Ella le ofreció una paternalista sonrisa mientras que él rechinaba los dientes. Tan solo una semana antes, él le habría preguntado si había ido a la isla para ver al inválido. La habría tratado muy groseramente y habría sido insufrible. Al contrario de Paula, que le había hecho ver su mal comportamiento, Romina se habría echado a llorar y se habría marchado corriendo.
—¿Recibiste las flores que te envié? —le preguntó ella.
—¿Flores?
—Sí. Hice que te las enviaran al hospital después del accidente.
Pedro recordaba una serie de ramos, plantas y tarjetas que habían llenado su habitación, aunque no se había preocupado en saber quién las enviaba. Sin embargo, asintió de todos modos.
—Gracias. Muy amable de tu parte.
—Era lo menos que podía hacer. Estaba muy preocupada por ti y sigo estándolo, Pedro. Si hay algo que pueda hacer para ayudarte, lo que sea, solo tienes que decirlo.
—Eres muy amable —repitió. Romina se inclinó hacia él y le dijo:
—¿Sabes una cosa? Jamás he conseguido olvidarte…
—Romi…
—Tantos años y aún sigo esperando que…
Pedro jamás le había hecho promesas, pero, tras salir durante cuatro años, era normal que ella hubiera sacado conclusiones. Él lo lamentaba. También lamentó que, justo en el momento en el que Romina acababa de admitir lo que sentía por él, Paula se presentó en la mesa. Los miró a ambos con una ceja levantaba, pero no dejó entrever lo que estaba pensando en ningún momento.
—¿Debería traer otra silla? —preguntó cortésmente.
Romina la miró. Aparentemente, se dió cuenta de que ella llevaba un logotipo del hotel en el polo y, antes de que Pedro pudiera decir nada, replicó:
—No hay necesidad. La mesa ya tiene dos sillas.
—Sí, pero la que queda libre está ocupada.
—¿Por quién? —le preguntó Romina con tono molesto. Se irguió.
Con zapatos de tacón, era tan alta como Pedro, por lo que era mucho más alta que Paula.
—Por mí.
Paula tomó asiento y se desdobló la servilleta sobre el regazo. Romina la miró asombrada, para luego hacer lo mismo con Pedro. Como no estaba seguro de qué hacer, él las presentó.
—Paula Chaves, ésta es Romina Cherville. Romi, Paula.
—Paula, ¿Eh? Veo que trabajas aquí —comentó Jennifer.
—Así es. Llevo cinco años trabajando como directora de Alfonso Haven.
—Muy bien —replicó Romina en tono condescendiente—. Pedro y yo nos remontamos a más de una década. Éramos novios en la universidad.
—Muy bien —repitió Paula, usando el mismo tono burlón.
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