpa, y su remordimiento por lo que no había hecho, habían imposibilitado que sintiera el duelo por su propia pérdida. Y finalmente lloraba por Pedro. No podía negar la verdad. A pesar de lo que le había hecho en el pasado, a pesar de lo que iba a hacer con el lagar, lo amaba todavía. En el presente. Pero no había futuro para ellos. Aquel beso no había sido el comienzo de algo nuevo para ellos. Había sido un eco del pasado. Él no había ido a Australia a recuperar lo que había perdido. Estaba allí por otra razón. Y era eso lo que la frenaba totalmente. Había estado tan cerca de entregarse a su deseo sexual por él… Era una suerte que hubiera vuelto en sí. Pedro estaría en el país por poco tiempo, luego se marcharía, llevándose el lagar y lo que quedaba de su corazón. Paula dejó de llorar y se sentó. De pronto pensó en la horrible posibilidad de que el beso hubiera estado planeado. Que la hubiera besado para ablandarla. Para conseguir lo que quería de ella en relación al lagar. ¿Sería por eso por lo que había ido a Barossa? 



Pedro metió las manos en los bolsillos y empezó a caminar hacia el hotel. Ella lo había vuelto a rechazar. ¿No aprendería nunca él? Él la había besado sabiendo lo que estaba haciendo. Pero debería haber sabido lo que podía suceder. Entonces, ¿Por qué la había besado? ¿Porque era extraordinaria? ¿Porque era una fascinante mezcla de vulnerabilidad y eficiencia? ¿Porque en cuanto la había tocado había perdido toda racionalidad y lo había asaltado el recuerdo de la maravillosa sensación de hacer el amor con ella? ¡Paula había tenido un gusto tan dulce…! A vino, a postre, y al gusto que recordaba que tenía… La había besado y se había olvidado de todo, menos de que estaba con ella, con la mujer que jamás había sido capaz de olvidar… Con la mujer que no había sido capaz de sacarse del corazón. Y por un momento había pensado que ella sentía lo mismo, que ella sentía la misma necesidad que él de revivir aquella pasión. El modo en que ella se había derretido en sus brazos, como si lo hubiera estado esperando, el modo en que lo había besado, sin dudas, sin restricciones… Le habían hecho pensar que ella lo deseaba. Pero luego se había apartado de sus brazos. Había aprendido la lección. Su futuro no estaba allí. Estaba en Francia, con André. Eso era lo importante. No veía la hora de terminar su informe y marcharse. Controlaría Vinos Chavland desde fuera, y sólo volvería cuando fuera estrictamente necesario.



Paula no había dormido aquella noche. Tenía una cara horrorosa, pensó, mirándose al espejo. Era una pena que no hubieran viajado por separado, porque tenían que volver juntos a Barossa. 

Reencuentro Final: Capítulo 31

Los dedos de Pedro se quedaron quietos y apretaron más sus brazos. Luego tiraron de ella.. Paula cerró los ojos y se entregó al momento. No pensó en el pasado, y ciertamente, no en el futuro. Se concentró en la sensación de volver a estar en brazos de Pedro, absorbiendo el calor de su cuerpo, y levantó los labios para el beso. La boca de él, insegura al principio, rozó la de ella como si no pudiera creer que la estuviera besando. Fue un beso dulce y suave. Luego un poco más firme, más hambriento. En respuesta, ella sintió un cosquilleo en el estómago. Un latido, un deseo largamente reprimido. Ella gimió, y él dejó de besarla para mirarla a los ojos. Pero luego la volvió a besar profundamente, con una intimidad que la sobresaltó, y que la asustó con su familiaridad. Fue excitante, reconfortante, como volver a casa. Él le abrió los labios con la firme presión de su lengua y exploró su boca. Ella lo recibió, deseosa, y sus lenguas jugaron eróticamente, haciendo que los muslos de ella se debilitasen de excitación.  Él la apretó contra su cuerpo, y la sensación de sus pechos contra él, separados de su pecho viril sólo por la fina y sedosa tela de su vestido, la hizo estremecerse Ella deslizó las manos por debajo de la chaqueta de Pedro acarició los músculos de su espalda a través de la camisa. Ella quería quedarse así, cerca de él, besándolo, saboreándolo… Amándolo… Aquel sentimiento fue como un golpe que la despertó. En vista de su intensidad, no podía sino admitir que lo amaba. Lo amaba, lo deseaba, lo necesitaba. Aquello le dió terror. Se puso tensa. Aquello permitió que aflorase a la conciencia la verdad de la situación que existía entre ellos. Ella se apartó de sus brazos y se agarró al parapeto del puente, desesperada por sujetarse a su solidez. ¿Cómo había podido ser tan estúpida? Había sido una idiota. Se había dejado llevar por la tensión sexual que había existido entre ellos desde el momento en que habían dejado el restaurante. ¡Y ella que había querido mantenerse estrictamente con él en el terreno profesional!


—No hemos debido hacer eso —dijo ella con voz temblorosa, pero más controlada de lo que esperaba.


Pedro estaba de pie allí, con los puños apretados a los lados de su cuerpo, con cara de asombro.


—No ha sido… Quiero decir… No quería hacer esto. Realmente no quería besarte —dijo ella, nerviosa.


Él la miró sin decir una palabra. ¿A quién quería engañar?, pensó ella, y sabía que él también lo estaba pensando. Sintió ganas de llorar, pero se pasó el dorso de la mano por los ojos para borrar aquellas lágrimas que lograron asomarse. Paula se dió la vuelta y se marchó al hotel lo más rápidamente que pudo. Cuando llegó a la habitación, cerró la puerta y se puso a llorar. Después de mucho tiempo, había podido sacar a la superficie sus sentimientos. Había dejado aflorar la emoción cuando había besado a Pedro, y al hacerlo, había dejado abierta la puerta que ocultaba y controlaba el dolor. Ahora lo había dejado escapar.