miércoles, 27 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 34

 —Pedro...


—¿Sí? —preguntó él, mientras abría la puerta.


—Soy una mujer hecha y derecha. Puedo ir a darme un paseo sin perderme.


—¿Tienes buen sentido de la orientación?


—Sí.


—¿Y qué te parecen las serpientes? 


—¿Las serpientes? —preguntó ella, atemorizada—. ¿Es demasiado tarde para que pueda cambiar de opinión sobre vivir en esta casa?


—Sí. No quiero que corras ningún riesgo hasta que yo tenga oportunidad de cortar todas esas hierbas. ¿O hay algo más que te haga querer salir corriendo de aquí? Sé que este lugar no parece mucho desde el exterior, pero creo que estarás cómoda. Me he centrado en remodelar el interior desde que lo compré y había planeado pintar la casa y el granero cuando venga el buen tiempo, en primavera.


Paula nunca habría creído que él era el tipo de hombre que hacía lo que su ex había considerado trabajos despreciables. Todo lo que había averiguado sobre Pedro desde el día en que él había anunciado que era el padre de sus hijos era completamente opuesto a lo que ella había creído de él.


—¿Acaso crees que algo tan insignificante como una mano de pintura va a impedir que me quede aquí?


—Supongo que no —contestó Pedro, mientras abría la puerta de par en par.


Encendió las luces e hizo que Paula pasara al interior para cerrar la puerta. El suelo, que era de madera, relucía bajo una lámpara hecha con la rueda de un carro. Lo que vió privó a Paula de la capacidad para hablar. Se sintió como si la hubieran transportado a otra época. Miró a su alrededor. Todo estaba decorado en estilo rústico, lo que le daba a la enorme sala un aspecto muy cálido. Pedro le indicó el camino más allá de una preciosa escalera hasta un pasillo. Pasaron una puerta cerrada, que él identificó como su dormitorio y luego le mostró otra habitación, que era donde había puesto su cama. A continuación, le mostró el cuarto de baño y la cocina. Allí abrió una puerta que ella creyó que era una alacena, pero que resultó tener escaleras.


—No quiero que bajes al sótano.


—¿Es que hay serpientes?


—No, pero la escalera es muy inestable y tengo miedo de que te caigas. Además, no hay nada de interés ahí debajo, a excepción de unas cuantas herramientas —explicó. Tras cerrar la puerta, la acompañó de nuevo al salón y le mostró la escalera—. Esta lleva al segundo piso y a la buhardilla, aunque lo tengo cerrado dado que no he trabajado más allá de esta planta. Todavía me queda mucho por hacer, pero voy avanzando. 


—Esto no es lo que yo hubiera esperado —admitió, acariciando suavemente la barandilla de madera.


—¿De verdad? ¿Pero dónde creías que vivía? ¿En un chamizo?


—No, pero cuando entras en nuestras oficinas, siempre llevas puesta una camisa bien almidonada, un traje oscuro y un ceño bien puesto en el rostro. Si una se basa en tu reputación, eres un profesional de mucho éxito.


—Es decir, que esperabas jardines bien cuidados y un vecindario de postín, ¿Verdad? Me has confundido con mi padre.


—Pedro, yo... —susurró ella, sin saber qué decir—. Eso era antes de... Lo único que quería decir era que esto no era lo que yo esperaba.


Él dió un paso al frente y se acercó a Paula hasta que impidió que ella pudiera ver más allá. Así, no le quedó más remedio que levantar la vista y mirarlo.


—No tengas miedo de decir lo que piensas. Si queremos que esto salga bien, tenemos que ser sinceros el uno con el otro, aunque resulte difícil.


—De acuerdo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario