viernes, 1 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 56

Ya se había vestido y tenía el pelo empapado, lo que significaba que acababa de darse una ducha. Tenía una manzana a medio comer en la mano. 


—Veo que no tengo que despertarlos a ninguno de los dos — comentó. Entonces, miró a Pedro—. ¿Está preparado, señor Alfonso?


 —Vamos —respondió él.

 

—Esa es la actitud que estaba esperando. He pensado que vamos a empezar por unos ejercicios básicos de estiramiento antes de empezar con los de fortalecimiento —dijo él. Entonces, miró a Paula—. Podemos empezar en el salón con unas bandas de tensión y el balón terapéutico, pero luego necesitaremos todo el equipamiento.


 —Por supuesto. No hay problema. Dame veinte minutos para ducharme, vestirme y recoger mis cosas y el departamento será todo de ustedes —afirmó. Entonces, miró a Pedro con lo que esperaba que fuera una sonrisa de ánimo en el rostro—. Buena suerte.



 Más tarde de aquel mismo día, Pedro estaba sentado en solitario en una de las mesas del comedor. Estaba cansado, dolorido y tenía sueño, dado que no había podido dormir muy bien. Sin embargo, había resistido el impulso de tumbarse. Había prometido pasar página y, además, Paula le había prometido que almorzaría con él. Desgraciadamente, ella aún no había hecho acto de presencia. Se había comido la mitad de su ensalada, con la aprobación de Joe, cuando oyó una voz familiar.

 

—¡Vaya! Pero si es Pedro Alfonso en persona.


Se dió la vuelta y se encontró con Romina Cherville. En el pasado, habían tenido una relación. Habían estado saliendo en la universidad y, tras la graduación, Romina había esperado el anillo de compromiso. Pedro, por su parte, se había comprado un par de esquís nuevos y se había adquirido un billete de avión para Suiza. Mientras que ella quería sentar la cabeza y tener hijos, él tan solo había querido desafiar a la muerte en las pistas de esquí. La vida de Pedro habría sido muy diferente si ella se hubiera salido con la suya. A pesar de todo, no se arrepentía de nada. Romina no era la mujer junto a la que quería despertarse por las mañanas.  La imagen de una fiera y decidida belleza de cabello negro ocupó su pensamiento. Cuando ella llegó junto a su mesa, él trató de levantarse.

 

—No, no. Pobrecito. No te levantes —dijo ella mientras le obligaba a sentarse y le daba un par de besos en las mejillas—. Había oído que habías vuelto. Brenda… ¿Te acuerdas de Brenda Dobson?… El otro día estuve cenando con ella en el club y nos encontramos con tu madre y tu padre.

 

—Padrastro.

 

—Como sea. Ella me dijo que habías vuelto —concluyó Romina. Inclinó la cabeza hacia un lado. El tono de su voz se volvió meloso y compasivo—. ¿Cómo estás?


 —Estoy bien.

 

—Ay, Pedro… Eres tan valiente…

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