—Me parece estupendo —dijo.
Y así era. Su alegría no era por la cena, sino por pensar que iba a pasar una velada con Pedro.
—Mira. El alguacil está llamando a todo el mundo para que vuelva a entrar en el juzgado. Tengo que darme prisa. Intenta marcharte enseguida, ¿De acuerdo?
—Me marcharé dentro de diez minutos como máximo.
—De acuerdo. Nos veremos en casa.
Paula colgó el teléfono y corrigió el documento antes de llevárselo al señor Williams. Después, tomó asiento con la intención de hablar con él cuando terminara de revisarlo, pero se vio interrumpida por dos llamadas. Entonces, llegó un abogado para discutir un caso. Al final, se dió por vencida y regresó a su despacho. Allí, dobló los brazos encima de la mesa y descansó la cabeza en ellos, mientras esperaba que se abriera la puerta de su jefe. Quería irse a casa. Casi no podía mantener los ojos abiertos, pero necesitaba hablar con el señor Williams antes de marcharse... Miró al reloj. Entonces, volvió a bajar la cabeza. Eran las tres. Durante las últimas dos semanas, aquella había sido la hora de su siesta...
—¿Por qué estás todavía aquí?
Paula levantó bruscamente la cabeza al oír el sonido de una voz que le resultaba muy familiar.
—¿Pedro?
—¿Qué es lo que te pasa? —preguntó, haciéndola girar en su silla.
—¿Qué estás haciendo aquí? —replicó ella.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, claro que estoy bien.
—He visto tu coche fuera. Deberías haberte marchado hace tres horas.
—Lo sé. He estado tratando de hablar con el señor Williams — respondió, tras ponerse de pie. Entonces, lo agarró del brazo y se lo llevó hacia la puerta—. Tienes que irte antes de que alguien te vea.
—No hasta que me des tu palabra de que te marcharás ahora mismo.
—Pedro...
—Bien. Te llevaré a tu coche.
—¡Ni te atrevas! Estoy embarazada, pero no soy una inválida.
—¿Embarazada?
La voz hizo que Paula se diera la vuelta. Aquellas palabras habían confirmado sus peores temores. El señor Williams estaba en la puerta del despacho. De todas las personas que podrían haber entrado en su despacho en aquellos momentos y ver cómo el ayudante del fiscal del distrito se inclinaba sobre ella, ¿Por qué había tenido que ser su jefe?
—¿Has dicho embarazada? —repitió Williams.
—He intentado hablar con usted varias veces a lo largo de esta mañana —respondió ella. Había decidido contarle la verdad. Al menos parte de ella—, pero no hacían más que interrumpirnos. Estoy embarazada. De gemelos. Mi médico cree que sería mejor que yo trabajara media jornada. Ya le he dado todos los papeles necesarios a Personal y mi petición se ha aprobado.
—¿Y qué tienes que ver tú en todo esto, Pedro? —le espetó Williams.
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