miércoles, 6 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 66

 —Será más fácil andar ahí. La arena es lisa y dura. Por supuesto, tal vez te mojes de vez en cuando.

 

—No me importa.

 

Cuando llegaron a la orilla, caminar resultaba ciertamente mucho más fácil. Paula saltaba para evitar las olas, pero Pedro no tenía ni la agilidad ni la coordinación necesarias para hacerlo, por lo que los pies, con zapatos y todo, estuvieron inmediatamente mojados. No le importó. Aparte de la cita para ir al médico, aquella era la única vez que había salido del hotel desde que llegó. Por supuesto, lo de estar en el porche no contaba, dado que era más un espectador que un participante.

 

—Vas muy bien —comentó ella.


 —Gracias. Estoy tratando de no avergonzarme delante de tí después de lo ocurrido ayer con lo de la bañera.

 

—No sé… A mí me parece que salió todo muy bien considerando todas las cosas…


 —Terminó antes de empezar.


 —No es así como lo recuerdo yo.

 

—¿No? Pues a mí me parece que la llegada de Juan fue de lo más inoportuna.


 —En esto tengo que estar de acuerdo contigo —comentó ella riendo.

 

—Además de ser mi fisioterapeuta, está empezando a parecerme una carabina de las de antes.

 

—¿Acaso la necesito?

 

—Bueno, podrías necesitarla —susurró Pedro. Se detuvo en seco y la agarró de la mano, obligándola a hacer lo mismo—. Aquí es donde, como tu jefe, debería disculparme por mi descarado comportamiento. 


—¿Descarado, eh? A mí me pareció más bien horizontal.


Ella frunció los labios. Pedro sintió la tentación de besarla, pero tenía algo muy importante que decir.


 —Sé la reputación que tengo…

 

—Yo también la conozco. He leído tus hazañas, Pedro. Mucho antes de que llegaras a la isla. De hecho, incluso antes de que empezara a trabajar aquí. Tenía curiosidad por saber cosas sobre el hombre que iba a ser mi jefe.


 —¿Y?


 —Me gustaría decir que no te juzgué y que te dí el beneficio de la duda. Después de todo, los periódicos sensacionalistas son famosos por hacer una montaña de un grano de arena, pero saqué algunas conclusiones.


 —¿Que donde hay humo siempre está el fuego?


Paula asintió. Efectivamente, Pedro había vivido sin preocupaciones, validando la mala opinión que su madre tenía de él.

 

—Déjame adivinar —dijo él—. Pensaste que era un caradura, que vivía gastándome mi herencia en vez de ganarme la vida. Que me iba de juerga siete días a la semana, rodeado de personas tan superficiales y egoístas como yo. 

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