Tal vez las cosas no habían ido tan bien, pero al menos ella no le había abofeteado. En realidad, había reaccionado mucho mejor de lo que había esperado. Mucho mejor de lo que él lo habría hecho si la situación hubiera sido al contrario. Si consideraba todo lo que había ocurrido entre ellos, el hecho de que al menos hubiera hablado con él le daba esperanza. Todavía tenían tiempo. Al día siguiente, cuando ella se hubiera calmado, volvería a hablar con ella. Pedro se rascó la barbilla mientras regresaba a su furgoneta. Aquella tarde, mientras estaba en su despacho, había buscado casos que apoyaran su reclamación. No había hecho caso cuando el teléfono había sonado, aun cuando suponía que podía haber sido Paula. Había encontrado cinco sentencias del Tribunal Supremo de Texas, dictadas sobre apelaciones, que dejaban pocas dudas acerca de los derechos de un padre, de sus derechos. Resultaba muy extraño que, después de encontrar casos en los que se apoyaba su pretensión, no hubiera utilizado la información en beneficio propio. Aunque no lo comprendía, lo achacaba al hecho de no querer revivir acontecimientos del pasado, unos hechos que nunca había podido olvidar. Se metió en su vehículo. Con el tiempo, estaba convencido de que ella cambiaría de opinión. Evidentemente, se trataba de una mujer inteligente que acabaría viendo que lo que él pedía no era nada más de lo que requerirían los tribunales. Parte de su trabajo como fiscal era leer cómo reaccionaban las personas ante ciertos acontecimientos y juzgar entonces su culpabilidad o inocencia. Aquella noche, se había excedido y Paula había respondido a sus peticiones con miedo o ira, lo que había evitado que utilizara la cabeza y se comportara de un modo completamente racional. Al día siguiente, dejaría de ser fiscal y pronunciaría sus requerimientos de un modo que a ella no le resultara amenazador, para evitar así que se pusiera en guardia. Tal vez entonces, podrían alcanzar un acuerdo. Se alejó del apartamento y se marchó a su casa. Estaba seguro de que aquel era el modo de enfrentarse a la situación. Estaba haciendo progresos. Entonces, ¿Por qué, de repente, se sentía tan mal al pensar que podría apartar a aquel niño de Paula?
—¿Te importa si me siento contigo?
Paula levantó los ojos del vaso de leche que se estaba tomando al tiempo que Pedro se sentaba al otro lado de la mesa. Se negó a pensar cuántos de los comensales de aquel restaurante pertenecían al mundo de la abogacía. Era ridículo esperar que nadie hubiera notado la llegada de él ni con quién estaba hablando. Por su altura y su apostura, era la clase de hombre que atraía naturalmente la atención. No la suya, pero sí la de los demás.
—¿Qué te crees que estás haciendo?
—Almorzar con la mujer más hermosa de Hale, Texas —respondió, mientras le lanzaba una sonrisa tan atractiva que no tardó en tener sus efectos en ella.
Se trataba solo del desequilibrio hormonal que había oído que experimentaban todas las mujeres. En circunstancias normales, no hubiera notado el seductor aroma de su colonia ni le hubiera encontrado tan atractivo. Sin embargo, desde el momento en que Pedro Alfonso había entrado en la sala de reuniones y había puesto voz a su demanda, nada había sido normal. A pesar de que sabía que no debía ser así, no podía evitar sentir una oleada de calor en su cuerpo ni esbozar una sonrisa.
—No trates de convencerme con bonitas palabras, Pedro Alfonso. Conozco tu juego. Y no te va a funcionar.
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