viernes, 29 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 38

 —Soy el padre. ¿Es un problema?


—Claro que lo es —afirmó Williams, lanzándole a Paula una mirada llena de ira—. Te advertí lo que ocurriría si salías con él. No me dejas alternativa. Quedas despedida por incumplimiento de nuestra política de confidencialidad. Los de contabilidad te darán un cheque por lo que se te deba.


—Williams, piensa en lo que estás diciendo. Te estás poniendo a tiro para una demanda por despido improcedente.


—No trates de enseñarme la ley, Pedro. Sal de aquí antes de que llame a Seguridad.


—No hay razón para tratarla de este modo. Por lo que he visto, Paula ha trabajado hasta muy tarde cuando se lo has pedido y, en todo, ha sido una empleada ejemplar.


—Te aseguro que en esto no vas a ganar. ¿Cómo te sientes?


—Entonces, esto es por mí y no por ella, ¿Verdad?


—Señor Williams —dijo Paula, para tratar de recobrar el control de la situación—, necesito este trabajo. —Deberías haberlo pensado antes de acostarte con Alfonso.


—Pero yo no...


—Paula —le indicó Pedro, agarrándola por el brazo—, no desperdicies tus palabras.


Ella se apartó de él. Necesitaba hacerle comprender lo importante que era aquel trabajo para ella.


—Tengo que mantener mi trabajo. No tengo nada más.


—Me tienes a mí. 


Si la situación no hubiera sido tan seria, tal vez habría admirado la caballerosidad de Hunter, pero acababa de perder la única estabilidad que tenía en la vida.


—No estamos hablado de un juego en el que se trate de ser mejor que otra persona. Es mi vida.


—Estamos en esto juntos, ¿Te acuerdas? ¿Dónde está tu abrigo?


La convicción que tenía en el tono de voz le despertó algo en su interior.


—Detrás de la puerta —susurró Paula, mientras recogía su bolso. No sabía si estaba más enfadada con Pedro o con su jefe.


Él le entregó el abrigo y salió al pasillo. Entonces, Paula se enfrentó con su jefe.


—Sé que no siente simpatía por Pedro, pero se equivoca en su presunción sobre él y yo.


Williams extendió la mano, con la palma hacia arriba.


—La llave del despacho.


Ella se sacó el llavero del bolsillo del abrigo y sacó una llave, que colocó en la mano de su jefe. Entonces, salió detrás de Pedro. Los pasos le fallaron al ver que todas las secretarias y los abogados llenaban el pasillo, susurrando especulaciones sobre lo que habría ocurrido. Paula sintió que el rostro le quemaba por la humillación que sentía. Cuando Pedro trató de agarrarla por el codo, se soltó bruscamente. Quiso gritar, pero, después de mirar a las personas que se agolpaban a su alrededor, decidió guardar silencio. Levantó la barbilla y salió hacia la puerta. Él la abrió y cruzó el umbral detrás de ella. Paula salió corriendo por la acera, sin saber dónde ir, sabiendo que todo se le escapaba de su control. Tenía miedo y, además, estaba sin trabajo. Admitió que no era completamente culpa de Pedro, pero tenía que desahogarse. Y él estaba a mano.


—Dejaremos tu coche aquí. Puedo hacer que alguien lo recoja mañana y que te lo lleve a la casa —dijo él, a sus espaldas.


Paula se dió la vuelta para mirarlo.


—No soy una inútil, Pedro. Puedo pensar y tomar decisiones. Y sé cómo hacerlo. 

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