—Utilizamos un sistema en el que todo se comprueba dos veces. Es virtualmente imposible que se haya cometido un error —replicó la mujer.
Entonces, abrió un expediente que había encima del mostrador de recepción y examinó su contenido. De repente, abrió mucho los ojos. A medida que iba leyendo, los abría aún más. Pedro se acercó un poco más a ella. Sus temores parecían confirmarse. Musitó una maldición y arrancó del expediente una página que contenía su nombre. La ira se abrió paso a través de él, para verse seguida inmediatamente por una oleada de dolorosos recuerdos en los que no quería pensar en aquellos momentos. Arrugó el papel en el puño.
—Deme eso —le dijo la enfermera, tratando de recuperar el papel.
—Ni hablar.
—Sé que está muy molesto por todo este asunto. Yo también. Hemos trabajado mucho para desarrollar un sistema a prueba de fallos y algo como esto no debería haber ocurrido. Tengo la intención de llevar a cabo una investigación exhaustiva y, cuando encuentre a la persona responsable, le aseguro que la despediremos enseguida. Lo siento mucho, pero no puede llevarse esa página. Es confidencial. Estoy segura de que usted entenderá...
—Señorita —replicó Pedro, tratando de esforzarse por retener el poco control que le quedaba—, en estos momentos, este papel es la menor de sus preocupaciones. Quiero saber cómo ha podido ocurrir esto y lo que piensan hacer para que no vuelva a ocurrir. Espero que me dé respuestas o haré que esta clínica tenga que cerrar.
—¿Y qué hay del bien que procuramos a tantas parejas?
—Dependerá de un juez decidir si este es un caso aislado de negligencia o es algo común y si el sufrimiento potencial que se causa supera al bien que se hace.
Con estas palabras, Pedro se dió la vuelta y salió del edificio, sin aminorar el paso hasta que alcanzó su furgoneta. Abrió la puerta y se dejó caer sobre el asiento de cuero, recordando otro día, quince años atrás, en el que había sabido que iba a ser padre. Los dolorosos recuerdos de lo que había ocurrido después lo desgarraron por dentro y golpeó el volante con el puño cerrado. El sonido del papel le recordó la hoja que todavía tenía arrugada en la mano. Se sentía como si alguien hubiera aspirado el oxígeno de la cabina del vehículo, por lo que inhaló tres veces hasta que el dolor que le oprimía el pecho empezó a mitigarse. Un hijo. Especular sobre cómo había ocurrido no cambiaba el hecho de que iba a ser padre. La otra vez había sido demasiado joven y no había tenido opinión en el futuro de aquel niño o en el suyo propio. Aquella vez, las cosas iban a ser muy diferentes. No sabía nada de la mujer que llevaba a su hijo en sus entrañas a excepción de su nombre, pero, cuando se pusiera el sol, lo sabría todo. Se sacó el teléfono móvil del bolsillo y marcó un número. Su secretaria respondió inmediatamente.
—Diana, necesito información sobre una mujer inmediatamente.
—¿Se trata de negocios o de algo personal? —preguntó la mujer, riendo.
—Personal, pero no se trata de lo que estás pensando.
—Es una pena. ¿Cómo se llama?
—María Paula Chaves, con «s». Tal vez viva en Hale.
—¿Quieres un informe parcial o muy detallado?
—Todo lo que puedas encontrar.
—Me pondré enseguida con ello.
—Estupendo. Estaré allí en diez minutos. Me ha surgido algo. ¿Me puedes aplazar todo lo que tenga pendiente para el día de hoy?
—Ya está hecho. ¿Quieres que cancele la reunión que tienes con ese muchacho, Johnson, y con el asesor del instituto o prefieres que la pase a otro día?
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