Los planes para aquella noche se olvidaron en el instante en el que se unieron sus labios. Pedro podría haber encontrado algo de fuerza de voluntad si Paula no le hubiera agarrado por la corbata y le hubiera hecho entrar en el dormitorio un poco más, lo suficiente para, sin dejar de besarlo, poder cerrar la puerta de una patada. El sonido del pestillo al cerrarse desató sus pasiones. Una enorme ola de necesidad contenida se apoderó de ellos. No hizo falta hablar. Ella retrocedió hasta el futón tirando al mismo tiempo de la corbata de Pedro. Él se dejó llevar. Oyó que el bastón se le caía al suelo, pero no le importó porque por fin pudo estrechar la cintura de Paula. No obstante, dejó que ella tuviera el control de la situación. Paula soltó la corbata, pero tan solo para deshacer el nudo. Se la sacó de debajo del cuello con un ademán de triunfo. A continuación, hizo lo mismo con la camisa, aunque en esta ocasión se la fue desabrochando con desquiciante lentitud. Pedro habría arrancado los botones. Cuando ella terminó por fin, el calor de sus manos le abrasó la piel cuando las extendió sobre el torso para despojarle de la camisa. Después, deslizó las yemas sobre la piel y le acarició suavemente los hombros al tiempo que le besaba el torso y luego bajaba lentamente hacia uno de los pezones. Lo lamió por completo antes de mirarlo de nuevo a los ojos.
—¿Cómo estás?
—A punto de arder —respondió él.
—Me refería a la pierna. Llevas ya unos minutos de pie sin la ayuda del bastón.
—Bien, pero no me importaría tumbarme —comentó él con una sonrisa.
—Primero hay que quitarte los pantalones…
—¿Y tú? —susurró Pedro mientras le acariciaba suavemente el vestido.
—Ya nos centraremos en mí dentro de un momento. Ahora, te toca desnudarte a tí. ¿Algún problema?
—En absoluto.
—Bien.
Le agarró el cinturón para quitárselo. Paula jamás había sido tan lanzada. Tenía poca práctica en el mundo de la seducción. Aparte de con David, solo había tenido relación íntima con otro hombre, un muchacho en realidad, dado que había ocurrido después del baile de graduación del instituto. Todas sus experiencias con el sexo habían resultado muy desilusionantes. Estaba segura de que eso iba a terminar. Pedro era un hombre hecho y derecho y la deseaba, a juzgar por la potente erección que se le adivinaba en la bragueta. Al contrario que David, él le estaba permitiendo que llevara la iniciativa y pensaba disfrutar de cada segundo. Ella le bajó los pantalones y se sentó en el futón para poder ayudarlo a quitárselos. Al igual que la camisa, los dejó sobre el suelo. Entonces, se dispuso a quitarse el vestido. Las manos de Pedro encontraron rápidamente la cremallera que tenía en la espalda. Ella se puso de pie para poder facilitarle la tarea. Un instante después, los dos estaban desnudos, con la respiración agitada. Los cuerpos de ambos se apretaban con fuerza, tratando de unirse más aún.
—Creo que es mejor que no sigas de pie —le dijo ella, entre jadeos.
—Yo también lo creo.
Juntos, se tumbaron sobre el futón.
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