Solo quedaba una semana para que terminara oficialmente la temporada de verano. La isla se quedaría mucho más tranquila y la vida sería más normal hasta que empezaran a llegar los jubilados en noviembre, ansiosos por dejar atrás el duro y frío clima del norte durante unas pocas semanas e incluso meses. Paula iba a agradecer ese periodo de descanso. Estaba deseando disponer de más tiempo con Pedro para poder hacer lo que los dos quisieran. Las últimas dos semanas habían sido un revuelo de momentos robados durante el día y de pasión desenfrenada por las noches. La profundidad de sus sentimientos la sorprendía. No había sido su intención enamorarse de su jefe, pero así había sido. El sentimiento la aterraba, pero no podía negar que era muy feliz. Y, aunque él no lo había dicho, estaba segura de que él sentía lo mismo. Caricias, miradas, expresiones… Todo era perfecto. Cuando hacían el amor, era una unión de almas y de cuerpos. Sonrió tumbada en la cama que había sido suya, luego de Pedro y de ambos en aquellos momentos. Los dos la compartían desde la noche de la cena en Charleston. Eran solo las seis, pero él ya estaba levantado. Le había dicho que le esperara en la cama porque regresaría a los pocos minutos con una sorpresa.
—¿Qué es lo que te está llevando tanto tiempo? — preguntó ella impaciente.
—La perfección lleva su tiempo —replicó él desde el pasillo.
—No necesito perfección. ¡Lo único que necesito y deseo eres tú!
Abrió los brazos de par en par al exclamar aquellas palabras. Sin querer, golpeó las rosas que él le había regalado hacía unos días. Las flores y el jarrón cayeron al suelo. El agua mojó la alfombra antes de empapar también el suelo. Rápidamente, abrió el cajón de la mesilla de noche, donde ella siempre había guardado una caja de pañuelos de papel. Agarró un puñado y secó todo lo que pudo. Después, se levantó con la intención de tirarlo todo a la basura, pero un sobre captó su atención. Tenía su nombre impreso en el exterior. Ella no lo había puesto allí, así que tenía que pertenecer a Pedro. Sin poder contenerse, lo sacó del cajón y lo abrió. Sacó un documento de su interior que la dejó muda de incredulidad. Sintió que se le rompía el corazón. No podía ser cierto, pero estaba allí, escrito sin dejar duda alguna. Él planeaba despedirla.
A los pocos minutos, Pedro regresó a la habitación.
—¡Sorpresa! ¡Hoy tomaremos el desayuno en la cama!
Llevaba una bandeja repleta de deliciosas viandas en las manos y se sujetaba sin la ayuda del bastón. Desgraciadamente, Paula solo podía pensar en el terrible vacío que sentía en el pecho.
—¿Cuándo me ibas a hablar de esta sorpresa? —le espetó fríamente mientras le mostraba el documento.
Pedro parpadeó un instante, como si no comprendiera.
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