viernes, 29 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 40

 —¿Enfadada? ¡Vaya! —exclamó ella. No la había visto enfadada aún—. Pedro, me puse más que enfadada cuando le dijiste a mi jefe que eras el padre de mis hijos. En estos momentos, estoy furiosa contigo.


—Pero soy el padre y enfadarte conmigo no lo va a cambiar. Además, ¿Por qué estás fregando los platos? —le espetó, arrancándole el paño de las manos y colocándolo en la encimera.


—No me estás escuchando. No tengo trabajo. No tengo apartamento. Y hablar contigo es como hacerlo con una pared. Me estás volviendo loca. 


—El sentimiento es mutuo y ya he tenido toda la locura que puedo soportar —rugió él. 


Entonces, le rodeó la nuca con los dedos y la besó. Un murmullo llenó los oídos de Paula. Cuando todo empezó a darle vueltas, lo agarró por la pechera de la camiseta y se aferró a él como si le fuera en ello la vida. Pensó en apartarse, pero cuando la lengua de Pedro le dibujó los labios, tentándola y aturdiéndola, ya no pudo pensar. Ella se abrió ante él como una flor con el sol de la mañana. Pedro se aprovechó inmediatamente y le recorrió rápidamente el interior de la boca. Ella agradeció el ardiente calor de sus labios, las caricias de las manos. Los movimientos de la lengua fueron disolviendo poco a poco su ira y se encontró queriendo más, necesitando más. Momentos antes, había querido matarlo. En aquellos instantes, solo quería que la estrechara con más fuerza contra su cuerpo. De repente, Pedro rompió el beso y, al apartarse de ella, lanzó una maldición. Paula trató de controlar su agitada respiración mientras se tocaba los labios con las yemas de los dedos.


—¿Por qué has hecho eso? —preguntó ella, con una voz tan ronca que no parecía pertenecerle. 


¿Y por qué se lo había permitido ella? ¿Y peor aún, por qué le había gustado tanto?


Pedro se dirigió de nuevo a la mesa y recogió los platos que quedaban allí. Entonces, se reunió de nuevo con ella junto a la encimera.


—Aparte de estar de pie cuando no debes hacerlo, has estado trabajando muy duro. Además, sofocarte no puede ser bueno para tí.


—¿E hiciste eso para que me callara? Pedro, ¿Estás loco? No me puedo creer que puedas ir por ahí haciendo estas cosas cuando te apetezca —le espetó. Cuando vió que él se inclinaba sobre ella, levantó una mano para detenerlo—. Ni lo pienses. Eso ha sido lo más ridículo que...


—¿Es que no te ha gustado?


—¿El qué?


—El beso.


Paula lo miró, preguntándose si aquella era una estrategia para tratar de confundirla.


—Acabo de perder mi trabajo, gracias a tí, y lo único que te preocupa es lo que pienso del modo en que...


—Te he besado. 


Ella tragó saliva. Entonces, le miró la boca, aunque trató de no hacerlo. Sin embargo, el recuerdo de aquellos labios se lo hizo imposible. De hecho, quería que volviera a besarla... 

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