Romina entornó la mirada mientras que Pedro trataba de no soltar una carcajada.
—¿Te importa? Pedro y yo estábamos teniendo una conversación privada.
—¿Te dejo solo? —le preguntó Paula a Pedro.
—No. Teníamos una cita para almorzar —respondió él. Entonces, miró a Romina—. Mira, Romi. Te agradezco tu preocupación, pero no hay necesidad. Tal vez no esté bien, pero estoy mejorando.
—Sí, sobre eso… Bueno, tu madre me dijo que habías ido a Charleston a ver a otro especialista. Ella también me mencionó algunas de las opiniones médicas que ya te habían dado.
—En ese caso, estoy seguro de que ya sabe que mis días en la pista de baile han terminado —replicó él.
Sorprendentemente, después de hablar con Paula, ya no le importaba. Romina, por el contrario, lanzó una expresión de dolor.
—¡Ay, Pedro! ¡No digas esas cosas! ¡Ni siquiera las pienses!
—¿Los dejo solos? —volvió a preguntar Paula.
El tono seco de su voz le dijo exactamente a Pedro lo que pensaba de la teatralidad de la otra mujer.
—No hay necesidad. Jen ya se marcha —afirmó él mirando a la rubia—. Te agradezco tu preocupación, pero no es necesario. De verdad.
Ella frunció los labios y asintió. Pedro sabía que ella no le creía del todo.
—Si cambias de opinión, mi padre conoce a un cirujano ortopédico en Johns Hopkins. El doctor Taft es relativamente joven, pero mi padre dice que es excelente en su trabajo. Un verdadero visionario en lo que se refiere a la implementación de nuevos protocolos de tratamiento. Muchos atletas profesionales lo buscan después de sufrir lesiones que podrían terminar con sus carreras. Es capaz de hacer milagros.
Por segunda vez, ella se inclinó para darle un beso. Después de mirar a Paula con desprecio, se marchó.
—¿Vas a llamarlo?
—¿A quién?
—A ese médico milagroso del que ha hablado tu novia.
—En primer lugar, Romina no es mi novia. Lo fue en el pasado. Nada más. De eso hace mucho tiempo.
Paula se encogió de hombros.
—¿Y en segundo lugar?
—En segundo lugar, no. No voy a llamarlo. No quiero ni más médicos ni más opiniones.
—¿Cómo dices?
—El diagnóstico sería el mismo. Mi evolución, sin embargo, depende de mí.
—Así es.
Paula sonrió. Parecía satisfecha. Contenta. Algo en ella era diferente. Pedro la estudió de cerca y trató de descubrir de qué se trataba exactamente. Su atuendo era el mismo. Como siempre, llevaba el cabello recogido en una coleta. El maquillaje era mínimo, tan solo un poco de rímel en las pestañas. Algunas personas podrían decir que ella no era nada del otro mundo. Bonita, pero nada llamativa. Pedro podría haber sido uno de ellos si no hubiera visto la determinación y el acero que había debajo de aquella piel. Para él, Paula era muy hermosa y lo era cada más con cada cosa que aprendía sobre ella.
—¿Por qué me miras de ese modo?
—Por nada en particular —mintió él, a pesar de que la verdad le aguijoneaba por dentro como si fuera una abeja fuera de control.
Por primera vez en su vida, corría el riesgo de enamorarse.
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