—Entonces, ¿Qué es lo que te parece realmente? —quiso saber, mientras se acercaba un poco más.
—¿El qué?
—La casa, al menos lo que has visto.
Paula se apartó de él, confundida por el modo en el que el corazón le latía cuando él estaba cerca. Tras echar una rápida mirada alrededor de la sala, dijo:
—Deberías estar orgulloso de lo que has hecho. Me sentí bienvenida en cuanto entré por la puerta. Esta casa tiene un aire muy acogedor. Parece como si fuera mi casa —añadió.
De repente, sintió algo que no había experimentado desde hacía mucho tiempo. Cerró los ojos, tratando así de apartar los tristes recuerdos que le vinieron al pensamiento. Pedro lanzó una maldición, la tomó entre sus brazos y la llevó al sofá.
—Te dejo hacer demasiado.
—¡Tonterías! No he hecho nada en todo el fin de semana aparte de dar órdenes, y tú me has hecho que lo hiciera desde el sofá. No me encuentro mal, de verdad. Venga, Pedro, déjame en el suelo.
—Entonces, ¿Qué te pasa? Parece que te duele algo.
Efectivamente así era, pero no del modo que él pensaba.
—La escalera me recordó a cuando yo era pequeña. Nuestra casa era grande y muy vieja, como esta. No teníamos mucho dinero, pero teníamos mucho amor.
—¿Viven tus padres en Texas?
—Lo hicieron hasta que, durante mi primer año en la universidad, murieron en un accidente de coche.
Pedro la dejó encima del sofá y se sentó a su lado.
—Lo siento. No lo sabía.
Paula no había compartido mucho de su pasado con nadie, pero se imaginó que el padre de sus hijos tenía derecho a saberlo.
—Hace muchos años. Debería estar acostumbrada a que no estuvieran aquí, pero no es así. Algunas veces, como ahora, veo algo que me trae recuerdos y es como volver a perderlos de nuevo.
—¿No tienes más familia?
—No. Tú me dijiste que tenías un hermano. ¿Vive en Hale?
Pedro se puso de pie y cruzó el salón para ir a mirar por una ventana.
—Federico y su esposa, y también mis padres, viven en la ciudad. Federico y Horacio tienen un bufete en ese nuevo edificio que hay al otro lado de la ciudad.
Hasta que Pedro le había abierto las puertas de su vida, había pensado criar a su hijo sola, pero después de las complicaciones que había tenido en los primeros días de su embarazo, ya no quería estar sola. Si le ocurría algo como les había pasado a sus padres, quería que sus hijos tuvieran a alguien fuerte para que cuidara de ellos, alguien como él.
—Tienes mucha suerte de vivir tan cerca de tu familia. Al menos nuestros hijos tendrán unos abuelos, un tío y una tía.
—Todavía no se lo he dicho a mis padres —replicó él, muy serio.
—Pero piensas hacerlo, ¿Verdad? Como mis padres ya no están, solo nos quedan los tuyos. Tienes que decírselo.
—No lo sé —musitó, mientras se daba la vuelta y volvía al sofá—. No voy a decirle nada a nadie hasta que no descubra cómo decírselo a mi hermano. Después de que fallara el último intento de la inseminación, Federico y su esposa decidieron dejar de intentarlo durante un tiempo. Me imagino lo que les haría sufrir enterarse de esta noticia.
—Lo siento. Sé lo doloroso que es pasar por esas pruebas, rezar todo el tiempo, tratando de no hacerte ilusiones pero siendo incapaz de no hacerlo. Tienes mucha razón al tener en cuenta sus sentimientos. Siento haberte puesto en una posición muy difícil. Si quieres, podemos hacer que vengan una noche y se lo diremos entonces.
—No. Me iré con mi hermano a alguna parte, solos los dos. No sé ni cómo decirle que voy a ser padre cuando él es el que se merece tener un hijo —añadió, antes de marcharse hacia la cocina.
—Pedro, ¿Y tus padres? —le preguntó, haciendo que se detuviera—. ¿Qué te parece si se lo dices primero para que puedan ser un apoyo moral para tu hermano cuando hables con él?
—No conoces a mis padres —respondió él, sin volverse, desde la puerta de la cocina—. No recibirán de bien grado esta noticia. Mi madre se alegrará cuando se recupere de la conmoción inicial, pero las cosas son diferentes con mi padre. Creo que será mejor que se lo diga a Federico solo.
Paula escuchó cómo los pasos de Pedro se perdían en la distancia. Entonces, se oyó que cerraba de un golpe la puerta trasera. Su temor era tan tangible que estaba haciendo que se sintiera como una extraña.
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