—Dígame si es demasiado —le había dicho Juan antes de subir la resistencia de la bicicleta estática.
Pedro estaba convencido de que el fisioterapeuta solo le decía aquellas frases para picarle en su orgullo. Fuera como fuera, el truco había funcionado. Hacía todo lo que Joe le decía e incluso pedía más. Y estaba pagando su orgullo en aquellos momentos. A pesar de tanto sufrimiento, le parecía que estaba haciendo progresos. Los músculos del muslo y de la pantorrilla no parecían estar tan rígidos ni tan fuera de control cuando caminaba. Aún tenía que apoyarse mucho en el bastón, pero le estaba empezando a parecer que la pierna estaba más firme. Y eso después de menos de un mes. Se maldijo por no haber puesto tanto empeño antes. ¿Quién sabía dónde estaría en aquellos momentos si se hubiera aplicado de aquel modo desde el principio? O si hubiera ido antes a Alfonso Haven. Creía que la isla tenía mucho que ver con la mejora de su estado. Y, por supuesto, Paula. En realidad, Paula principalmente. Ella le había dado el empujón que necesitaba para empezar de nuevo a vivir. No estaba seguro de cómo podría pagárselo, pero lo haría. Recordó los papeles del finiquito que había hecho que su abogado redactara. Con ellos, se aseguraba que Paula recibía una compensación más que generosa no solo por sus años de servicio, sino por la ayuda que le había prestado en su recuperación. Sin embargo, eso no era precisamente la recompensa que tenía en mente. De hecho, hacía semanas que no pensaba en los papeles ni quería pensar en el hecho de que ella pudiera marcharse del hotel. Que se marchara de su lado. Más que en cualquier otro momento de su vida, esta parecía fluir. Su futuro distaba mucho de estar determinado. Cosas que Pedro había creído que deseaba ya no importaban. Cosas que había pensado que jamás le gustarían, de repente le gustaban. No estaba seguro cómo, pero Paula había puesto orden al caos. De algún modo, ella figuraba en su futuro. Veinte minutos más tarde, se sentó en la bañera y apagó los chorros. El agua se había enfriado y quería salir. Desgraciadamente, no lo podía hacer sin ayuda. Llamó a Juan tres veces antes de oír por fin pasos junto a la puerta.
—Entra rápidamente —gritó—. Me estoy convirtiendo en una pasa.
No fue Juan quien contestó, sino Paula.
—Juan no está…
—¿Qué quieres decir con que Juan no está? ¿Adónde ha ido?
—No estoy segura, pero no está en el departamento. Yo había venido por un yogur cuando oí que estabas gritando. Puedo ir a buscarle si quieres…
—No importa. Puedo… Puedo hacerlo —dijo él mientras retiraba el tapón de la bañera. El agua comenzó a salir por el desagüe.
—¿Hacer qué? ¿Qué es lo que vas a hacer, Pedro?
—Voy a salir de la bañera.
—Creo que deberías esperar a Juan —comentó ella muy preocupada.
El agua bajaba rápidamente. La piel se le puso de gallina. No iba a esperar.
—Tendré cuidado —prometió.
Ponerse de pie iba a resultar difícil, pero el verdadero desafío sería pasar la pierna por encima de la bañera. De un modo u otro, tendría que mantener el equilibrio sobre la pierna mala. ¿Le aguantaría la rodilla?
No hay comentarios:
Publicar un comentario