viernes, 15 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 10

Con eso, Williams se dió la vuelta y se dirigió a su despacho. Cuando dobló una esquina y desapareció de la vista de Paula, esta se apoyó sobre la puerta. Por mucho que odiara encontrarse con Pedro Alfonso, no podía posponerse. Otra visita inesperada como aquella y podría perder su trabajo. Como ya llegaba dos horas tarde para su reunión, salió corriendo del bufete. Afuera llovía, por lo que, con cuidado de no pisar los charcos, se dirigió al estacionamiento. Pedro Alfonso probablemente se había dado por vencido hacía horas, pero aquello no podía esperar. Si podía encontrar el número de teléfono de su casa en la guía de teléfonos, lo llamaría y pondría fin a cualquier noción que él pudiera tener de ser el padre de «su» hijo. Mientras salía estacionamiento, no pudo evitar preguntarse por los planes que él tendría. No es que quisiera ser parte alguna de ellos... Ni de él. Ya había pasado por aquello en el pasado y, después de seis años de matrimonio, en los que le había sido imposible tener un hijo, incluso un intento para realizar la concepción in vitro, su marido se había divorciado de ella por su secretaria, a la que había dejado embarazada. Aquel mismo hombre, que había jurado defender la justicia, había utilizado sus contactos con el juez para asegurarse de que Ashley se marchara de la ciudad con una indemnización muy pequeña, la custodia de los óvulos que tenía congelados y con el corazón y el orgullo destrozados. Desde que se había mudado a Hale, tras encontrar un trabajo, había querido hacerse una nueva vida para sí misma y, tal vez un día, tener un hijo. Tras encontrar la estabilidad, había decidido que había llegado el momento adecuado, ya que los años no pasaban en balde ni para ella ni para sus óvulos. El primer pago de su escasa indemnización por el divorcio había sido suficiente para que le fertilizaran un óvulo con el esperma de un donante y se lo implantaran. A menos que su situación económica cambiara drásticamente, aquella podría ser su última oportunidad. Cubrió con una mano a su hijo, seguro en el interior de su vientre. Nadie, ni hombre ni abogado, volvería a aprovecharse de ella. Ya había dejado que le ocurriera aquello una vez. En aquellos momentos, había un niño de por medio. Un niño inocente. Su hijo. Si Pedro Alfonso quería pelea, la iba a tener.


—Llegas dos horas tarde —le espetó Pedro, maldiciéndose en el momento de pronunciar aquella acusación.


Con un fuerte sobresalto, Paula levantó la mirada y se aferró con fuerza a la barandilla de su departamento. Al verlo, frunció el ceño y luego siguió subiendo los escalones que le quedaban para llegar al descansillo del segundo piso.


—Yo también me alegro de verlo —replicó ella, mientras se acercaba a la puerta—. Siento llegar tarde, pero el señor Williams no mencionó hasta las cinco de la tarde que me necesitaba para terminar un trabajo. Traté de llamarle a su despacho en cuanto lo supe, pero no me contestó nadie.


Pedro no sabía si creerla. Le había dejado muy claro que no lo quería a su alrededor, aunque nadie podría culparla. En la reunión que habían tenido aquella tarde, él no había hecho más que amenazarla y la había tratado como si ella fuera uno de los acusados a los que él solía enfrentarse. Después, se había sentido más rastrero que una serpiente y se había prometido que recordaría que ella era una mujer embarazada. Una mujer que llevaba en su seno a su hijo. Eso significaba que tendría que controlar más su genio y tratarla como a una dama. Sin embargo, las palabras que le había dirigido hasta entonces indicaban que se había olvidado de cómo hacer ambas cosas. 

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