—Tal vez no haya estado en tu cama en el momento de la concepción, pero soy el padre de este niño en todos los sentidos de la palabra. Podría hablar durante horas sobre mis derechos como padre y todos los tribunales de Texas me apoyarían, por mucho que tú quisieras que no fuera así, pero no lo haré. Tú me has dicho que esta podría ser tu última oportunidad. También podría ser la mía y quiero estar al lado de mi hijo.
—Los niños son para quererlos —le espetó ella, apartándole la mano y colocándosela encima del sofá—. Hay que abrazarlos y besarlos todos los días. No se puede hacer una familia durante seis meses al año.
—La gente lo hace constantemente.
—Con mi hijo no será así. Ese tipo de relaciones confunden a los niños. No me importa quién eres o lo que eres, pero no someteré a mi hijo a eso. Y si te importara este niño, tú tampoco lo harías.
—Claro que me importa —dijo él, aunque, por mucho que odiara admitirlo, sabía que ella tenía razón.
—No, Pedro, yo creo que no —replicó Paula, poniéndose de pie—. Y creo que ya no tenemos nada más de lo que hablar.
—Todavía no hemos resuelto este tema —afirmó él, mientras se levantaba también.
—Yo no tengo nada más que decirte.
—¿Pensarás al menos en lo que te he dicho yo? Admito que un niño necesita a su madre, pero también necesita a un padre. Déjame asumir esa responsabilidad. Déjame ser un padre para mi hijo.
—¿Es así como ves este asunto? ¿Cómo una responsabilidad? ¿Y el amor? —preguntó ella, llena de ira, al tiempo que le acompañaba a la puerta principal.
—Estamos hablando de mi hijo. Él o ella nunca tendrá razón para dudar de mi amor.
—¿Y crees que eso es suficiente? —quiso saber Paula, mientras abría la puerta de su apartamento, en silenciosa invitación para que se marchara.
—No lo sé, pero tú tampoco.
Al ver que ella permanecía en silencio, Pedro se detuvo en la puerta, sacó los cinco dólares que ella le había metido antes en el bolsillo y los dejó encima de la mesita que había en el recibidor.
—A la cena invito yo.
Con eso, salió al exterior, aunque esperó en el descansillo hasta que oyó que ella echaba el cerrojo a la puerta. No le gustaba dejar las cosas sin resolver, pero no creía que pudieran hacer más progresos aquella noche.
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