lunes, 4 de noviembre de 2024

Fuiste Mi Salvación: Capítulo 64

Pedro comenzó a levantarse, tratando de apoyar la mayor parte del peso en la pierna buena. Paula le agarraba las manos y le sonreía para animarlo. ¿Cómo era posible que aquella mujer pudiera tensarle y deshacer sus preocupaciones al mismo tiempo? «… Promover el bienestar general…».

 

—Lo has conseguido.

 

—Con tu ayuda —dijo él.

 

—Formamos un buen equipo.


Pedro asintió y se inclinó hacia ella, atraído por su aroma. Tardó un segundo en darse cuenta de que ella estaba dando un paso atrás.

 

—Vamos.


Pedro dió un paso. Debía de haber un poco de agua en el suelo, porque notó que el pie comenzaba a resbalársele. Cuanto más se esforzaba él por mantener el equilibrio, más precario era este. Paula abrió los ojos con preocupación y le rodeó con sus brazos al ver que él empezaba a caerse. La caída pareció tener lugar a cámara lenta. No se hizo daño dado que cayó muy despacio y encima terminó haciéndolo sobre el cuerpo de Paula. Desde el suelo, contempló un par de ojos azules que lo miraban tan sorprendidos como él se sentía.


 —¿Te encuentras bien? —le preguntó él, moviendo el peso para que la cadera y la pierna cayeran sobre el suelo. 


La mala, por el contrario, permaneció enredada con las de ella y las manos quedaban a ambos lados de los hombros de Paula. Ella sonrió.

 

—Creo que eso lo debería decir yo.

 

Si Paula podía bromear en un momento como aquel, era porque se encontraba bien. Trató de controlar su alocado corazón, pero este volvió a acelerársele al darse cuenta de lo bonita que estaba con el cabello oscuro extendido por completo sobre las losetas blancas del suelo. Además, la pose era bastante íntima. El torso de él estaba a pocos centímetros de los senos de ella y la erección quedaba apretada contra la cadera de Paula, endureciéndose más y más a cada instante que pasaba. Ya no había manera de ocultar su deseo. El preámbulo. El maldito preámbulo. ¿Qué venía a continuación? Algo de las bendiciones…  «… Y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestros descendientes…». Paula ya no sonreía. La expresión de su rostro se había vuelto solemne. Los ojos azules que lo observaban se habían vuelto prácticamente opacos. ¿Lo estaba sintiendo ella también? Pedro sabía que estaba luchando una batalla que iba a perder.  «… Ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América».  Terminó de recitar en su pensamiento. En voz alta, murmuró:


 —Al diablo con todo.

 

Al ver cómo ella había cambiado, bajó la cabeza. 

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