Paula miró alrededor para ver si alguien estaba escuchando su conversación.
—No lo digas tan alto.
—¿Por qué no? Es cierto.
—Pedro, ¿Por qué estás aquí? —preguntó ella, tras lanzar un suspiro—. ¿Qué quieres de mí?
—Ya sabes lo que quiero. Dado que no estabas interesada en mi última oferta, he pensado que podríamos negociar, pero si prefieres que me vaya, en ese caso...
—No.
En su prisa por evitar que se marchara, Paula derramó el vaso de leche justo por encima del regazo de Pedro. Tras sujetar el vaso, él se levantó y tomó la servilleta. Mortificada por lo que había hecho, ella agarró su propia servilleta y se puso también de pie. Cuando trató de ayudarlo a limpiarse, él le asió la muñeca.
—Estoy seguro de que, en realidad, no quieres hacer eso.
La camarera, que se había acercado corriendo con una bayeta, sonrió y, tras dejar el paño encima de la mesa, se marchó de nuevo. Paula le colocó la servilleta en la mano y se volvió a sentar, incapaz de mirarlo a la cara. Las mejillas le ardían con solo pensar en lo que había estado a punto de hacer, en lo que casi había tocado. Incluso cuando Pedro volvió a sentarse a la mesa, no pudo levantar los ojos.
—Paula, mírame —dijo él, agarrándola por la barbilla para levantarle la cabeza—. No te preocupes por los pantalones. Tengo tiempo de sobra para cambiarme antes de que empiecen de nuevo las sesiones.
—Lleva el traje al tinte y envíame la factura —susurró ella. No podía recordar cuándo se había sentido más avergonzada—. Si no me equivoco, has dicho que querías negociar —añadió, con la intención de cambiar de nuevo de tema de conversación.
—Sigo creyendo que la división de seis meses funcionaría, pero dado que a tí no te parece bien, ¿Qué te parece si a mí me corresponden los veranos y algunos fines de semana? En años pares, a mí me tocaría en el día de Acción de Gracias, en el cuatro de julio y en las vacaciones de Navidad, y las demás fiestas y cumpleaños en los años impares.
Aquello no era lo que Paula había esperado escuchar. Su idea de una negociación era que él decidiera que una cena al año era más quesuficiente.
—Sé que crees que no estoy siendo justa, Pedro, pero mi sueño de tener una familia no te incluía a tí.
—En ese caso, ¿Estás rechazando mi oferta?
—No, no la he rechazado... Exactamente. Solo que me va a llevar un poco de tiempo acostumbrarme a la idea de que tengo que compartir a mi hijo.
—Entonces, ¿Lo considerarás?
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