viernes, 8 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 75

Juan estaba sentado en el salón cuando los dos salieron cuarenta minutos más tarde de la habitación de Paula. Lou estaba a su lado. Los dos estaban viendo un partido de béisbol en la televisión. Aparte de saludarlos cuando los dos entraron en el salón, ninguno de los dos hizo comentario alguno. Ella miró la arrugada ropa de Pedro y sonrió con satisfacción. Sabía que tenía que resultar evidente lo que los dos habían estado haciendo. Quería sentirse avergonzada. No era propio de ella comportarse de aquel modo, pero no le importaba lo que nadie pudiera pensar. Y tampoco podía dejar de sonreír.


 —Si sigues sonriendo de ese modo, cielo, todo el mundo sabrá lo que hemos estado haciendo —le susurró Pedro.


 —Sí, y sentirán envidia. Mucha envidia.


Luis se puso de pie.

 

—¿Listo para marcharse, jefe?

 

—Sí.


 —Traeré el coche a la puerta principal —les dijo Luis.


Juan se puso de pie y se sacó un trozo de papel del bolsillo.

 

—Me he tomado la libertad de llamar al restaurante y he anotado las opciones más saludables del menú. Yo tomaría pescado —le dijo mientras le entregaba el papel a Pedro—. El salmón a la plancha parece lo más adecuado, pero por supuesto sin ningún tipo de salsa.

 

—¿Salmón? Pero si la especialidad de ese restaurante es la carne — protestó Pedro.


 —Ya sabe lo que pienso de la carne, en especial de la roja. ¿Y no está usted más saludable y más fuerte siguiendo mi régimen?

 

—Cierto.

 

Juan asintió, como si el asunto hubiera quedado resuelto.


—Por supuesto, patata asada en vez de frita y cuidado con el aliño de la ensalada. Sugiero que pida vinagre y aceite de oliva, aunque poco aceite.


 —Pescado, sin salsa. Ensalada, sin aliño. Patatas asadas. Me muero de ganas de empezar a cenar —musitó Pedro.


Se metió el papel en el bolsillo del pantalón, donde Paula estaba segura de que permanecería el resto de la velada.



Llegaron un poco tarde al restaurante, pero una propina de cincuenta dólares solucionó el problema con el maître. Los acompañaron a la tercera planta del restaurante, reservada para los clientes de más importancia. Paula jamás había cenado allí. Tras examinar el menú, decidió que no era de extrañar. Los precios estaban fuera de su presupuesto. En cuanto se sentaron, un camarero les llevó dos copas de champán y les dejó una botella de Dom en un cubo de hielo.

 

—¿Les sirvo? —le preguntó a Pedro.

 

—Por favor.


Paula comprendió que aquel era el estilo de Pedro. Por muy deslumbrada que se sintiera, también sabía que representaba un mundo del que ella conocía muy poco. Un mundo al que él regresaría en algún momento de un futuro no muy lejano. El pensamiento amenazó con estropear la velada, por lo que lo apartó sin miramientos. Cuando volvieron a estar solos, Pedro dijo:

 

—Esta noche tenía planes para deslumbrarte. Una cena estupenda, tal vez incluso un poco de baile…


 —¿De verdad? —dijo ella muy sorprendida, en especial por lo último.


 —De verdad. Sin embargo, soy yo el deslumbrado. Por tí.

 

Paula brindó con él.

 

—Yo diría que nos hemos deslumbrado mutuamente.


Regresaron a la isla en uno de los últimos ferris. Luis tenía la radio puesta mientras que Paula estaba acurrucada contra Pedro en el asiento trasero. Cuando descendieron del barco, ella comprendió que la noche estaba acabando. Juan estaba ya dormido en el sofá cuando entraron en el apartamento. Paula se detuvo junto a la puerta de su dormitorio.


 —Supongo que ahora es cuando nos despedimos.


 —¿Y tiene que ser así? —preguntó él.


Aquello era precisamente lo que Paula había estado esperando escuchar. Tomó la mano que él le ofrecía y juntos caminaron por el pasillo hasta el dormitorio principal. Tras atravesar el umbral ella supo que, aquella noche, había cambiado algo más que la manera en la que iban a dormir a partir de entonces. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario