Paula estaba en el umbral, muy hermosa con un delicado vestido de seda que le ceñía perfectamente las curvas. Además, llevaba zapatos de tacón, porque la boca de ella le quedaba por la barbilla. Sintió que el corazón le daba un vuelco en el pecho, como le solía pasar cuando estaba en lo alto de una pista de esquí esperando a lanzarse por ella. Aquello era mejor y, al mismo tiempo, más aterrador. Las cosas estaban cambiando entre ellos. Él estaba cambiando.
—Estás maravillosa…
—Gracias. Tú tampoco estás mal —dijo ella.
Pedro llevaba unos pantalones de vestir, con camisa, corbata y americana.
—Se me había olvidado lo que era ponerse algo que no fueran pantalones de chándal y camisetas. Por suerte, aún recuerdo cómo se hace el nudo de una corbata.
—Recuerdo haberme preguntado dónde te ibas a poner toda la ropa que Luis te colgó en el armario el día que llegaste.
—No sé por qué me la traje. Supongo que es costumbre, pero ahora me alegro de haberlo hecho. Así tengo algo adecuado que ponerme para llevarte a cenar.
—A mí no me importaría que fueras en chándal y me llevaras a tomar una pizza a la playa —comentó ella.
—Esta noche, tengo en mente algo mucho mejor que la pizza.
Pedro dió un paso al frente y entró en el dormitorio de Paula. A espaldas de ella, el futón estaba plegado, pero él se la podía imaginar fácilmente tumbada sobre él, con la gloriosa melena negra extendida por la almohada. Por las noches, tan solo los separaba una pared. Durante muchas noches, ese pensamiento le había impedido dormir, turbándole con fantasías en las que aparecían los dos… Por fin. Aparte de besos robados y de paseos por la playa, su relación había sido muy casta. Se maravillaba de su contención, pero había preferido proceder con cautela. Paula no era una mujer cualquiera. Todo en ella era diferente… Especial.
—Te deseo… No recuerdo haber deseado nunca tanto a nadie…
—Yo siento lo mismo.
Pedro esperó que ella añadiera un pero, dada la conversación que habían tenido en la playa, en la que ella le había dejado claro que no quería ningún tipo de relación. A pesar de todo, era una mujer maravillosa. Tenía planes para aquella noche. Una suntuosa cena en uno de los restaurantes más solicitados de la ciudad. Un brindis con champán que marcara el inicio de lo que esperaba sería una larga relación. A pesar de lo que había averiguado sobre Brigit en los dos últimos meses, sabía que había mucho más. Quería saberlo todo. Dudaba que se aburriera incluso entonces. A sus treinta y seis años, por fin había madurado. Después de la cena, había planeado un largo paseo por la playa para que pudieran estar los dos solos. Se llevaría una manta, la extendería en la arena y se sentaría a su lado para contar las estrellas. Luego, tal vez…
—Tenemos… Reservas —consiguió decir Pedro.
—¿Sí? Yo no tengo ninguna.
—¿No?
—Ninguna…
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