Paula extendió la mano derecha.
—Señor Fiscal, ya tiene compañera de piso.
—¿Estás segura? —preguntó Pedro, con una espléndida sonrisa—. Una vez que te vengas a vivir conmigo, no hay vuelta atrás.
¿Cómo podía estarlo? Las certidumbres del pasado habían terminado en traición y la habían dejado destrozada y sola. Aquella vez, pondría a sus hijos por delante de todo. Había tomado la decisión de irse a vivir con Pedro con los ojos muy abiertos y no dejaría que su atractivo rostro la cegara.
—Sí, estoy segura.
Al domingo siguiente por la tarde, Pedro se quedó de pie al lado del sofá durante un largo momento, observando cómo dormía Paula. El día de la mudanza había sido mucho más duro para ella de lo que había pensado. Había querido ir con él a recoger sus últimas cosas para llevarlas a la casa de él, pero después de cargar su cama y su ropa, no había quedado sitio en la furgoneta, por lo que se había quedado allí para descansar. Al verla tan profundamente dormida, le costaba despertarla. Era una mujer muy menuda, pero luchadora. Recorrió a placer con la mirada su nariz pecosa, una barbilla testaruda y unos labios que, en sueños, esbozaban una sonrisa. Si alguien se merecía sonreír, esa era Paula. Era una buena mujer y tenía la intención de hacer todo lo que pudiera para darle motivos para sonreír. No sabía mucho de embarazos ni de lo que podía esperar en los siguientes meses, pero haría todo lo posible para hacer que se sintiera segura y feliz. Se inclinó sobre ella y recogió el libro que tenía sobre el vientre. Había pensado en tomarla en brazos y levantarla, pero no pudo evitar fijarse en el vientre en el que crecían sus hijos. Hijos. Sintió una fuerte llama que lo abrasaba por dentro. Una semana antes, su única preocupación había sido sacar chicos de la calle y esperar que Mariana concibiera. Días después, sabía que iba a ser el padre de dos niños. Se preguntó si serían dos niños, dos niñas o la parejita. No importaba. Los querría igual, fueran lo que fueran. Para ser sincero, ya los quería. Los niños crecerían sabiendo su amor, pero primero tendría que cuidar de Paula. ¿Durante cuánto tiempo? ¿Le habría dicho el médico la fecha aproximada del parto? Miró el libro que tenía en la mano y se sentó en el borde del sofá para empezar a leer.
—¿Pedro?
Al levantar los ojos, viƥ que Paula lo estaba observando. El sueño le había dado un aspecto dulce y deseable y la necesidad de protegerla lo sacudió con fuerza. Lo único que le impidió tomarla entre sus brazos fue que el sueño también había dejado al descubierto su vulnerabilidad. Recordó que le había pedido que confiara en él y necesitaba demostrarle que era digno de esa confianza, algo que no siempre había ocurrido.
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