viernes, 15 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 9

 —¿Qué es lo que estaba pasando entre Pedro Alfonso y tú en la sala de reuniones?


Los dedos de Paula se aferraron al sobre que acababa de cerrar. Entonces, levantó los ojos para mirar a su jefe, que la contemplaba desde la puerta del despacho. ¡Qué no daría ella por poderle retorcer el cuello al hombre que había causado su situación, es decir, el maldito ayudante del fiscal del distrito! Por supuesto, necesitaría una escalera para poder llegar tan alto, pero por lo menos el pensamiento de poder hacerlo la ayudó a permanecer tranquila. Incluso consiguió sonreír.


—El señor Alfonso pensaba, equivocadamente, que se había dejado aquí un expediente el viernes pasado, cuando ustedes dos se reunieron para hablar del caso Smither.


—¿Y eso es todo? —preguntó su jefe, con escepticismo—. Yo habría jurado que los dos estabais discutiendo.


—¿Discutiendo nosotros? No —mintió—. Él mencionó el nuevo restaurante que hay al lado de los juzgados y me preguntó si yo le podía recomendar algo. Desgraciadamente, no le gustó mi idea de sopa y ensalada.


Paula se recriminó haber encontrado una excusa tan coja. Todos los abogados y empleados de bufete que trabajaban a poca distancia de los juzgados ya habían convertido aquel restaurante en el lugar donde almorzaban habitualmente. Ella misma iba una vez a la semana. Sin embargo, no había visto al ayudante del fiscal allí, por lo que esperaba que a su jefe le hubiera ocurrido lo mismo. El señor Williams la miró como si no la creyera, por lo que elladecidió que era mejor que se marchara antes de que él le preguntara otra cosa. Rápidamente, se levantó y se puso el abrigo. 


—Si no necesita nada más, me marcho a casa —dijo. 


Entonces, tomó el bolso y se dirigió a la puerta.


—¿No se te olvida algo?


—¿El qué? —preguntó, cuando lo único que quería era salir corriendo.


El señor Williams le indicó un montón de sobres que había en una esquina de su mesa.


—El correo.


—Oh —susurró ella, volviendo para recogerlo—. Gracias —añadió, mientras se lo metía debajo del brazo y salía corriendo hacia el vestíbulo, antes de que perdiera la poca compostura que le quedaba.


Sin embargo, unos pasos resonaron detrás de los suyos justo cuando llegaba a la puerta principal.


—Déjame recordarte la política de confidencialidad de esta empresa. Implicarte con Pedro Alfonso, o con cualquiera de otro bufete supondrá un incumplimiento de las normas de esta empresa y será razón suficiente para un despido inmediato.


Paula respiró profundamente para serenarse y se volvió para enfrentarse a su jefe.


—Se equivoca —replicó—. Nunca he visto al señor Alfonso fuera de este bufete.


—Bien. Pues sigamos así. 

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