viernes, 22 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 21

 —¿Estás segura? —insistió él, tomando asiento por fin.


—Sí. Solo se me ha rebelado un poco el estómago por verte comer esa carne casi cruda. Es realmente asqueroso.


Pedro la miró lleno de dudas. Finalmente, apartó el tenedor de la carne.


—Un niño no puede sobrevivir solo con un vaso de leche... Y tampoco puede hacerlo una mujer embarazada. ¿Te saltas siempre el almuerzo? Si es por dinero...


—No tiene nada que ver con el dinero. Normalmente como, pero hoy no me apetecía —dijo, mientras sacaba dos dólares del bolso y los dejaba encima de la mesa. Entonces, se levantó y tomó su chaqueta—. Esta ha sido una experiencia fantástica, Pedro, pero algunos de nosotros tenemos que trabajar para ganarnos la vida.


—Te invito yo —dijo él, tomando el dinero y volviendo a metérselo en el monedero—. Escucha, Paula, si no te empiezas a sentir mejor, me gustaría que fueras a ver a un médico. También quiero que me prometas que me llamarás si tienes problemas, sea lo que sea. 


—No seas ridículo. No me ocurre nada aparte de tener el estómago algo revuelto.


—Si no me das tu palabra de que me llamarás si me necesitas, entonces tendré que llamarte cada pocas horas.


Paula sabía que era capaz de hacerlo. Maldito sea.


—De acuerdo —accedió, de mala gana.


—Buena chica —replicó Pedro, sonriéndole de un modo que le quitó el aliento. 


—Tengo que marcharme. Ya llego tarde —gruñó ella, tras mirar el reloj.


—Toma esto —dijo, después de sacarse la cartera del bolsillo trasero y extraer una tarjeta de visita. Entonces, escribió unos números al reverso—. Este es el número de mi despacho. Los que he añadido en la parte de atrás son el de mi casa y el de mi teléfono móvil.


—Gracias. Siento mucho lo del traje.


Paula aceptó la tarjeta y se la metió en el bolsillo. Después, salió a toda prisa del restaurante, con la intención de tirarla a la basura a la primera oportunidad que tuviera. Se estaba excediendo. Nunca debería haber tomado el almuerzo con él, pero no había tenido mucha elección. Decidió que nunca lo llamaría, fuera cual fuera la razón. Avanzó a toda prisa por la acera, incómoda al pensar que Pedro se preocupaba por su bienestar. También la halagaba, aunque no sabía por qué. Pedro Alfonso representaba todo lo que despreciaba en un hombre. La estaba volviendo loca, pero estaba empezando a disfrutar con ello. ¿De verdad había esperado que ella aceptara su oferta? Si era así, la había juzgado muy mal o tal vez era muy diferente de las mujeres que él conocía. De repente, sin saber por qué, se encontró preguntándose por el tipo de mujeres con las que salía y si habría alguien especial en su vida. Tal vez su media naranja estaría celosa y trataría de impedir que él siguiera reclamando su hijo. Si ella fuera la pareja de Pedro, no le gustaría nada de que él tuviera un hijo con otra mujer, aunque no hubieran engendrado a aquel bebé de la manera tradicional. Resultaba muy extraño que no le costara en absoluto imaginárselo envuelto en sábanas de raso negro... Completamente desnudo. Rápidamente, entró en su bufete, con la intención de tirar aquella tarjeta a la primera oportunidad. Se la sacó del bolsillo y luego se detuvo. La arrugó, pero no pudo tirarla a la basura. Más de una vez, había descubierto a su jefe revisando su papelera en busca del borrador de algún documento. No le convenía en absoluto que él se encontrara con la tarjeta de visita de Pedro Alfonso con sus números privados al reverso. No había duda alguna de lo que pensaría el señor Alfonso. Se metió la tarjeta en el bolsillo, tras prometerse que la tiraría a la basura en cuanto llegara a casa. El hecho de que no hubiera tirado ya la tarjeta no tenía nada que ver con que Pedro Alfonso le hubiera dicho que era una mujer muy atractiva. Nada en absoluto. 

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