viernes, 29 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 36

A Pedro no le gustaba que interfiriera, pero no podía dejar que su testarudez impidiera que sus hijos tuvieran una familia, algo que ella echaba terriblemente de menos. Al estar embarazada de gemelos, seguramente se le notaría muy pronto y su pequeño secreto dejaría de serlo. Le daría un periodo de tiempo razonable para darles las noticias y, a continuación, se haría cargo personalmente del asunto.


Paula se sentó en su silla y encendió el ordenador. Se alegraba de haber regresado a su trabajo, aunque solo fuera a tiempo parcial. Se había aburrido como una ostra durante las últimas dos semanas. Su preocupación inicial por vivir con Pedro se había evaporado rápidamente. Se había hecho amiga de Kira y de los gatos porque él se había pasado casi día y noche en el despacho, preparándose para un juicio que tenía que empezar aquel mismo día. En las pocas noches en las que habían cenado juntos, se había sentido muy atraída por el misterio que se ocultaba detrás de él. Durante aquellos encuentros, había creído ver una breve imagen de un aspecto muy diferente de la personalidad de él que la sorprendió y la intrigó. Parecía como si la fachada del fiscal apareciera solo cuando se ponía traje y corbata. Lo prefería con unos vaqueros gastados, aunque el modo en que se le ceñían a las caderas la turbaba profundamente, y con una camiseta, porque, vestido así, era un hombre completamente diferente. Guapo, sexy y encantador, pero, sobre todo, vulnerable. Sus frecuentes llamadas habían evitado que se volviera completamente loca. Sin embargo, por fin había regresado a su trabajo y, a juzgar por la pila de expedientes que tenía encima de su escritorio, sus días de aburrimiento habían llegado a su fin. Algún tiempo después, estaba imprimiendo un documento cuando el teléfono empezó a sonar.


—Paula Chaves. ¿En qué puedo ayudarlo?


—¿Todavía estás ahí? —le preguntó una voz, baja y furiosa. Era Pedro.


—Bueno, sí. ¿Es que se supone que tengo que estar en otro sitio?


—El médico dijo que no debías trabajar más tarde del mediodía.


—Pero si son solo las... Oh. Es la una. He perdido la conciencia del tiempo.


—Estarías ya a punto de marcharte, ¿No?


—Más o menos. Solo me queda por transcribir una cinta, porque va a venir a recogerla un cliente.


—¿Qué te dijo Williams cuando le contaste tus intenciones?


—Todavía no se lo he dicho.


—¿Por qué no?


—No es tan fácil.


—¿Y por qué tiene que ser difícil? Solo tienes que entrar en su despacho y decírselo. 


—Lo sé, lo sé. No ha estado en su despacho en toda la mañana. Cuando regresó, cada vez que intentaba hablar con él, o recibía una llamada o nos interrumpía alguien. Ya he rellenado los papeles para llevarlos a Personal, aunque había esperado decírselo personalmente.


—¿Sabe por qué te has tomado libres las dos últimas semanas?


—No. Temía que hiciera muchas preguntas que no estaba preparada para responder, así que me tomé los días de vacaciones que me quedaban.


—No podrás ocultar tu embarazo mucho más.


—No es mi embarazo lo que tengo que guardar en secreto, sino a tí. No quiero arriesgarme a perder mi trabajo hasta que tenga que hacerlo.


—Tal vez te sorprenderá.


—Tal vez —susurró ella, aunque lo dudaba.


—Pareces cansada. ¿Te encuentras bien?


—Sí. Es que me he hecho perezosa con tanto descanso, eso es todo. ¿Cómo va tu juicio?


—Todavía no hemos terminado de escoger el jurado. Dado que la vista ha llevado tanto tiempo, no creo que se empiecen a presentar las pruebas hoy.


—¿Significa eso que va a ser otra noche de trabajar hasta tarde? — preguntó. Tuvo que admitir que lo había echado de menos.


—No. Estoy agotado. Estoy deseando pasar una noche en casa. Tengo que revisar una declaración jurada, pero no me llevará mucho tiempo. ¿Qué te parece si compro algo para cenar cuando me marche de mi despacho? 

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