miércoles, 27 de noviembre de 2024

Nuestros Bebés: Capítulo 32

 —Vamos a casa —susurró, conteniéndose a duras penas.


—¿A casa?


—Quiero que consideres que mi casa es tu casa.


—Espero que no estemos cometiendo un error.


—¿Crees que podría ser así?


—No lo sé. Ojalá lo supiera.


—Comprendo cómo debes sentirte —dijo él, mientras le entregaba el libro y la ayudaba a ponerse de pie—, dejando tu departamento y viniéndote a vivir conmigo. Si yo estuviera de alquiler, habría dejado mi casa y me habría venido aquí contigo. Dado que mi casa es de mi propiedad y es mayor, creo que hemos tomado la decisión más lógica.


—Lo sé y aprecio todo lo que has hecho...


—¿Pero?


—Hay muchas cosas que podrían ir mal.


—¿Como cuáles?


—En primer lugar, que mi jefe lo descubriera. Si se entera de que estamos viviendo juntos, perderé mi trabajo.


A Pedro no le parecía que aquello fuera una gran pérdida. Consideraba que Williams era un estúpido de primera clase.


—Hay otros trabajos, mucho mejores, en los que se te apreciará y no se te hará trabajar hasta desfallecer. Sin embargo, eso no es algo que tengamos que tener en cuenta ahora. Primero, tenemos que controlar esa hemorragia. Después, cuando el médico diga que todo va bien, podrás volver a trabajar media jornada. ¿Quieres que llame a Williams mañana por la mañana y se lo explique todo?


—No. Yo lo haré. No tienes muy buena opinión de mi jefe, ¿Verdad?


—¿Se me nota?


—Un poco. Sé que se da muchos aires, pero a mí me gusta lo que hago. Además, me ayuda a pagar el alquiler.


—Ya no pagas el alquiler. De eso me encargo yo.


—Sí, pero cuando...


—No, Paula. Recuerda que dijimos que iríamos poco a poco.


—De acuerdo —susurró ella, con una débil sonrisa.


—De ahora en adelante, seré yo el que se preocupe. Tu único trabajo será hacer que mis hijos estén bien.


—«Nuestros» hijos.


Pedro se echó a reír y cerró la puerta del departamento.


—¿Eres una de esas mujeres que siempre tienen que tener la última palabra?


—¿Quién? ¿Yo? —replicó Paula, con fingida inocencia.


El temblor que le recorrió la espalda no fue causado por el frío viento del norte de Texas. La estrechó contra su cuerpo mientras bajaban las escaleras. Trató de no prestar atención al modo en que ella se apretaba contra él, pero no lo consiguió. Una vez más, se preguntó por qué aquella mujer lo afectaba de aquel modo y quiso saber cómo iba a poder vivir con ella en la misma casa sin volverse loco. 

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