—Colócamela en cuando tenga un hueco. Ese chico va a tener problemas a menos que podamos hacer que encuentre otros amigos nuevos.
—Si lo puede conseguir alguien, ese eres tú.
—Gracias. Ojalá yo estuviera tan seguro.
—¿Quién es esta María Paula Chaves?
Pedro consideró aquella pregunta. Diana era famosa por su curiosidad, pero aquello era personal.
—Ya me lo dirás tú.
Cuando regresó a su despacho, Pedro se pasó las siguientes seis horas pensando en la situación. Aunque no tenía nada que ver con aquel error clínico, sabía que todo el mundo, incluso su familia, temería que hubiera vuelto a las andadas en lo que se refería al alcohol y a las juergas. Dado su pasado, no podía culparlos. No podía esperar que creyeran que aquellos días se habían terminado. Para siempre. Se reclinó sobre su sillón y se frotó los ojos. Entonces, volvió a leer el informe de la clínica por vigésima vez. "Paciente: María Paula Chaves. Donante de esperma: Pedro Alfonso". Marcó la tecla de la memoria del teléfono de su hermano. Tenía que hablar con la única persona que le diría lo que pensaba sin juzgarlo. Sin embargo, después de darse cuenta de cómo dolerían aquellas noticias a Federico, colgó el teléfono. Decidió leer el informe que Diana le había dado antes de marcharse a su casa. Desde que se mudó a Hale hacía un año, Paula Chaves había estado trabajando para Barnett & Williams. ¡Qué ironía que ella trabajara para el bufete de abogados al que él solía enfrentarse en la mayoría de los casos! Evidentemente, el destino tenía un cruel sentido del humor. Tras recorrer con la mirada la información que se contenía en el informe, se detuvo, sintiendo un nudo en el estómago. El corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Contuvo el aliento y leyó una vez más aquellas palabras. Estado civil: Soltera. Un sentimiento de angustia reemplazó al nudo que sentía en el estómago. Entonces, se pasó la mano por la cara y lanzó una maldición. Los sucesos de su vida volvieron a pasarle por delante de los ojos. No había habido un día en los últimos quince años en el que no se hubiera lamentado por la pérdida de su hijo nonato. Él había sido el único que lo había lamentado, lo que había llevado al límite la ya maltrecha relación con su padre. No había podido conseguir ser el hijo perfecto que su padre hubiera querido. Al llegar a la adolescencia, había dejado de tratar de agradar a su padre y se había convertido en un rebelde. Había hecho ciertas cosas solo para molestar a Horacio, su padre. Incluso había tratado de ir a más velocidad que la policía una vez. Todo aquello parecía estar tan lejano en el tiempo... En el presente, a pesar su diligencia a la hora de utilizar preservativos, había engendrado un hijo con una mujer a la que no conocía. Una mujer soltera, a la que probablemente le costaría mucho salir adelante. Una mujer que, sin saberlo, lo había hecho padre, cuando aquello era algo que él no se hubiera creído capaz de volver a soportar, especialmente cuando, incluso tantos años después, se despertaba algunas noches con lágrimas en los ojos por el niño al que nunca había podido abrazar.
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